humano

El arte, tal como ya indica la propia palabra, es un talento, es una aptitud que, elevada por unos pocos elegidos hasta la perfección, otorga a la belleza una expresión perceptible. Si esta expresión es percibida por el ojo humano. Dicha aptitud se denomina “Arte Plástico”. De entre las diferentes artes plásticas, la pintura y la escultura buscan siempre sus modelos en la naturaleza, mientras que la arquitectura se basa directamente en la fuerza creativa del hombre y sabe ofrecer sus obras como creaciones completamente nuevas. El suelo más fructífero para la semilla de esta nueva creación se encuentra en la propia vida de los hombres, de quienes nace la tarea que ha de resolver el arte, por mediación de los artistas. Esta tarea, de saber reconocer con acierto las necesidades de la humanidad, es la primera condición fundamental para el éxito de las obras de un arquitecto.

En este caso -en el caso de los impresionistas y sobre todo de los postes impresionistas- nosotros somos dominados; sometidos. En el caso de la forma neoplástica sucede precisamente lo contrario: la Obra de arte es el resultado de nuestra espiritualidad activa, la naturaleza sometida y es dominada por nosotros. La cuestión de por qué el espíritu humano puede expresarse libremente dentro de los límites del caso natural, puede ser contestada ahora directamente en relación con lo arriba expuesto: porque la experiencia externa de la realidad no es capaz de expresar en una forma determinada la Verdad.

El retorno a los orígenes es una constante del desarrollo humano y en esta cuestión arquitectura conforma todas las demás actividades humanas. La cabaña primitiva -el hogar del primer hombre- no es, pues, una preocupación incidental de los teóricos ni un ingrediente casual de mitos o rituales. El retorno a los orígenes implica siempre un repensar de lo que se hace habitualmente, un intento de renovar la validez de las acciones cotidianas, o simplemente un recordar la sanción natural (o incluso divina) que permite repetir esas acciones durante una estación. En el actual repensar por qué y para qué construimos, la cabaña primitiva retendrá, creo yo, su validez como recordatorio del significado original -y portando esencial- de todo edificio para la gente; es decir, el significado de la arquitectura. Sigue siendo esa declaración subyacente, ese núcleo intencional e irreductible que he intentado mostrar transformado por las tensiones entre diversas fuerzas históricas.

El arte de la Antigüedad, que partió del supuesto de representar con la máxima objetividad las entidades materiales, debió de haber considerado la representación del espacio como negación de su materia y de su misma individualidad. Esto no significa que ya desde entonces estuviera claro que el espacio era únicamente una forma intuitiva del entendimiento humano, sino que el hombre debía sentirse instintivamente impulsado a restringir al máximo la apariencia espacial por el deseo ingenuo de concebir de manera unitaria la realidad sensible/»>sensible. De las tres dimensiones espaciales en sentido amplio, las dos propias del plano, altura y longitud (contorno, silhouette), son indispensables para obtener la representación de una realidad individual; ésta es la razón de que se las reconozca desde los inicios del arte antiguo. La profundidad, en cambio, no parece tan estrictamente necesaria; y como, por otra parte, tiende a perturbar la impresión neta de la individualidad material, fue, en la medida de lo posible, desdeñada por el arte antiguo.

La constructividad vital es la forma de manifestarse la vida y el principio de todo desarrollo humano y cósmico…. En la actualidad, aplicado al arte, significa la activación de espacio por medio de sistemas de energías dinámico-constructivas; es decir, la confluencia de las energías que se enfrentan entre sí en el espacio físico y su relación con el propio espacio que actuará como energía (intensidad).

Las estructuras cobran sentido como partes de sistemas mayores que incluyen componentes humanos y el arquitecto se preocupa de forma prioritaria por esos sistemas mayores; éstos (y no sólo la parte de ladrillo y mortero) son lo que diseñan los arquitectos. Apodaré a este concepto «mutualismo arquitectónico» para dar a entender la reciprocidad entre estructuras y hombres o sociedades.

Actualmente observando que se prescinde voluntariamente del ornamento no sólo en la arquitectura, sino también en la decoración de interiores de las casas… Esta prescindencia señala el despertar de una sensibilidad que descubrirá un ornamento intrínseco (soberano) en un edificio, en un objeto, en una flor con el cuerpo humano, el cual se manifiesta en proporciones y en volúmenes

El diseñador integran se preocupa anticipadamente de todas las necesidades humanas mediante la traslación del inventario último de sus potenciales. De esa manera, podemos rápidamente hacer efectivo el crecimiento de la eficacia por kilogramo de la logística industrial mundial hasta una magnitud cuatro veces mayor a través de la institución de rediseño integrada, incorporando todos los potenciales científico actuales que de otra manera serían explotados únicamente con propósito perico, ya fuera la guerra defensiva ofensiva.

Este «paraíso artificioso» que aparece incesantemente en nuestra experiencia de la vida cotidiana, revela la cualidad de pesadilla de una utopía: una tierra de nadie en la que el recuerdo y la conciencia serán pronto considerados como fragmentos inútiles sobre una topografía de la razón pura. En un espacio sin escondrijos donde el contenido es separable del lugar; donde cada cosa está aislada y expuesta a la Nada: donde el encaje humano ya no es necesario para la existencia de un «espacio en sí mismo», el envolvimiento en el Ser viene a significar refugiarse en el ambiente.

La construcción es el arte de configurar un todo con sentido a partir de muchas particularidades. Los edificios son testimonios de la capacidad humana de construir cosas concretas. Para mi, el núcleo propio de toda tarea arquitectónica reside en el acto de construir, pues es aquí, cuando se levantan y se ensamblan los materiales concretos, donde la arquitectura pensada se convierte en parte del mundo real.

El final de la utopía y el nacimiento del realismo no son momentos mecánicos del proceso de formación de la ideología del «movimiento moderno». A partir del cuarto decenio del siglo XIX, utopía realista y realismo utópico se superponen y compensan. El declive de la utopía social confirma la rendición de la ideología frente a la política de las cosas realizada por las leyes del beneficio: a la ideología arquitectónica, artística y urbana sobrevive la utopía de la forma como proyecto de recuperación de la Totalidad humana en la Síntesis ideal, como aprehensión del Desorden a través del Orden.

