horizonte

Un edificio debe parecer que crece fácilmente desde su propio solar, y debe estar configurado en armonía con sus alrededores si la Naturaleza allí se manifiesta; y si no, intentar hacerlo de forma tan tranquila, sustancial y orgánica como Ella lo hubiese hecho de haber tenido la oportunidad. Nosotros, los del Medio Oeste, vivimos en la llanura. La llanura tiene una belleza propia, y deberíamos reconocer y acentuar esta belleza natural, su perfil suave. De ahí los tejados suavemente inclinados, las proporciones de poca altura, las silenciosas líneas de horizonte, la chimeneas corpulentas suprimidas y los voladizos protectores, las plataformas bajas y los muros que se extienden por el exterior apoderándose de los jardines privados.

Cabe observar otra característica del espacio medieval: el espacio y el tiempo formaban dos sistemas relativamente independientes. Primero: el artista medieval introducía otros tiempos dentro de su propio mundo espacial, tal como era el caso cuando hacía figurar los acontecimientos más conspicuos de la vida de Cristo dentro de una ciudad contemporánea italiana, sin sentir en lo más mínimo que el paso del tiempo había implicado una diferencia… Debido a esa separación del tiempo y del espacio, las cosas podían aparecer y desaparecer súbita e inexplicablemente: la caída de un barco debajo de la línea del horizonte no necesitaba mayor explicación que la caída de un demonio por el agujero del tubo de una chimenea. N o existía misterio respecto al pasado del cual habían surgido, ni especulación en cuanto al futuro hacia donde los llevaban sus respectivos destinos: los objetos flotaban en el campo de la visión y desaparecían de él con algo de ese mismo misterio con que las idas y venidas de los adultos afectan la experiencia de los niños, cuyos primeros esfuerzos gráficos se parecen mucho en su organización al mundo del artista medieval. En este mundo de espacio y tiempo simbólicos todo era un misterio o un milagro. El eslabón que unía los sucesos era el orden cósmico y religioso: el verdadero orden del espacio era el Cielo, así como el verdadero orden del tiempo era la Eternidad.

De la idea del cambio de estado físico en la ciencia moderna (a saber, sólido-líquido-gaseoso, tanto en una dirección como en la otra) ha surgido una imagen del mundo distinta. Según esta imagen, el cambio, dicho un poco grosso modo, se produce entre dos horizontes. En uno de los dos (el del cero absoluto) absolutamente todo es sólido (material), y en el otro (cuando se alcanza la velocidad de la luz) absolutamente todo es más que gaseoso (es energético). (Aprovechemos para recordar que «gas» y «caos» son la misma palabra.) La oposición «materia-energía» que surge aquí recuerda al espiritismo: podemos transformar materia en energía (fisión) y energía en materia (fusión), y esto es lo que articula la fórmula de Einstein. Por demás, para esta imagen del mundo propia de la ciencia moderna, todo es energía, esto es, una posibilidad de que se produzca una aglomeración azarosa, improbable, de que se forme materia. Semejante imagen del mundo considera la «materia» como islotes temporales de aglomeraciones (de pliegues) en campos energéticos de posibilidades, que se superponen unos sobre otros. Y de ahí proviene ese despropósito, ahora de moda, de hablar de «cultura inmaterial». Lo que se pretende nombrar es una cultura, en la cual se introducen informaciones en el campo electromagnético, y en la cual esas informaciones son transmitidas a través de éste. El despropósito no se reduce al mal uso del concepto inmaterial (en lugar de energético), sino que incluye también una comprensión inadecuada del concepto informar.

Por grandeza, no entiendo solamente el tamaño de un objeto peculiar, sino la anchura de una perspectiva entera considerada como una sola pieza. A esta clase pertenecen las vistas de un campo abierto, un gran desierto inculto, y las grandes masas de montañas, riscos, y precipicios elevados, y una vasta extension de aguas, en que no nos hace tanta sensacion la novedad o la belleze de estos objetos, como aquella especie de magnificencia que se descubre en estos portentos de la naturaleza. La imaginacion apetece llenarse de un objeto, y apoderarse de alguna cosa que sea demasiado gruesa para su capacidad. Caemos en un asombro agradable al ver tales cosas sin término; y sentimos interiormente una deliciosa inquietud y espanto [cuando las aprehendemos]. El ánimo del hombre aborrece naturalmente el freno, y está dispuesto a imaginarse aprisionado cuando la vista está contenida dentro de un corto recinto, y acortada por todas partes por la cercanía de las paredes o las montañas. Por el contrario, un horizonte espacioso lleva consigo la imágen de la libertad: los ojos tienen campo para espaciarse en la inmensidad de las vistas y para perderse en la variedad de objetos que se presentan por sí mismos a su observacion. Tan extensas e ilimitadas vistas son tan agradables a la imaginacion, como lo son al entendimiento las especulaciones de la eternidad y del infinito. Mas si a esta grandeza se agrega la belleza o singularidad, como en un Océano alterado, el cielo adornado de estrellas y meteoros, o un terreno espacioso variado con [bosques, riscos,] prados y arroyuelos, se aumenta el placer porque se reunen sus fuentes o principios.