historia

La historia del arte se presenta como una continua lucha contra la materia. No es lo primordial la herramienta o la técnica, sino el pensamiento creador que quiere ensanchar su área y elevar su capacidad cultural. ¿Por qué no puede valer también para sus comienzos esta relación que recorre toda la historia del arte? Lo que sabemos por sus retos culturales sobre la creación artística de pueblos con un grado civilización semicaníbal, lejos de obligarnos a admitir un origen técnico-material de las artes, y en especial, de las formas ornamentales del estilo geométrico, contradice directamente dicha teoría.

Criticar significa, de hecho, tomar la fragancia histórica de los fenómenos, someterlos a la criba de una rigurosa valoración, revelando las mistificaciones, valores, contradicciones e íntimas dialécticas, hacer explotar toda la carga de significados. Pero cuando mistificaciones y destrucciones geniales, historicidad y antihistoricidad, intelectualismos exasperantes y mitologías desarmantes se entrecruzan de man,era tan indisoluble en la producción artística, tal como sucede en el período que estamos actualmente viviendo, el crítico se encuentra constreñido a instaurar una relación extremadamente problemática con la praxis operativa, teniendo en cuenta especialmente las tradiciones culturales en las que se mueve.

Así como el erotismo implica un doble placer que involucra construcciones mentales y sensualidad, la resolución de la paradoja arquitectónica requiere conceptos arquitectónicos y, al mismo tiempo, la experiencia inmediata del espacio. La arquitectura tiene el mismo estatus, la misma función y el mismo significado que el erotismo. En la unión posible / imposible de conceptos y experiencias, la arquitectura aparece como la imagen de dos mundos: personal y universal. El erotismo no es diferente; para alguien cuyo concepto conduce al placer (exceso), el erotismo es «personal» por naturaleza. Y por naturaleza también es «universal». Así, por un lado, hay placer sensual, el otro y el yo; por otro, la investigación histórica y la racionalidad última. La arquitectura es el último «objeto» erótico, porque un acto arquitectónico, llevado al nivel de exceso, es la única manera de revelar tanto las huellas de la historia como su propia verdad experiencial inmediata.

Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar.

Es ilusoria la impresión de que ahora avanzamos más rápido que en el pasado, excepto en lo relativo a la técnica. La técnica sólo es una parte de la arquitectura… Considerando las fases de la arquitectura desde 1750 como si formasen una unidad, y comparando ésta con una unidad anterior de la historia de la arquitectura sin duda igual de arbitraria (la arquitectura del periodo barroco), la rapidez de la evolución apenas parecería haber aumentado, como tampoco esa evolución parecería representar estéticamente nada que pudiese considerarse un progreso absoluto. La cuestión más crucial que permanece abierta hoy en día [1929] en la arquitectura es la de la relación entre la técnica y la expresión estética.

Hoy tenemos un conflicto entre dos tendencias diferentes. Una afirma que el desarrollo «natural» de la arquitectura depende de la apropiación y el dominio final de la técnica, lo que inevitablemente conduce a la objetivación y la cuantificación: el consumo del espacio de encuentro. La otra tendencia ve a la Arquitectura como una disciplina autónoma y autorreferencial, inventando su propia tradición a través de monumentos mudos. Sin embargo, hay un enfoque que no es tan simple o claro de delinear como el anterior, pero que intenta, sin embargo, tratar con la complejidad poética de la arquitectura en el tiempo. Busca explorar el orden más profundo, no solo en las formas visibles, sino también en las fuentes invisibles y ocultas que nutren la cultura misma, su pensamiento, arte, literatura, sonido y movimiento. Considera la historia y la tradición como un cuerpo cuyos recuerdos y sueños no pueden ser simplemente reconstruidos. Tal enfoque no desea reducir lo visible a un pensamiento, y la arquitectura a un mero constructo. Una orientación como ésta admite en sus métodos y atestigua en sus intenciones la intensidad de la experiencia, su «transparencia opaca», y, por sus expectativas diferidas, cuestiona continuamente sus propios presupuestos.

Así como, en el aspecto formal, una analogía en los elementos débiles, derechos y ligeros, en la simplicidad de los planos, en el ritmo reposado de macizos y huecos, en los que la alternancia de las sombras geométricas crea una composición de espacios y de valores, recuerda los períodos del origen de la arquitectura griega, en el aspecto de su desarrollo, por estar en el inicio de un grandísimo porvenir, por no haber establecido hasta ahora más que una pequeña parte de sus características, por esperar de su evolución natural la obtención de un arte más pleno, y por el hecho de que este renacer vive en un movimiento general de renacimiento, podemos reconocer precisamente todos los caracteres de un nuevo período arcaico en la historia de la arquitectura.

La arquitectura como «acto emocional del artista» no tiene justificación. La arquitectura como «continuación de las tradiciones de la construcción» implica que sea arrastrada por la historia de la arquitectura… La construcción es la base y la característica del nuevo mundo de formas.