Una casa, que no ha de ser sino bella. No ha de cumplir otra finalidad sino está vacía, según el lema de Meister Eckhart… La felicidad de la arquitectura desbordará al visitante , vaciará su alma de lo humano para hacer de ella un recipiente de lo divino. El edificio es la imagen y el saludo de las estrellas. Su planta estricta Bonald, los números atrasados 7 y 3 constituyen una unidad en ella… Entre la membrana de vidrio externa e interna está la iluminación… Al volar de noche hacia la casa, ella brilla como una estrella. Y suena como una campana .

Volviendo a las más tempranas formas de arte y técnica descubiertas por la investigación antropológica, señalé que desde el comienzo mismo de su vida en la tierra el hombre es tanto un hacedor de símbolos como un hacedor de herramientas, pues tiene necesidad de expresar su vida interior y al mismo tiempo de controlar su vida exterior. Pero la herramienta, antaño tan dócil a la voluntad del hombre, se ha convertido en un autómata y en el momento presente el desarrollo de las organizaciones automáticas amenaza con convertir al hombre mismo en una mera herramienta pasiva. Afortunadamente, eso no significa el fin del arte ni el fin del hombre. Pues los impulsos creadores que se agitaron en el alma humana cientos de miles de años atrás, cuando la curiosidad, la capacidad manual, la creciente, inteligencia y sensibilidad del hombre, le hicieron desprenderse de su letargo animal -estos hondos impulsos no se desvanecerán porque, temporariamente, haya escapado a su dominio un aspecto de su naturaleza, el disciplinado por la herramienta y la máquina. Se trata de una deformación momentánea del crecimiento y corresponde a la naturaleza de la vida misma, después de un período de crecimiento, tratar de restablecer el equilibrio, a fin de estar lista para el acto de crecimiento siguiente. Mientras la vida persiste, mantiene la posibilidad de dar solución a sus errores, de superar su infortunio, de renovar su creación.

Se ha extendido que la identidad deriva de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real, no podemos imaginar que algo contemporáneo-hecho por nosotros-contribuya a ello. Pero el hecho es que el exponencial crecimiento humano implica que el pasado, en algún momento, se quedará demasiado pequeño para ser habitado y compartido por los que lo viven. Nosotros mismos lo estamos extenuando. Por extensión la historia encuentra su depósito en la arquitectura, las actuales cifras de población inevitablemente explosionarán y agotarán la sustancia previa. La identidad concebida como esta forma de compartir el pasado es un concepto perdido: no solo hay -en un modelo de continua expansión demográfica- proporcionalmente cada vez menos que compartir, sino que la historia también tiene su lado odioso- y cuanto más abusivo, más insignificante- hasta el punto en que su disminuido reparto se convierte en algo insultante. Este pensamiento se ve exacerbado por el constante incremento de masas de turistas, una avalancha que, en una perpetua búsqueda de «carácter», machaca identidades fantásticas hasta convertirlas en basura sin sentido.

El enigma siempre presente de la condición humana solo es negado por los necios. Y es este misterio el que debe interesar a la arquitectura. Parte de nuestra cohesión humana deviene del inevitable anhelo por capturar la realidad a través de metáforas. Ese es el verdadero conocimiento, ambiguo pero, en última instancia, más relevante que la verdad científica. Y la arquitectura, no importa cuánto resista la idea, no puede renunciar a su origen intuitivo. Si bien la construcción como proceso tecnológico es prosaica – derivada directamente de una ecuación matemática, un diagrama funcional o una regla de combinaciones formales -, la arquitectura es poética: necesariamente un orden abstracto, pero es en sí misma una metáfora que emerge de la visión del mundo y el Ser.

Buscamos no la forma sino la función. Queremos, aún allí, observar la mayor precisión posible. El funcionamiento de una máquina es una cosa; el funcionamiento de la vida es otra, y mejor. La vida crea y se reproduce. ¿Cuándo una máquina en uso ha tenido hijos? Las cosas fundamentales de la vida poseen su principio en ella misma, su ser reside en la función precisa que ellas cumplen en eso que aún puede llamarse «Dios». Las evaluaciones humanas se aproximan allí más o menos («muy avanzado» o «aún muy lejos») según el criterio empleado. De cualquier manera, no tardan en surgir límites.
La fórmula de la función está muy alejada pero, como punto original de emergencia, debe encontrarse en alguna parte.

El regionalismo crítico trata de complementar nuestra experiencia visual normativa reorientando la gama táctil de las percepciones humanas. Al hacerlo así, se esfuerza por equilibrar la prioridad concedida a la imagen y contrarrestar la tendencia occidental a interpretar el medio ambiente en formas exclusivamente de perspectiva. De acuerdo con su etimología, la perspectiva significa visión racionalizada o vista clara, y como tal presupone una supresión consciente de los sentidos del olfato, el oído y el gusto, y un distanciamiento consiguiente de una experiencia más directa del entorno.

Para la mente humana, el árbol es el vehículo más simple para representar ideas complejas. Pero una ciudad no es, no puede y no debe ser un árbol. La ciudad es un receptáculo para la vida. Si el receptáculo rasga los nudos entre las fibras de vida de su interior, porque es un árbol, será como un cuenco lleno de cuchillas de afeitar puestas de canto, listas para trocear lo que quiera que se introduzca en el recipiente. Si hacemos ciudades que son árboles, partirán nuestra vida en pedazos.

Como afirma Sigfried Giedion en El presente eterno (1962), entre los impulsos más profundos de la cultura de la primera mitad del siglo ha estado el deseo transvanguardista de retornar a la atemporalidad del pasado prehistórico, para recuperar esta dimensión de un presente eterno por fuera de las pesadillas de la historia y las compulsiones del progreso instrumental. Este deseo se insinúa como base desde donde resistir la mercantilización de la cultura. Dentro de la arquitectura, la tectónica aparece como una categoría mítica a través de la cual ingresar a un mundo donde la “presencia” de las cosas facilite la aparición y experiencia de los hombres. Más allá de las aporías de la historia y el progreso, y por fueran de enmarques reaccionarios del Historicismo y las neo-vanguardias, yace la potencialidad para una contra-historia marginal. Tiene que ver con los intentos de Vico de referir a las lógicas poéticas de las instituciones insistiendo que el conocimiento no es una simple provincia de los hechos objetivos sino la consecuencia de la elaboración subjetiva y colectiva de los mitos arquetípicos, es decir la reunión de las verdades simbólicas subyacentes en la experiencia humana. El mito crítico de las articulaciones tectónicas apunta a ese momento ejercitado desde la continuidad del tiempo.