La arquitectura y la educación arquitectónica reflejan, quizás con mayor precisión que cualquiera de las demás artes, el orden social, la ideología de la configuración formal, y los límites más allá de los cuales las formas se vuelven inaceptables y simplemente se consideran irrelevantes y ordenadas/»>desordenadas. Esta condición parece surgir de la estrecha colaboración histórica que existe entre la realidad del edificio, su entorno simbólico y las consecuencias recíprocas de su mutua transposición .

El propio observador, debe desempeñar un papel activo al percibir el mundo y tener una participación creadora en la elaboración de su imagen. Debe contar con el poder de cambiar esa imagen para adaptarse a necesidades cambiantes. Un medio ambiente que está ordenado en forma detallada y definitiva puede impedir que aparezcan, nuevas pautas de actividad. Un paisaje en el que cada una de las rocas narra una historia puede hacer difícil la creación de nuevas historias. Aunque ésta pueda no parecer una cuestión decisiva en nuestro actual caos urbano, indica, con todo, que lo que buscamos no es un orden definitivo sino abierto a las posibilidades, capaz de un ininterrumpido desarrollo ulterior.

La ciudad está constituida por partes; cada una de estas partes está caracterizada; posee, además, elementos primarios alrededor de los cuales se agregan edificios. Los monumentos son, pues, puntos fijos de la dinámica urbana; son más fuertes que las leyes económicas, mientras que los elementos primarios no lo son en forma inmediata. Ahora, ser monumentos es en parte su destino; no sé hasta qué punto este destino es previsible. En otros términos: por lo que atañe a la constitución de la ciudad es posible proceder por hechos urbanos definidos, por elementos primarios, y esto tiene relación con la arquitectura y con la política; algunos de estos elementos se elevarán al valor de monumentos sea por su valor intrínseco, sea por una particular situación histórica, y esto se relaciona precisamente con la historia y la vida de la ciudad.

Tanto las soluciones que han tenido buen éxito como las que han fracasado, revelan que no es posible lograr una verdadera arquitectura cimentada en los recursos de la decoración y que los problemas de la arquitectura moderna no pueden ser resueltos por medios puramente externos. Ahora bien, la huida de la herencia histórica no puede aportar una solución, como tampoco puede hacerlo un retorno puramente decorativo a las formas del pasado… No podemos prescindir del pasado para la solución de los problemas de la arquitectura de nuestro tiempo. Podemos hacer abstracción de sus aspectos externos, pero no del trabajo realizado ya en el terreno de los problemas arquitectónicos.

Si la única forma de tradición, de transmisión del pasado, consiste en seguir los caminos de la generación precedente, con una adhesión tímida o ciega a sus éxitos, la «tradición» no se debería ciertamente apoyar … la tradición tiene un significado mucho más amplio. La tradición no puede heredarse, sólo puede obtenerse mediante un gran esfuerzo. Duplica, en primer lugar, el sentido histórico, que podemos decir es indispensable para cualquiera que quiera continuar siendo poeta después de los veinticinco años; y el sentido histórico implica percepción, no solamente del pasado como pasado, sino del pasado como presente; el sentido histórico obliga a un hombre a escribir no solamente con su generación en la sangre, sino con el sentimiento de toda la literatura europea… tiene una existencia simultánea y compone un orden simultáneo. Este sentido histórico, es un sentido tanto de lo no temporal como de lo temporal, es lo que hace a un escritor tradicional, y al mismo tiempo, de su propia contemporaneidad… Ningún poeta, ningún artista de cualquier clase, tiene aisladamente un complejo significado».

La unicidad de nuestra cultura, que es producto de la evolución histórica, debe reconciliarse con el hecho palpable de que opera dentro de un contexto histórico y contiene dentro de sí misma su propia memoria histórica.

El concepto aceptado de ciudad es el de una serie de círculos concéntricos que decrecen en densidad residencial y en grado de ocupación de la tierra hacia los bordes, provistos de una trama de calles de tipo radial que se origina en el centro histórico de la ciudad. A este esquema se ha agregado recientemente el concepto de ciudades satélites de baja densidad, concéntricas y «autosuficientes» (aisladas, alrededor de Londres; conectadas, en Estocolmo). En el concepto de clúster no hay un solo «centro», sino varios. Los centros de presión están vinculados con la industria y con el comercio, ya que éstos son los puntos naturales en los cuales se expresa la vida de la comunidad: el brillo de las luces y el movimiento de las muchedumbres.

La concepción de un espacio hueco elaborada a partir de un no-espacio, tal como se nos había impuesto por la historia etimológica de la palabra alemana Raum, encuentra su confirmación en un vastísimo material etnológico (que no seguiremos desarrollando aquí). La cosmovisión de la astronomía griega, como la hemos tratado, al menos someramente, refiriéndonos a Aristóteles, no es más que una cristalización transparente y clara de esta conciencia primitiva del espacio. Aún no se piensa en absoluto en un espacio infinito.

Si no existe un valor artístico eterno, sino sólo uno relativo, moderno, el valor artístico de un monumento ya no será un valor rememorativo, sino un valor de contemporaneidad. Ciertamente, la conservación de monumentos ha de contar con él, puesto que, al tratarse de un valor en cierto modo práctico, del día, frente al valor histórico y rememorativo del pasado, exige con tanta mayor urgencia nuestra atención, pero debe quedar excluido del concepto de «monumento». Si nos declaramos partidarios de la concepción de la esencia del valor artístico, tal y como, con ímpetu irresistible, se ha configurado en la época más reciente como resultado final del conjunto de la inmensa actividad investigadora del siglo XIX en la historia del arte, no podremos hablar en adelante de «monumentos históricos y artísticos», sino solamente de «monumentos históricos».

La perenne crisis de la historia de la arquitectura se debe a la perenne carestía de una ciencia de las leyes esenciales que parecen dominar al hombre como núcleo de fuerzas.

La contingencia y la circunstancialidad histórica, así como la persistente particularidad sensual del artefacto, deben ser consideradas como incorporadas en el objeto arquitectónico; saturan la esencia misma de la obra. Cada objeto arquitectónico se coloca en una situación específica en el mundo, por así decirlo, y su manera de hacer esto limita lo que se puede hacer con él en la interpretación….. Se trata de una arquitectura que no puede reducirse ni a una representación conciliadora de las fuerzas externas ni a un sistema formal dogmático y reproducible. Si una arquitectura crítica ha de ser mundana y autoconsciente al mismo tiempo, su definición está en su diferencia de otras manifestaciones culturales y de categorías o métodos apriorísticos.

hablar del diseño como de algo situado entre material e «inmaterialidad», pese a todo, no deja de tener un cierto sentido. Y es que, efectivamente, existen dos maneras distintas de ver y de pensar: la material y la formal. La barroca era material: el Sol está realmente en el centro y las piedras caen realmente según una fórmula. (Era material, stofflich, y, precisamente por eso, no materialista.) La nuestra es más bien formal: el heliocentrismo y la ecuación de la caída libre son formas prácticas (éste es un razonamiento formal y, justo por esa razón, no inmaterialista). Estas dos maneras de ver y de pensar conducen a dos maneras distintas de diseñar y proyectar. La material lleva a representaciones (como por ejemplo, representaciones anima. les en las paredes de las cuevas). La formal, a modelos (como por ejemplo, diseños de canalizaciones grabados en tablillas mesopotámicas). La primera de las maneras de ver pone el acento sobre lo que aparece en la forma, la segunda, sobre la forma de lo que aparece, del fenómeno. Así, es posible interpretar, por ejemplo, la historia de la pintura como un proceso, en el transcurso del cual se va imponiendo el modo formal de ver sobre el material (aunque con algunas derrotas parciales, claro está). Intentemos mostrarlo

El libro de historia de la arquitectura al lado del tecnígrafo puede convertirse en la imagen real para representar una nueva actitud crítica y una nueva relación con la historia que, para algunos, se convierte además en un angustioso material de proyecto, si no proyecto en sí mismo. La reflexión sobre la historia asume para algunos de los arquitectos más representativos una verdadera y propia unidad de medida; no sólo para valorar las diferencias recíprocas, sino también para calcular todas las distancias heréticas del movimiento moderno.

Como afirma Sigfried Giedion en El presente eterno (1962), entre los impulsos más profundos de la cultura de la primera mitad del siglo ha estado el deseo transvanguardista de retornar a la atemporalidad del pasado prehistórico, para recuperar esta dimensión de un presente eterno por fuera de las pesadillas de la historia y las compulsiones del progreso instrumental. Este deseo se insinúa como base desde donde resistir la mercantilización de la cultura. Dentro de la arquitectura, la tectónica aparece como una categoría mítica a través de la cual ingresar a un mundo donde la “presencia” de las cosas facilite la aparición y experiencia de los hombres. Más allá de las aporías de la historia y el progreso, y por fueran de enmarques reaccionarios del Historicismo y las neo-vanguardias, yace la potencialidad para una contra-historia marginal. Tiene que ver con los intentos de Vico de referir a las lógicas poéticas de las instituciones insistiendo que el conocimiento no es una simple provincia de los hechos objetivos sino la consecuencia de la elaboración subjetiva y colectiva de los mitos arquetípicos, es decir la reunión de las verdades simbólicas subyacentes en la experiencia humana. El mito crítico de las articulaciones tectónicas apunta a ese momento ejercitado desde la continuidad del tiempo.

El impulso de la imitación ha imperado en todos los tiempos. Su historia es la historia de la habilidad manual y carece de importancia estética. Precisamente los tiempos más remotos, este curso se encontraba totalmente divorciado del impulso artístico propiamente dicho; encontraba su satisfacción sobre todo en las artes menores, en la producción de aquellos idolillos y juguete simbólicos que conocemos de todas las tempranas épocas artísticas y que en muchos casos están en franca contradicción con las creaciones en que se manifiesta que el puro impulso artístico de los pueblos en cuestión.