¿Cuáles son exactamente los principios a partir de los cuales ha de formarse una ciudad? Los principios de formación de una comunidad pueden deducirse de la ecología de la situación, de un estudio de los aspectos humanos, naturales y construidos y de su acción mutua. Si la validez de la forma de una comunidad se basa en las pautas de vida, el primer principio deberá ser consecuentemente un análisis objetivo y permanente de la estructura humana y de sus cambios.

Cuando uno considera cuán poco, si acaso, es capaz la cultura actual de producir edificios con valores místicos y espirituales… es solo entonces cuando se puede sentir la profunda sabiduría y fuerza de vida mística que debe haber brotado de las catedrales góticas, así como la pobreza y austeridad de la actualidad, que carece de algo similar. Sin embargo, una remodelación de la vida hacia el exterior a través de la arquitectura solo será posible una vez que haya tenido lugar una remodelación en el interior del ser humano en relación con la vida cósmica. La demanda de una forma de arquitectura con valores espirituales más altos presupone una demanda de una nueva religión y una nueva visión del mundo.

Construir significa la configuración de los procesos vitales. La mayoría de los individuos tienen unas necesidades vitales parecidas. Por consiguiente, satisfacer, de un modo uniforme y similar estas necesidades humanas parecidas, es lógico en el sentido de un fenómeno económico. En consecuencia, no se justifica que cada casa manifieste un plan, una forma exterior, unos materiales constructivos y un «estilo» distintos. Esto significaría un derroche y una acentuación falsa de lo individual. A cada individuo le queda la libertad de elegir dentro de los. diferentes tipos. El objetivo final de este desarrollo se alcanzará cuando puedan satisfacerse todos los deseos justificados del individuo para su vivienda, sin que se pierda la ventaja económica de la fabricación en serie: las casas y su mobiliario, en su apariencia total, deberá ser diferente en correspondencia con el número y tipo de sus moradores; en cambio, las partes singulares, de las que está compuesta, deberán ser las mismas. El tipo en sí mismo no es un obstáculo para el desarrollo cultural, sino precisamente uno de sus presupuestos…

Así es como podríamos establecer la verdad de vivir con el cuerpo, estableciendo que la anormalidad se siente antes de que el intelecto sea consciente de ello, y a la inversa, que una ruptura de la normalidad golpea el «ojo» o los «sentimientos» -como solemos decir- antes de que el intelecto haya determinado o resida la falla. Se podría objetar que en la contemplación estética, este vivir con no puede ser tomado en cuenta, porque la imitación de la expresión fisonómica humana sólo encuentra su lugar en los momentos de abandono de la voluntad durante los cuales uno se olvida de sí mismo al sumergirse prácticamente en el objeto. Esta objeción sería refutada por esta observación fundamental, que la contemplación estética en sí misma requiere esta falta de voluntad, este abandono de los sentimientos personales. Quien no tenga la capacidad de dejar de pensar en sí mismo de vez en cuando nunca podrá disfrutar de una obra de arte, y mucho menos crearla.

El fundamento de todas estas formas de representación es la unidad del espacio. Si suponemos que los límites se alejan o se ensanchan, entonces se extiende el espacio más allá de sus límites primitivos. No es que se agregue un nuevo trozo. También este espacio ensanchado es una unidad. Y es la misma unidad que el espacio anterior más estrechamente limitado, sólo que menos estrechamente limitado. Por consiguiente, el espacio tiene la capacidad o la fuerza de ensancharse o extenderse. Y contra esta fuerza obra la limitación como una fuerza contraria. Y en el mutuo juego y equilibrio de estas fuerzas consiste el espacio, así como en el mutuo juego del obrar hacia el exterior y de la concentración en sí mismo tiene o encuentra el individuo humano su propio ser.

Solamente una voluntad nueva tiene el futuro a su favor en la inconsciencia de un ímpetu caótico y el prístino vigor con que abarca lo universal. Porque justamente, así como cada época, que fue decisiva para la evolución de la historia humana, aglutinó todo el mundo conocido bajo su decisión espiritual, así nosotros anhelamos también traer la felicidad más allá de nuestro propio país, más allá de Europa, a todos los pueblos. Esto no quiere decir que yo esté tomando las riendas del internacionalismo. Porque el internacionalismo implica una actitud estética sin base en pueblo alguno, en un mundo en desintegración. El supranacionalismo, sin embargo, abarca las demarcaciones nacionales como una condición previa; es la humanidad libre quien únicamente puede restablecer una cultura de ámbito universal.

Mi concepto de «arquitectura» está en unión y en la colaboración entre las artes, de modo que cualquier cosa esté subordinada a las otras en armonía con ellas, y cuando utilice tal palabra, éste será su significado y no otro más restringido. Es una concepción amplia, porque abarca todo el ambiente de la vida humana; no podemos substraernos a la arquitectura, ya que formamos parte de la civilización, pues representa el conjunto de las modificaciones y alteraciones introducidas en la superficie terrestre con objeto de satisfacer las necesidades humanas, exceptuando sólo el puro desierto. No podemos confiar nuestros intereses de una élite de hombres preparados, pidiéndoles que exploren, descubran y creen el ambiente destinado a albergarnos, maravillándonos después ante la obra completa, aceptándola como una cosa bella y acabada: esto, en cambio, nos incumbe a nosotros mismos; cada uno de nosotros está obligado a custodiar la adecuada ordenación del paisaje terrestre, cada cual con su espíritu y con sus manos, en la porción que le corresponde, para no transmitir a nuestros hijos un tesoro menor que el que nos dejaron nuestros padres.