Las formas surgidas de exigencias objetivas, conformadas por la vida, cuyo carácter primitivo no ha sido modificado por el hombre, son de índole natural y elemental, mientras que aquéllas a las que se quiere dotar de una expresión, se derivan de una norma, de reglas entendidas como un hecho de conocimiento humano. De manera que las primeras de estas formas, aun sometidas continuamente por circunstancias externas a modificaciones, son desde luego realmente eternas e indestructibles, ya que son formas a las que la vida confiere sin cesar un nuevo renacer. Por el contrario, las formas emanadas de una voluntad de expresión se encuentran sometidas a la caducidad y a las variaciones del conocimiento del hombre. Ello quiere decir que las formas que satisfacen una finalidad práctica surgen asimismo de una manera natural y discurren, por así decir, por un sendero anónimo, en tanto que las que responden a una voluntad de expresión tienen un origen psíquico y por eso mismo alcanzan el más alto grado de subjetividad e indeterminación. Con otras palabras: las formas que satisfacen una finalidad objetiva son siempre, y en todas partes, las mismas. En cambio, las formas debidas a una voluntad de expresión se encuentran ligadas al linaje y al conocimiento, y por lo tanto al lugar ya la época. La historia de la evolución formal, el llegar a ser de las formas [Gestaltwerdung], es en realidad una historia de los requerimientos que se aplican a la expresión de las cosas.

Arte no-acabado y arte en proyecto y, al mismo tiempo, proyecto de existencia según un orden que no es el de la lógica formal, sino un orden interno de la existencia en cuanto tal, de su realización: un principio de estructura que se delinea y construye en la sucesión misma de los acontecimientos no experimentados pasivamente… Así como en tiempos el arte revelaba en el objeto la estructura inmóvil del mundo objetivo hoy debe revelar en el proyecto la estructura móvil de la existencia. El proyecto, cuyo modelo metodológico ha de suministrarnos el arte, es, en resumen, la ajetreada defensa de la vida social, histórica, en su enfrentamiento cotidiano con la eventualidad y el caso; y contra la muerte, eventualidad extrema y última de los casos. En la proyección del arte hay un sentido, un interés, una pasión de la vida que no encontramos en la lógica irreprochable de la proyección tecnológica, que crece sobre sí misma en sucesivas ilaciones, ignorando la alternativa de muerte que acompaña a cualquier acción moral, y por tanto siempre en peligro de sobrepasar, sin siquiera percatarse de ello, el límite de la vida. De hecho ya lo ha sobrepasado: de progreso en progreso ha llegado a programar la muerte.

Es sabido que el materialismo histórico reconoce en la base económica el principio director, la ley determinante del desarrollo histórico. En relación con esto, las ideologías -y, entre ellas, la literatura y el arte– aparecen en el ámbito del proceso evolutivo solamente como una superestructura, que lo determina de un modo secundario. Partiendo de esta constatación fundamental, el materialismo vulgar saca la consecuencia mecánica y errónea, distorsionada y aberrante, de que entre la base y la superestructura subsiste un mero nexo causal, en el que el primer término figura solamente como causa, mientras que el segundo aparece sólo como efecto. […] ¿Cuál es la causa de la aversión manifestada ante la teoría marxista de la superestructura incluso por parte de aquellos estudiosos burgueses que se muestran abiertos a nuevos conocimientos y cargados de buena voluntad? En mi opinión hay que buscarla en el hecho de que también estos estudiosos ven en la concepción superestructural de la literatura y el arte un envilecimiento estético y cultural de éstos. Algo absolutamente sin razón. La ideología burguesa cree haber descubierto en la literatura y en el arte la encarnación de la «esencia eterna del hombre»; y así como se dedica a despojar al Estado y al Derecho de la función que a tales entidades corresponde como instrumentos de la lucha de clases, la ideología burguesa trata además de mostrar la cara humanística de la literatura y el arte y de establecer la ubicación que les corresponde en el seno de la unión humana por poner en su lugar al hombre real, comprometido en la lucha y socialmente activo, que históricamente se transforma y llega a ser el fantasma de una «esencia eterna del hombre», la cual nunca ha existido en ninguna parte.

Un pato, para él [Robert Venturi], es un edificio con la forma de su función (un edificio en forma de pájaro en el que se vendan señuelos para cazar patos), o un edificio moderno donde construcción, estructura y volumen sean su propia decoración. […] Para Venturi la Opera de Sydney es un pato, y desea que no prospere esta forma de expresión porque cree que el Movimiento Moderno ya lo ha utilizado demasiado. Yo no estoy de acuerdo con este juicio histórico, y mucho menos todavía con lo que puede implicar. Venturi, al igual que el típico arquitecto moderno al que quiere suplantar, está adoptando la táctica de la inversión exclusivista. Está recortando un gran área de la comunicación arquitectónica, la de los edificios-pato -técnicamente hablando, signos icónicos-, para conseguir que su modalidad preferida, la de las naves-decoradas –signos simbólicos-, destaque con mayor potencia. Una vez más un arquitecto moderno nos está exigiendo, en nombre de la racionalidad, que sigamos un camino único y sencillo. Pero es que necesitamos tener a nuestra disposición todas las modalidades de comunicación no solamente una o dos. El compromiso del arquitecto moderno con esa arquitectura de luchas callejeras nos lleva a esta excesiva simplificación, en vez de a una teoría equilibrada de la significación.

Desde el siglo xv hasta nuestros días, la arquitectura ha estado bajo la influencia de tres «ficciones» –representación, razón e historia-. A pesar de la aparente sucesión de estilos arquitectónicos, cada uno con su propia etiqueta -Clasicismo, Neoclasicismo, Modernismo, Posmodernismo y así sucesivamente- estas tres ficciones han persistido en una u otra forma durante quinientos años. Cada una de las ficciones tenía un propósito fundamental: el de la representación, dar cuerpo a la idea de significado; el de la razón, codificar la idea de verdad; el de la historia, rescatar la idea de lo atemporal de las garras del continuo cambio. Dada su persistencia será necesario considerar que este período manifiesta una continuidad de pensamiento arquitectónico. A este modo de pensar lo llamaremos clásico.

Acompañando al fin del origen, la segunda característica básica en una arquitectura no-clásica es su liberación de objetivos o fines a priori -el fin del fin-. El fin de lo clásico implica también el fin del mito del fin como efecto, sobrecargado de valor, del progreso o de la dirección que tiene la historia. Las ficciones de lo clásico, siguiendo lógicamente la clausura potencial del pensamiento, despertaron el deseo de confrontar, exhibir e incluso trascender el fin de la historia. Se pensaba que los objetos estaban imbuidos de valor porque su relación con un origen significante, evidente en sí mismo, podía, de algún modo, trascender al presente, dirigiéndose hacia un futuro atemporal, hacia una utopía.

El estar fuera de escala, la repetición de elementos iguales, la aproximación del orden gigante al orden enano o el uso de objetos iguales en contextos lógicos diversos, opera sobre los objetos de la historia con lacónico estupor, como si los conociéramos por primera vez. Llamaremos a este método extrañamiento; refiriéndonos al procedimiento literario, propio de la escuela formalista rusa (Sklovski), que consistía en describir un objeto o una situación conocida como si se viese por primera vez, sin reconocerla ni nombrarla.

La historia de la arquitectura de todos los tiempos es tanto la historia de los clientes como la de los arquitectos. En muchas épocas, sólo se nos han transmitido los nombres de los clientes, no los de los artistas. Si, por el contrario, otras épocas casi sobreestiman el papel de los artistas, esta evaluación debe ser reconsiderada. Ningún artista puede crear algo realmente vivo sin la resonancia del cliente, de hecho sólo de la armonía común de ambos factores puede nacer una construcción real.

La arquitectura consiste de algún modo en ordenar el ambiente que nos rodea, ofrecer mejores posibilidades al asentamiento humano; por tanto, las relaciones que tiene la misión de establecer son múltiples, interactuantes entre sí; se refieren al control del ambiente físico, a la disposición de ciertas posibilidades de circulación, a la organización de las funciones, de su agrupamiento o segregación, de sus relaciones; responde a ciertos criterios económicos, se mueve en, y mueve, ciertas dimensiones tecnológicas, provoca modificaciones del paisaje, etc., pero organizar estas relaciones es algo completamente diferente de su simple suma, es el significado que deriva del modo de darles forma, es colocarse dentro de la tradición de la arquitectura como disciplina, con un nuevo gesto de comunicación, con una nueva voluntad de transformación de la historia.

No es por mero capricho que vinculamos a la consideración de la vida social la de los festivales y representaciones. El arte y la magnificencia de que hizo alarde la Italia del Renacimiento en tales materias sólo fue posible gracias a la libre convivencia de todas las clases sociales que constituyera el fundamento de la sociedad italiana, En el Norte, tanto los. monasterios como las Cortes y los burgueses poseían sus fiestas especiales como en Italia, pero su estilo y su contenido eran distintos según la clase, mientras en la atmósfera del Renacimiento italiano el arte y la cultura comunes a toda la nación daban a las fiestas un carácter más elevado y más popular a la vez, La arquitectura decorativa, que colaboraba en estas fiestas, merece página aparte en la historia artística de Italia, aunque sólo haya llegado a nosotros como una visión de la fantasía que hemos de captar en las descripciones contemporáneas. La fiesta misma es lo que aquí nos ocupa como una intensificación de la existencia del pueblo, pata el cual sus ideales religiosos, morales y poéticos adquirían de esta suerte forma visible. ‘Las fiestas italianas, cuando ofrecían su tipo superior, constituían un verdadero tránsito de la vida al arte.

Hemos llegado a descubrir que muchas de las cosas que responden a la satisfacción de un fin puramente práctico ya están dotadas de una forma, pues presentan una perfecta adecuación a nuestras exigencias expresivas. Que en buena parte las cosas configuradas de acuerdo con la satisfacción de nuestras necesidades prácticas se corresponden tanto más con exigencias expresivas cuanto más satisfacen los puros requerimientos prácticos. Y que la expresión de esos objetos se corresponde con la aparición de una nueva espiritualidad [eine neue Geistigkeit]. Nuestra voluntad de expresión la hemos reconocido en las máquinas, los barcos, los automóviles, los aviones y otros mil aparatos e instrumentos. De manera que, con este descubrimiento, comienza un nuevo capítulo en la historia del proceso de definición formal [Gestaltwerdung] de los objetos.