Émulo de esta hija sublime del sentimiento, y alimentándola según su esencia, ¿no habría que designar a partir de ahora la Arquitectura Gótica con el título de Símbolo del pensamiento? Y, como verdadero monumento de la razón humana, ¿no sería también ese nombre el que había que asignar a la construcción greco-toscana en toda su pureza? Un resumen visible de los elementos característicos de estos dos tipos de construcciones legitimará, a mi juicio, esas nuevas denominaciones, al mismo tiempo que nos conducirá a los tres resultados siguientes, con los que pondré fin por el momento a estas observaciones sobre la Arquitectura. En primer lugar, este cuadro responderá a la objeción de los que dicen que la arquitectura es inferior en expresión a la estatuaria y a la pintura, puesto que la primera no trabaja como éstas con el rostro humano. En segundo lugar, determinará, mediante el prototipo reconocido y sus analogías, cuál debe ser el valor coloreado de los materiales visibles empleados por los dos tipos de construcciones estudiados. Por último, nos servirá como norma y patrón de medida sentimental en los juicios que emitamos sobre los monumentos en los que esos elementos lineales y coloreados hayan sido ignorados, menospreciados o anulados.

Para el arquitecto, construir significa emplearla material en función de sus propiedades de su naturaleza, con el fin de satisfacer una necesidad utilizando los medios más simples y más duraderos , y para que la construcción refleje durabilidad y proporciones adecuadas sujetas a ciertas reglas impuestas por los sentidos, la razón y el instinto humano. Así pues, los métodos del constructor deberán variar en función de la naturaleza de los materiales, de los medios de que disponga, de las necesidades que deba satisfacer y del entorno cultural al que pertenezca.

Aunque el intelecto humano predomina en la filosofía, el alma en la religión y la sensación en el arte, ninguno de ellos puede escapar del otro. Solo un reconocimiento de la equivalencia de todas las áreas superiores de la cultura y todas las funciones humanas superiores, solo una síntesis sistemática y uniforme de ellas, puede llevar a un método educativo completamente adecuado.

Como primera cosa, el diseñador debe proporcionar un nuevo nivel de vida avanzado para todos los pueblos del mundo. Debe progresivamente dar vivienda a los dos billones y un cuarto de personas en establecimientos de control físico avanzado. Estas viviendas servidas mecánicamente han de ser una continuidad de techos, fijos y movibles, suficientes para permitir las crecientes interacciones humanas convergentes y divergentes, tanto si están en tránsito como si son residentes, trabajan, juegan o se desarrollan, interconectando cada central del mundo y penetrando las viviendas autónomas del nivel más avanzado, hasta en la geografía más remota. La logística de esta gran fase de industrialización debe recoger la riqueza de la energía cósmica, dentro del inventario de los 92 elementos químicos a magnitudes no sólo jamás soñadas, sino que, mucho más importante, a magnitudes adecuadas para las necesidades avanzadas de la humanidad. Queda implícita la emancipación de los hombres de cualquier deuda que no sea con el intelecto.

El término herramienta es preferible al término máquina porque nos retrotrae al origen mismo y al propósito de tal máquina: permitir que el hombre alcance mayores niveles de productividad. En ese sentido, todo aquello que el hombre utilice en su lucha por la existencia es una herramienta y, como tal, es parte del entorno tecnológico fabricado por el ser humano; del ropaje al cobijo, de los cañones a la poesía, del teléfono al arte. No hay herramientas aisladas. Cada dispositivo tecnológico es correal: su existencia misma está condicionada por el discurrir de esa pugna humana y, por lo tanto, por la relación con la totalidad de su entorno.

Prestamos la imagen de nosotros mismos a todos los fenómenos. Lo que conocemos como condiciones de nuestro bienestar, cada cosa debe poseerlo. No es que reclamemos la apariencia del ser humano en las formas de la naturaleza inorgánica, sino que entendemos el mundo corpóreo con las categorías, por así decirlo, que tenemos en común con él. Y de acuerdo con esto, la aptitud para la expresión de estas formas externas está determinada. Ellas sólo pueden comunicarnos lo que nosotros somos capaces de interpretar con sus propias cualidades. Aquí, muchos serán escépticos y no estarán seguros de qué tipo de similitud o incluso qué órgano de expresión compartimos con la piedra inerte. En resumen, son las relaciones de gravedad, equilibrio, dureza, etc., de relaciones fuertes las que poseen para nosotros un valor de expresión. La esencia humana en su integridad, naturalmente, no puede más que expresarse a través de la forma humana; la arquitectura no puede más que dar expresión a afectos que se expresan a través de órganos específicos. Su objeto sigue siendo el gran sentimiento de existencia [Daseingefühl], el Stimmung que asume un estado persistente y estable del cuerpo.

Las formas surgidas de exigencias objetivas, conformadas por la vida, cuyo carácter primitivo no ha sido modificado por el hombre, son de índole natural y elemental, mientras que aquéllas a las que se quiere dotar de una expresión, se derivan de una norma, de reglas entendidas como un hecho de conocimiento humano. De manera que las primeras de estas formas, aun sometidas continuamente por circunstancias externas a modificaciones, son desde luego realmente eternas e indestructibles, ya que son formas a las que la vida confiere sin cesar un nuevo renacer. Por el contrario, las formas emanadas de una voluntad de expresión se encuentran sometidas a la caducidad y a las variaciones del conocimiento del hombre. Ello quiere decir que las formas que satisfacen una finalidad práctica surgen asimismo de una manera natural y discurren, por así decir, por un sendero anónimo, en tanto que las que responden a una voluntad de expresión tienen un origen psíquico y por eso mismo alcanzan el más alto grado de subjetividad e indeterminación. Con otras palabras: las formas que satisfacen una finalidad objetiva son siempre, y en todas partes, las mismas. En cambio, las formas debidas a una voluntad de expresión se encuentran ligadas al linaje y al conocimiento, y por lo tanto al lugar ya la época. La historia de la evolución formal, el llegar a ser de las formas [Gestaltwerdung], es en realidad una historia de los requerimientos que se aplican a la expresión de las cosas.

La forma originaria contiene el significado de la arquitectura que se ha construido sobre ella, y además todo el camino recorrido para llegar a esta identificación. Y aquí el elemento original que se pone de manifiesto es precisamente el cómo se ha llegado a establecer esta relación imprescindible entre ideas y forma. Este «cómo» viene representado de una manera sintética por las formas simples y originarias de la arquitectura; es decir, por aquellas formas que por su carácter de arquetipos parecen presentar el mismo contenido y la motivación humana. Estas formas, no solamente representan los principios inmutables según los cuales ha tenido lugar el nacimiento de la arquitectura, sino que además construyen sus normas, en cuanto la arquitectura ha de volver a estas formas, en el proceso de renovación de su fundamento. Esta operación nos obliga a referirnos al problema de la arquitectura en sus condiciones originales, pero asimismo no remite al punto en que la arquitectura ya está completamente definida. Es decir, aquel punto en el que la arquitectura es un hecho sintético, confundiéndose con el significado.