Noté que todas las formas arquitectónicas estaban basadas en tres ideas básicas: (1) en formas de construcción; (2) en formas que posean importancia tradicional o histórica; (3) en formas significativas en sí mismas que toman su modelo de la naturaleza. Noté además que un enorme tesoro de formas ya había sido inventado o depositado en el mundo durante siglos y siglos de desarrollo, a través de las obras ejecutadas por personas muy diferentes. Pero al mismo tiempo vi que nuestro uso de este tesoro acumulado de objetos, a menudo muy heterogéneos, era arbitrario; porque cada forma individual posee su encanto particular a través del oscuro presentimiento de un motivo necesario, ya sea histórico o constructivo, que intensifica y continúa seduciéndonos a medida que lo empleamos. Creemos que al invocar un motivo de este tipo investimos nuestro trabajo con un encanto especial, aunque el efecto más agradable producido por su primitiva aparición en obras antiguas a menudo se contradice completamente con su uso en nuestras obras actuales. Me quedó especialmente claro que esta intencionalidad de uso es la razón de la falta de carácter y estilo que parece afectar a muchos de nuestros nuevos edificios.

Partiendo de expenenclas criticas destinadas a superar los tradicionales obstáculos que se interponen entre la crítica y la mtervención concreta, se puede individualizar un terreno intermedio, sobre el cual parece posible un encuentro fructífero entre historia, crítica y proyectación.

¿Es posible afirmar que las catedrales y las iglesias esparcidas por el mundo y San Pedro no constituyen la universidad de la Iglesia católica? No me refiero al carácter monumental de estas arquitecturas ni a su valor estilístico: me refiero a su presencia, a su construcción, a su historia. En otros términos, a la naturaleza de los hechos urbanos. Los hechos urbanos tienen vida propia, destino propio.

El tipo, que encontraba su razón de ser en la historia, la naturaleza y el uso, no debía, por tanto ser confundido con el modelo, la repetición mecánica de un objeto. El tipo manifestaba la permanencia en el objeto, simple y único, de aquellas características que lo conectaron con el pasado, dando razón así de una identidad, acuñada años atrás, pero siempre presente en la inmediatez del objeto.

La tercera ficción de la arquitectura clásica es la historia. Hasta mediados del siglo XV, el tiempo se concebía de un modo no-dialéctico. Desde la Antigüedad hasta la Edad Media no se tenía conciencia del movimiento progresivo del tiempo. El arte no buscaba su justificación en relación con el pasado o el futuro; era inefable y atemporal. De este modo, en la Antigua Grecia, el templo y el dios eran uno y el mismo; la arquitectura era divina y natural. Por ello fue considerada como «clásica» por la época «clásica» que vino después. Lo clásico no podía ser representado o simulado, tan sólo podía ser. En su descarada afirmación de sí misma era no-dialéctica y atemporal.

Con cada nuevo edificio se interviene en una determinada situación histórica. Para la calidad de esta intervención, lo decisivo es si se logra o no dotar a lo nuevo de propiedades que entren en una relación de tensión con lo que ya está allí, y que esta relación cree sentido. Para que lo nuevo pueda encontrar su lugar nos tiene primero que estimular a ver de una forma nueva lo preexistente. Uno arroja una piedra al agua: la arena se arremolina y vuelve a asentarse. La perturbación fue necesaria, y la piedra ha encontrado su sitio. Sin embargo, el estanque ya no es el mismo que antes.

Así, pues, la naturaleza siguió siendo el modelo de las formas artísticas cuando éstas abandonaron la dimensión de profundidad y convirtieron en elementos de su representación una línea delimitante que no existía en la realidad. Las figuras animales que plasman las líneas del contorno no dejan de serlo por carecer de la plasticidad del fenómeno corpóreo. Pero, finalmente, se comenzó a crear con la propia línea una forma artística sin tener a la vista un modelo inmediato y acabado de la naturaleza. Estas configuraciones cumplías las leyes artísticas fundamentales de la simetría y del ritmo; un garabato irregular no es una forma artística. De este modo, se formó el triángulo, el cuadrado, el rombo, el zigzag, etc., con la línea recta; y el círculo, la línea ondulada, la espiral, con la línea curva. Estas son las figuras de la planimetría que conocemos; en la historia del arte se las suele clasificar como líneas geométricas, y el estilo artístico que se basa en su empleo exclusivo o preponderante recibe el nombre de estilo geométrico.

La historia del arte de la construcción es la historia de la sensación espacial y con ello, consciente o inconscientemente, un componente fundamental en la historia de la contemplación del mundo. Hoy en día, como siempre, la verdadera expresión artística de nuestra propia sensación espacial será recibida con placer y disfrutada con gratitud en todos aquellos lugares imperecederos donde el trabajo de nuestra civilización continúa hacia el recogimiento doméstico y el refugio acogedor de nuestras vidas privadas.

Desde siempre ha venido siendo uno de los cometidos más importantes del arte provocar una demanda cuando todavía: no ha sonado la hora de su satisfacción plena. La historia de toda forma artística pasa por tiempos críticos en los que tiende a urgir efectos que se darían sin esfuerzo alguno en un tenor técnico modificado, esto es, en una forma artística nueva. y así las extravagancias y crudezas del arte, que se producen sobre todo en los llamados tiempos decadentes, provienen en realidad de su centro virtual histórico más rico.

El estilo consiste en la concordancia de un fenómeno artístico con su origen, con todas las condiciones previas y con las modificaciones y circunstancias que intervienen en su hacerse [Werden]. Partiendo de este punto de vista, el estilo no representa un absoluto, sino el resultado de un proceso. Estilo es el stylus, el buril o el cincel, el instrumento del que se servían los Antiguos para escribir y dibujar, una palabra que define la relación entre la forma y la historia de su surgimiento. Al instrumento pertenece la mano que lo dirige y también la voluntad que guía la mano.

Pero ¿qué es la estructura formal?. Podrían plantearse toda una serie de definiciones Contrapuestas. En primer lugar, cabría el citar los términos acuñados por la teoría de la gestante, lo que supondría hablar de centralizado linealidad, grupo su cuadrículas; el grupo de obras arquitectónicas que dan lugar a un tipo se deben tanto a la realidad la que sirven, como los principios geométricos que los estructura formalmente, intentando caracterizar la forma mediante concepto geométrico precisos. La un a desde tal punto de vista algunos textos han descrito a todos los espacios centrales, de la cabaña primitiva las cúpulas del renacimiento, como pertenecientes al mismo «tipo«, reduciendo así la idea de tipo, de estructura formal, a mera y simple abstracción geométrica. A nuestro entender, sin embargo, el tipo, entendido como estructura formal, está, por el contrario, ligada íntimamente con la realidad, con una amplísima gama de intereses que van de este la actividad social a la construcción. De ahí que todos los edificios tengan un lugar y una posición bien definidos en una historia entendida de estos tipos. Y dentro de eta línea de pensamiento se entenderá que las cúpulas del siglo xix pertenezcan a una categoría de cúpulas que es completamente distinta de aquella a la que pertenecen las cúpulas del Renacimiento del Barroco, lo que supone, en último término, el admitir la especificidad de los tipos.

Solamente una voluntad nueva tiene el futuro a su favor en la inconsciencia de un ímpetu caótico y el prístino vigor con que abarca lo universal. Porque justamente, así como cada época, que fue decisiva para la evolución de la historia humana, aglutinó todo el mundo conocido bajo su decisión espiritual, así nosotros anhelamos también traer la felicidad más allá de nuestro propio país, más allá de Europa, a todos los pueblos. Esto no quiere decir que yo esté tomando las riendas del internacionalismo. Porque el internacionalismo implica una actitud estética sin base en pueblo alguno, en un mundo en desintegración. El supranacionalismo, sin embargo, abarca las demarcaciones nacionales como una condición previa; es la humanidad libre quien únicamente puede restablecer una cultura de ámbito universal.

El estilo a elegir es el Posmodernismo, y siempre será así. El Posmodernismo es el único movimiento que ha tenido éxito al conectar la práctica arquitectónica con la práctica del terror. El Posmodernismo no es una doctrina basada en la lectura altamente civilizada de la historia de la arquitectura, sino un método, una mutación en la arquitectura profesional que produce resultados lo suficientemente rápidos como para mantener el ritmo que exige el desarrollo de la Ciudad Genérica. En lugar de conciencia, como sus inventores originales esperaban, creó una nueva inconsciencia. Es una pequeña ayuda para la modernización. Cualquiera puede hacerlo -un rascacielos basado en una pagoda y/o en un pueblo de las colinas toscanas-.

Hoy la arquitectura sólo puede mantenerse como una práctica crítica si adopta una posición de retaguardia, es decir, si se distancia igualmente del mito de progreso de la Ilustración y de un impulso irreal y reaccionario a regresar a las formas arquitectónicas del pasado preindustrial. Una retaguardia crítica tiene que separarse tanto del perfeccionamiento de la tecnología avanzada como de la omnipresente tendencia a regresar a un historicismo nostálgico o lo volublemente decorativo. Afirmo que sólo una retaguardia tiene capacidad para cultivar una cultura resistente, dadora de identidad, teniendo al mismo tiempo la posibilidad de recurrir discretamente a la técnica universal.

El hecho de que la historia no pueda considerarse como determinada y teleológica en ningún sentido ordinario, deja abierta a la cuestión la historicidad de toda producción cultural, por una parte, ya la naturaleza cumulativa y normativa de los valores culturales, por otra. Difícilmente cabe esperar volver a una interpretación clásica de la historia en la que una ley natural universal sea la a prioridad fija con la que medimos todos los fenómenos culturales. […] Hoy, nuestro conocimiento del pasado ha aumentado considerablemente, pero es un campo de especialistas y es igual y opuesto a la ampliamente extendida ignorancia y vaguedad existentes en torno a la historia en nuestra cultura. Cuanto más objetivo se vuelve nuestro conocimiento del pasado, menos se puede aplicar el pasado a nuestro tiempo. El uso del pasado para suministrar modelos para el presente depende de la distorsión ideológica del primero; y todo el esfuerzo de la historiografía moderna va encaminado a eliminar estas distorsiones. En este sentido, la historiografía moderna es el descendiente directo del historicismo. Y, como tal, está consagrada a una visión relativista del pasado y se resiste al uso de la historia para la obtención de modelos directos.