¡Una ciudad! Es la afirmación del hombre sobre la naturaleza. Es un acto humano contra la naturaleza, un organismo humano de protección y trabajo. Es una creación. La poesía es un acto humano: las relaciones concertadas entre imágenes perceptibles. La poesía de la naturaleza sólo es exactamente una construcción del espíritu. La ciudad es una imagen poderosa que acciona nuestro espiritu. ¿Por qué no habría de ser la ciudad. también ahora, una fuente de poesía?

¿Qué va a hacer el arquitecto frente a la infinita diversidad de la experiencia humana, la presencia de componentes personales además de los culturales y arquetípicos en nuestra percepción de la figura? Una parte provechosa de la respuesta es devolver a la imaginación lo que hay en la imaginación, pero con cuidado de que las imágenes no interfieran en la flexibilidad del uso humano, como si se mantuviera el mito a distancia del suelo. También nos parece útil contemplar el diseño como la coreografía de lo familiar; la oportunidad de dar un masaje a nuestras sensibilidades con realizaciones formales que no son probablemente familiares (cualquier que sea su connotación específica en nuestras vidas individuales) y realizaciones formales o relaciones llenas de sorpresa, que reclaman nuestra atención y respuesta, preparándonos para la elección.

El hombre armónico no siempre es grande, pero si el hombre es grande es porque además es armónico y no un especialista. Cuanto más hacemos destacar de la multiplicidad de nuestros intereses y fuerzas originales los aspectos particulares, para desarrollar lo parcial o unilateral, tanto más ponemos en peligro lo humano.

De todo ello surgió esta idea de ciudad en la que los monumentos representan los puntos fijos de la creación humana, los signos tangibles de la acción de la razón y de la memoria colectiva; en la que la residencia se convierte en el problema concreto de la vida del hombre que poco a poco va organizando y mejorando el espacio en que habita, según sus viejas necesidades; y de esta manera, la estructura urbana, según las leyes de la dinámica de la ciudad, se va disponiendo en modos diversos, aunque siempre con los mismos elementos fijos: la casa, los elementos primarios, los monumentos. Estas diversificaciones dentro de la ciudad no comprenden las funciones; se trata de hechos urbanos de naturaleza distinta, que tienen una vida distinta y que están concebidos de una manera también distinta.

Cuando se unen «planificación» y «ecología», cambia la prioridad de los objetivos. Los objetivos se derivan a partir de la región. La planificación ecológica un instrumento que pone de manifiesto regiones como sistemas dinámicos e interactivos que tienen oportunidades intrínsecas y límites para todas las funciones humanas. Los futuros hipotéticos preferible serán ofrecidos por emplazamientos donde todos o la mayor parte de los factores propicios existan juntos con ninguno o pocos de los perjudiciales para cualquier uso previsto y para el conjunto de los mismos. Lo que constituye lo propicio y lo perjudicial se deriva del uso previsto en el sistema de valores de la persona o grupo iniciador.

Por monumento, en el sentido más antiguo y primigenio, se entiende una obra realizada por la mano humana y creada con el fin específico de mantener hazañas o destinos individuales (o un conjunto de éstos) siempre vivos y presentes en la conciencia de las generaciones venideras.

Cuando la mano del hombre interviene en su entorno real, ordenándolo y dándole forma, esto supone la satisfacción de una necesidad profundamente interna; pero la necesidad de su procedimiento nos viene a la conciencia sólo cuando vemos cómo nace de lo más profundo de nuestro organismo. […] Cualquier creación espacial parte en origen de la envolvente de un sujeto. Por ello se distingue esencialmente la arquitectura como arte humano frente a todas las pretensiones de las artes aplicadas. El creador y el usufructuario son inicialmente el mismo y, por ello, el punto de partida de nuestra explicación genética. […] La creación espacial es en cierto modo una irradiación del hombre contemporáneo, una proyección desde el interior del sujeto, independientemente de si se encuentra en persona allí dentro o se traslada espiritualmente.

El problema que determina más explícitamente nuestra crisis es que el marco conceptual de las ciencias no es compatible con la realidad. La teoría atómica del universo puede ser cierta, pero apenas explica los problemas reales del comportamiento humano. […]. Las consecuencias de todo esto para la teoría arquitectónica son enormes. El contenido poético de la realidad, el a priori del mundo, que es el marco de referencia definitivo para cualquier arquitectura verdaderamente significativa, está oculto bajo una gruesa capa de explicaciones formales. Debido a que el pensamiento positivista ha hecho lo posible para excluir el misterio y la poesía, el hombre contemporáneo vive con la ilusión del poder infinito de la razón. Ha olvidado su fragilidad y su capacidad de asombro, asumiendo generalmente que todos los fenómenos de su mundo, desde el agua o el fuego hasta la percepción o el comportamiento humano, han sido ‘explicados’. Para muchos arquitectos, el mito y la poesía son generalmente considerados sinónimo de sueños y locura, mientras que la realidad se considera equivalente a las teorías científicas prosaicas. […] El arte puede ser hermoso, por supuesto, pero rara vez se entiende como una forma profunda de conocimiento, como una interpretación genuina e intersubjetiva de la realidad. Y la arquitectura, en particular, nunca debe participar del presunto escapismo de las otras bellas artes; tiene que ser, antes que nada, un paradigma de construcción eficiente y económica.

El organismo vivo es sano citando es un producto del arte natural ajustado a los principios básicos de la arquitectura natural; del mismo modo la villa o la ciudad será sana, -física, espiritual y culturalmente- sólo cuando se desarrolle como productor del arte humano, y de de acuerdo a los principios básicos de la arquitectura humana. Sin duda, esto debe aceptarse como el secreto fundamental de toda construcción urbana.

El aspecto puramente inmaterial de lo humano es irrepresentable; pero tenemos una forma que resulta próxima e inmediata al concepto de lo puramente espiritual y que, en todo caso, es una forma perfectamente acabada que, a decir verdad, roza lo abstracto o puramente mental: esa forma es la esfera. La esfera, que representa, por así decir, la idea del punto que crece y se hace cada vez mayor (un concepto, por otra parte, el del punto que sólo nos podemos representar desde el punto de vista mental). La esfera, en cambio, puede ser perfectamente comprendida o representada.

Desde el punto de vista tectónico, un pilar de cuatro lados cumple la misma función que una columna. La columna pura, sin embargo, obra del espíritu griego, es la unión más sublime que pueda imaginarse entre los valores tectónicos y plásticos, el espíritu y el cuerpo, el logos y el mito. Mediante ese vínculo, se encuentra en una profunda relación con la esfera de lo humano. Que sus medidas sean comparadas de forma ideal con las medidas del cuerpo humano, o que en lugar de columnas puedan aparecer cuerpos humanos, constituyen solamente los aspectos más palpables de su humanidad esencial. En el ámbito de lo plástico, su aporte consiste en la renovación y el abultamiento de su fuste, yen el modelado plástico de su base, su capitel y su viguería.

Definimos el «kata» de la arquitectura metabólica como una unidad de espacio y de funciones de servicio. Si aprendemos a hacer una distinción entre estos dos elementos creo que será fácil construir una unidad nueva que resulte más significativa. El objetivo real de la arquitectura metabólica es explorar nuevos métodos para la obtención de espacios para el hombre. Este proceso de diferenciación nos permitirá definir en forma más clara cuál es la meta de la arquitectura. La arquitectura metabólica se dirigirá indefectiblemente a acumular cada vez más elementos para la obtención de ese espacio para el hombre. El método de reconstrucción periódica a medida que se producen cambios en la función ya no se considera realista, y lo será menos aún en el futuro. Creo que si consideramos el espacio y la función como elementos contrapuestos, conseguiremos que el entorno humano adquiera un orden metabólico en lugar de una belleza estática. De este modo responderá verdaderamente a los requerimientos de una realidad dinámica.

Qué duda cabe de que las primeras sociedades humanas, antes de levantar templos a sus divinidades y construir palacios para sus reyes, pensaron primero en asegurarse un abrigo contra las intemperies de las estaciones. Además se ha destacado con razón que esas sociedades se componían de pastores, de agricultores o de cazadores. Los pastores llevaban una existencia nómada y conducian sus rebaños por los valles más fértiles. Por consiguiente les interesaba construirse alojamientos móviles que pudieran transportar en sus frecuentes peregrinajes. Se les atribuye así la invención de la tienda. Las familias dedicadas a la agricultura habitaban las llanuras y las orillas de los ríos y sin duda construyeron cabañas. En cuanto a los cazadores empujados hacia las zonas de bosques y montañas, y los ictiófagos, apostados a orillas del mar, es probable que se refugiaran en cavernas y cavaran grutas en los flancos de las rocas. Esta variedad de viviendas ha dado a su vez lugar a varios sistemas de construcción. Las fábricas chinas y japonesas son una imitación exacta de la tienda; los templos de la India y de Nubia tienen estrechas concomitancias con las cavernas de los pueblos trogloditas; por último, la cabaña lleva en germen toda la arquitectura griega y romana… Las diversas construcciones que acabamos de señalar contenían en germen todos esos templos y palacios que se encuentran en las diversas regiones del mundo, las cuales, simples y toscas en la infancia de las civilizaciones, se han modificado poco a poco bajo el influjo de causas físicas, necesidades morales, y progreso de las ciencias, terminando por alejarse tanto de su origen que no se les puede relacionar con éste más que por conjeturas más o menos probables.

Mientras que la imagen es central para la creación de paisajes, la tendencia de muchos paisajistas contemporáneos a asumir que esto prioriza únicamente las cualidades visuales y formales limita significativamente el pleno alcance eidético de la creatividad paisajística. Uso aquí el término eidético para referirme a una concepción mental que puede ser ilustrada, pero puede igualmente ser acústica, táctil, cognitiva o intuitiva. A diferencia de la pura impresión retinal de ciertas representaciones (fotografía, pintura, ilustración, etc.), las imágenes eidéticas contienen una amplia gama de ideas que conforman la base de la creatividad humana. En consecuencia, la manera en que ‘imaginamos’ el mundo condiciona literalmente cómo la realidad es conceptualizada y conformada.

En el estado actual de la evolución de la sociedad, considero que es inconcebible construir casas, ciudades, según los planos, incluso a escala de una fracción pequeña de territorio, según las rutinas, que son la de los constructores y fortalezas medievales. En efecto, la arquitectura llamada contemporánea, que de tiempo en tiempo se considera como algo audaz, emplea materiales semejantes a los de nuestros lejanos antepasados: volúmenes, planos vacíos de rigor. Estos materiales están acabados. Convenían a una topología primaria, basada sobre las leyes de la jungla. Abrigado contra las intemperies o contra los otros humanos, conjunto de refugios al abrigo de otros conjuntos. Esta es una topología del miedo, una topología de circuito cerrado, a más o menos vencimiento, que domina todavía el campo de la arquitectura. La nueva topología que propongo es una topología abierta, una topología de la confianza, si no del amor en el sentido más noble del término. Es preciso acabar con los refugios, con los conjuntos de refugios. Deben ser reemplazados por células abiertas, por estructuras rítmicas en el tiempo y en el espacio.

Una consecuencia del funcionalismo y del mutualismo es el énfasis en la forma (más que en la constitución material) de los edificios; los materiales y los métodos adquieren relevancia bastante más tarde en el proceso de proyecto. Otra consecuencia es que se requiere que los arquitectos diseñen entidades dinámicas más que estáticas. Claramente, la parte humana del sistema es dinámica, pero también es cierto (aunque menos evidente) que la parte estructural debe representarse como un regulador continuo de sus habitantes humanos.

Para generar una diversidad exuberante en las calles y distritos de una ciudad son indispensables cuatro condiciones. (I) Primero, el distrito, y sin duda cuantas partes del mismo como sean posibles, ha de cumplir más de una función primaria; preferiblemente, más de dos. Éstas han de garantizar la presencia de personas que salen de sus hogares en horarios diferentes y que está allí con fines distintos, pero capaces de usar muchos equipamientos en comun. (II) Segundo, la mayoría de las manzanas han de ser pequeñas, es decir, las calles y las ocasiones de doblar la esquina han de ser abundantes. (III) Tercero, el distrito ha de mezclar edificios de distintas épocas y condiciones, incluyendo una buena proporción de casas antiguas, de forma que presenten una gran variedad en su rendimiento económico. Esta mezcla ha de ser necesariamente bastante compacta. (IV) Cuarto, ha de haber también una concentración humana suficientemente densa, sean cuales fueren los motivos que los lleve allí. Esto requiere una densa concentración de personas presentes en dichos lugares por ser su residencia habitual.