Pero cuanto más consideraba el problema, más veía las dificultades para oponerme a mis esfuerzos. Muy pronto caí en el error de la abstracción radical pura, por la cual concibí una obra arquitectónica específica enteramente del propósito utilitario y la construcción. En estos casos surgió algo seco y rígido, algo que carecía de libertad y excluía por completo dos elementos esenciales: la historia y la poética.

Es válido enfocar el problema de la tradición en arquitectura como el estudio de una disciplina arquitectónica autónoma: una disciplina que incorpora dentro de sí un conjunto de normas estéticas y resulta de la acumulación histórica y cultural, de la cual toma su significado. Pero estos valores estéticos ya no se pueden ver como constituyentes de un sistema cerrado de reglas o representantes de una ley natural fija y universal. […] Si los arquitectos de hoy tienden hacia la investigación de las condiciones materiales de la producción artística del pasado, deben de ser conscientes de la transformación de la tradición ocasionada por dichas condiciones.

La Ciudad Genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La Ciudad Genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia: no es sino el reflejo de las necesidades y aptitudes del presente. Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande para todos. Es fácil. No necesita mantenimiento. Si se vuelve muy pequeña simplemente se expande. Si se vuelve vieja simplemente se autodestruye y renueva. Es igualmente excitante -o no- en cualquier sitio. Es «superficial» –como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana–.

El problema del orden en la arquitectura, como en otras partes, no es simplemente un problema formal, sino un problema vinculado a una visión moral y ética de la sociedad; ocurre lo mismo con el orden/»>desorden. El sueño de una Ciudad del Hombre donde el deber moral estaría vinculado a la obediencia cívica a través de la noción de «espacio» es, en sí mismo, una dimensión de la historia de la arquitectura profundamente enraizada en una tradición autoritaria de restricción.

Pero si los principios de la arquitectura son permanentes y necesarios, ¿cómo se sitúan dentro del devenir histórico de las diversas y concretas arquitecturas? Creo que se puede decir que los principios de la arquitectura, en cuanto fundamentos, no tienen historia, son fijos e inmutables, aunque las diferentes soluciones concretas sean diversas, y diversas las respuestas que los arquitectos dan a cuestiones concretas.

Partes enteras de la ciudad presentan signos concretos de su modo de vivir, una forma propia y una memoria propia. Se han individualizado a través de la profundización de estas características por las indagaciones de tipo morfológico y por las posibles investigaciones de tipo histórico y lingüístico. En este sentido el problema empieza en el concepto de locus y de dimensión.

La historia constituye una obra continuada realizada por individuos que comprendieron su época y encontraron la expresión formal adecuada a sus exigencias. Ya que, cada vez una forma nueva, o modificada en lo esencial, de la sociedad se configuró y encontró arraigo en la conciencia colectiva, esa forma encontró a la arquitectura preparada para otorgarle su expresión monumental. Siempre se le reconoció a esta arte su poderosa influencia civilizadora, sus obras aportan conscientes el sello que elevó a los sistemas religiosos, sociales y políticos dominantes, o en lucha por su predominio, a la categoría de símbolos. Pero ese nuevo impulso, allí donde había llegado el momento, no surgió de los arquitectos sino de los grandes regeneradores de la sociedad.

Se ha extendido que la identidad deriva de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real, no podemos imaginar que algo contemporáneo-hecho por nosotros-contribuya a ello. Pero el hecho es que el exponencial crecimiento humano implica que el pasado, en algún momento, se quedará demasiado pequeño para ser habitado y compartido por los que lo viven. Nosotros mismos lo estamos extenuando. Por extensión la historia encuentra su depósito en la arquitectura, las actuales cifras de población inevitablemente explosionarán y agotarán la sustancia previa. La identidad concebida como esta forma de compartir el pasado es un concepto perdido: no solo hay -en un modelo de continua expansión demográfica- proporcionalmente cada vez menos que compartir, sino que la historia también tiene su lado odioso- y cuanto más abusivo, más insignificante- hasta el punto en que su disminuido reparto se convierte en algo insultante. Este pensamiento se ve exacerbado por el constante incremento de masas de turistas, una avalancha que, en una perpetua búsqueda de «carácter», machaca identidades fantásticas hasta convertirlas en basura sin sentido.

[La utopía de la vanguardia] primero se configura con la colaboración de un pensamiento negativo que proyecta en el futuro todo el potencial figurativo surgido del rechazo del pasado. En su empeño de volver a partir de cero, niega la historia para encontrar un nuevo, aunque ilusorio, punto de partida; y actuando así llega fácilmente a la utopía y a su aislamiento de la realidad. En definitiva juega un papel sustancialmente reaccionario ya que, con su autoexclusión, contribuye al refuerzo de las condiciones que quería destruir. En este sentido, los grupos de la vanguardia florentina nos ayudan como pueden hacerlo los sueños, no la ciencia; constituyen un estímulo, un juicio, un afán, pero de hecho no consiguen «encadenar, como sería necesario, un análisis a un éxtasis». Persiguiendo una crítica de la práctica social con eslóganes y postura sustancialmente románticas, abordan un análisis que en su profundidad capta las tinieblas más corrosiva pero rehúye la necesidad más evidente.