Para modelar sencilla y lealmente un animal en barro húmedo, no se necesitó, una vez despierto en el hombre el sentido imitativo, ninguna función posterior del ingenio humano, puesto que el modelo –el animal viviente– existía ya dispuesto en la naturaleza. Pero dibujar, pintar o rayar por vez primera el mismo animal sobre una superficie exigió una actividad francamente creadora, pues no era en este caso el cuerpo lo que se copiaba, sino la silueta, el contorno, que no existe en la realidad y que hubo de inventar libremente el hombre. Desde este momento, el arte avanza en su infinita capacidad de representación. Al abandonar la corporeidad y contentarse con la apariencia, se libera la fantasía de la severa observancia de las formas de la naturaleza, dando paso a un trato y a unas combinaciones menos serviles de aquéllas.

Y ésta es la tarea del arquitecto: ordenar el entorno del ser humano y establecer relaciones entre ambos.

Es necesario, en primer lugar, analizar brevemente la expresión del impulso de construcción desde lo que puede llamarse el punto de vista psicológico. En términos generales, no hay cinco órdenes de arquitectura, ni cincuenta, sino solo dos: Arreglado y Orgánico. Estos corresponden a los dos términos de esa «dualidad inevitable» que divide la vida. […] La arquitectura arreglada es razonada y artificial, producida por el talento, gobernada por el gusto. La arquitectura orgánica, en cambio, es producto de alguna oscura necesidad interna, subconsciente, de autoexpresión. Es como si la Naturaleza misma, a través de algún órgano humano de su actividad, se hubiera dirigido al servicio de los hijos e hijas de los hombres.

Sin duda es excelente estudiar a los antiguos maestros para aprender a pintar, pero no puede ser más que un ejercicio superfluo si su finalidad es comprender el carácter de la belleza presente. […] En una palabra, para que toda modernidad sea digna de convertirse en antigüedad, es necesario que se haya extraído la belleza misteriosa que la vida humana introduce involuntariamente. A esa tarea se aplica particularmente el Sr. G.

Es sabido que el materialismo histórico reconoce en la base económica el principio director, la ley determinante del desarrollo histórico. En relación con esto, las ideologías -y, entre ellas, la literatura y el arte– aparecen en el ámbito del proceso evolutivo solamente como una superestructura, que lo determina de un modo secundario. Partiendo de esta constatación fundamental, el materialismo vulgar saca la consecuencia mecánica y errónea, distorsionada y aberrante, de que entre la base y la superestructura subsiste un mero nexo causal, en el que el primer término figura solamente como causa, mientras que el segundo aparece sólo como efecto. […] ¿Cuál es la causa de la aversión manifestada ante la teoría marxista de la superestructura incluso por parte de aquellos estudiosos burgueses que se muestran abiertos a nuevos conocimientos y cargados de buena voluntad? En mi opinión hay que buscarla en el hecho de que también estos estudiosos ven en la concepción superestructural de la literatura y el arte un envilecimiento estético y cultural de éstos. Algo absolutamente sin razón. La ideología burguesa cree haber descubierto en la literatura y en el arte la encarnación de la «esencia eterna del hombre»; y así como se dedica a despojar al Estado y al Derecho de la función que a tales entidades corresponde como instrumentos de la lucha de clases, la ideología burguesa trata además de mostrar la cara humanística de la literatura y el arte y de establecer la ubicación que les corresponde en el seno de la unión humana por poner en su lugar al hombre real, comprometido en la lucha y socialmente activo, que históricamente se transforma y llega a ser el fantasma de una «esencia eterna del hombre», la cual nunca ha existido en ninguna parte.

El fundamento más general para la proyección es aquí también la concepción sucesiva y la unitaria. El espacio interior de una catedral nace en mi concepción como la línea. Nace de un punto, a saber, de aquel punto desde el cual yo la observaba con arreglo a su naturaleza especial. Ensanchase en distintas direcciones. Y todo esto en cada momento de nuevo. Está dotada de vida en todas sus partes en el mismo sentido que el espacio del cuerpo humano. No es sólo un cuerpo físico, ni tampoco un cuerpo geométrico, sino un cuerpo estético. Tiene eventualmente sus miembros. Así, por ejemplo, tiene el espacio de una iglesia con nichos y naves, en este sentido miembros: extiéndese y esparce su vida por su interior, como un hombre en sus miembros, su vida y su voluntad. Y nace todo esto, en ciertos casos, libremente, valientemente, quizás jugando, como un hombre.

Ha puesto el orden a medir. Para medir, ha tomado su paso, su pie, su codo o su dedo. Imponiendo el orden de su pie o de su brazo, ha creado módulo que regla toda la obra, y esta obra está dentro de su escala, de su conveniencia, de sus deseos, de su comodidad, de su medida. Es la escala humana. Armoniza con él, y esto es lo principal. Pero al decidir la forma del recinto, la forma de la choza, la situación del altar y de sus accesorios, ha seguido instintivamente los ángulos rectos , los eje, el cuadrado, el círculo. Porque de otro modo no podía crear algo que diese la impresión de que creaba. Porque los ejes, los círculos, los ángulos rectos, son las verdades de la geometría, son los efectos que nuestros ojos miden y reconocen, de modo que otra cosa sería azar, anomalía, arbitrariedad. La geometría de este lenguaje del hombre.

La división engañosa entre arquitectura racional e intuitiva, entre arquitectos científicos y artísticos, entre funcionalismo, metodologías tipológicas o formalismo y todo tipo de expresionismo, ha determinado solo los dos últimos siglos de arquitectura. Esta profunda ruptura fue el resultado inevitable de una visión del mundo que planteó la separación absoluta de los reinos objetivo y subjetivo de la realidad humana. De hecho, antes de finales del siglo dieciocho, los arquitectos no tenían que elegir entre dos opciones irreconciliables. Fue con el trabajo de Durand, cuando los arquitectos comenzaron a percibir el dilema que aún les afecta hoy.

La construcción del sistema de normas tiene siempre por objeto garantizar una permanencia, una estabilidad de la arquitectura, precisamente en el sentido de una estabilización de las formas. Además, por lo que se refiere a la relación entre tales sistemas normativos con los principios, el significado teórico de estos últimos estriba en su generalidad respecto a la experiencia de la arquitectura y en la «certeza» notable que presentan… La primera de ellas corresponde a las condiciones propias del principio fundamental de la arquitectura…; reduce el problema de la valoración de la arquitectura a la valoración de su forma lógica, es decir de la concatenación lógica de las opciones. En este sentido, queda excluida tanto una valoración progresiva de la arquitectura que no se identifique con su fin cognoscitivo, como una actitud respecto al significado de la forma arquitectónica que no se identifique con el carácter cognoscitivo referido a las formas históricas, es decir, con el aspecto «referencial» en relación con la experiencia de la arquitectura… En cambio la segunda dirección nos lleva por lo general al problema de la valoración de la arquitectura por su significado humano propiamente dicho, o sea, incluyendo también su significado emocional, y por ello se refiere al carácter evocativo de la forma; cuyo valor estriba precisamente en el recorrido de hecho para alcanzarla, así como el motivo original de ella. Por lo tanto su valoración está ligada a la complejidad de la realidad que se refleja en la forma, y su significado consiste principalmente en las ideas que están vinculadas a ella.

Estamos convencidos de que la solución correcta a los problemas de las formas constructivas es igualmente importante para todas las ramas de la creación humana -la arquitectura, la ingeniería mecánica, las artes aplicadas, la industria de la imprenta, etc.-. El constructivismo puede y debe tener en cuenta todas las necesidades concretas de la vida contemporánea y ha de responder plenamente a las necesidades del consumidor masivo, el «cliente» colectivo, el pueblo.

El hecho de que innumerables telas, joyas, sillas y encuadernaciones, lámparas y vasos se fabriquen con arreglo a sus respectivos modelos constituye el símbolo de que cada uno de esos objetos tiene su ley fuera de si mismo, es sólo el ejemplo fortuito de una generalidad. El sentido de su forma es el estilo y no la unicidad, a través de la cual se manifiesta, precisamente en ese objeto único, un alma en lo que tiene de singular. Esto no quiere ser una descalificación del arte aplicado, como tampoco se puede establecer entre el principio de individualidad y el principio de generalidad un orden de precedencia. Constituyen más bien los polos de las posibilidades de la creatividad humana y de los cuales ninguno puede prescindir del otro sino que solamente en cooperación con el otro, aunque en una infinidad de combinaciones, cada uno de estos principios puede determinar la vida —se trate de la vida interior o de la exterior, de la activa o de la ociosa— en cada uno de sus puntos. Y veremos las necesidades vitales, que sólo los objetos estilizados, y no los objetos singulares del arte, pueden satisfacer.

El despertar, la organización y el paso a consciencia (en el más amplio sentido) de los afectos y las impresiones tienen, por tanto, lugar por la línea de la mimesis, y sabemos ya que el ritmo tiene un importante papel —también desde este punto de vista— en el proceso de trabajo, y que precisamente por él tienen lugar los comienzos de la liberación de la interioridad, el fenómeno que aquí nos interesa. Estas tendencias experimentan una intensificación cualitativa con la mimesis. Sabemos por anteriores consideraciones que la finalidad originaria de esas tendencias no era en modo alguno lo artístico, sino que han nacido como consecuencia necesaria de la contemplación mágica de la realidad, como consecuencia del esfuerzo mágico por influir en las fuerzas y los poderes ocultos que dominan la vida humana, y eliminarlos cuando es necesario, o inhibirlos por lo menos. El carácter artísticamente evocador de la mimesis se produce entonces como producto secundario en parte ajeno a la intención concreta.

La arquitectura será el desarrollo vernáculo acorde con el sentimiento natural y los medios industriales para servir con arte necesidades actuales… Los intentos de usar formas extraídas de otras culturas y condiciones diferentes a las propias deben terminar… América -una república democrática- presenta más que cualquier otra nación este nuevo problema arquitectónico. Sus instituciones están concebidas (o así se dice), al menos con espíritu democrático… La individualidad, por tanto, es un ideal nacional grande, fuerte. Cuando este ideal degenera en mezquino individualismo, nacionalismo o desenfreno personal, no es más que una manifestación de debilidad, propia de la naturaleza humana. Semejante degeneración no es un defecto fatal para el ideal democrático… En América, pues, cada uno tiene este derecho peculiar, inalienable a vivir su vida en su propia casa a su propia manera …

Hay que tender al establecimiento de normas para hacer frente al problema de la perfección. El Partenón es un producto de selección aplicado a una norma establecida. Ya después de un siglo, el templo griego estaba organizado en todos sus elementos. Cuando se ha establecido una norma, se ejerce el juego de la competencia inmediata y violenta. Es una lucha; para ganar, hay que se mejor que el adversario en todos los aspectos, en Ja línea de conjunto y en todos los detalles. Es, pues, el estudio a fondo de las partidas. El progreso. La norma es una necesidad de orden llevada al trabajo humano. La norma se establece sobre bases ciertas, no arbitrariamente, sino con la seguridad de las cosas motivadas, y con una lógica presidida por el análisis y la experimentación

Al estilo pertenece, además de los utensilios y de las manos que los manejan, el material amorfo que se moldea y trasmuta en forma creativa. En primer lugar, cada obra de arte debe reflejar en su apariencia, por así decirlo, la sustancia física del material. Por ejemplo, el templo griego de mármol difiere del estilo del casi idéntico templo construido con piedra porosa. De este modo, se puede hablar de un estilo en madera, en ladrillo, en sillería de piedra, etcétera. Pero por material se entiende también algo más elevado: la tarea, el tema de la realización artística. A continuación queremos referirnos a este momento, es decir, al contenido de la configuración artística, porque es el más importante y decisivo, y a él debemos ceñirnos en esta sesión. Porque dentro de una concepción general, ¿cuál es la materia y el objeto de todo esfuerzo en el cambo del arte? Yo creo que debe señalarse como tal al ser humano, en todas sus relaciones y circunstancias con respecto al mundo exterior.