ciudad

Aprehender las necesidades es la primera razón para ir a la ciudad actual. Una vez allí, la primera lección para un arquitecto es la pluralidad de las necesidades. Ningún constructor en su sano juicio anunciaría: Estoy construyendo para el Hombre. Está construyendo para un mercado, para un grupo de personas definido por el nivel de rentas, la edad, la composición familiar y el estilo de vida. Las Levittowns, los parques de atracciones, las casas urbanas de estilo georgiano crecen a raíz de la estimación que se hace de las necesidades de los grupos que formarán sus mercados. La ciudad puede verse como el producto físico de un conjunto de subculturas. De momento, son escasas las subculturas que recurren voluntariamente a los arquitectos.

Cuando Pedro Pablo Rubens presenta sus relieves de los palacios modernos de Génova, subraya que el fin de su documentación es contribuir a la renovación de las residencias privadas de Flandes y, por medio de ellas, del cuerpo de toda ciudad. Esto confirma la observación de Alberti, para quien «la ciudad es como una gran casa y la casa, a su vez, una pequeña ciudad». La tipología residencial renovada tiende, pues, a presentarse como referencia urbana por excelencia, independientemente de una relación morfológica precisa.

La ciudad está constituida por partes; cada una de estas partes está caracterizada; posee, además, elementos primarios alrededor de los cuales se agregan edificios. Los monumentos son, pues, puntos fijos de la dinámica urbana; son más fuertes que las leyes económicas, mientras que los elementos primarios no lo son en forma inmediata. Ahora, ser monumentos es en parte su destino; no sé hasta qué punto este destino es previsible. En otros términos: por lo que atañe a la constitución de la ciudad es posible proceder por hechos urbanos definidos, por elementos primarios, y esto tiene relación con la arquitectura y con la política; algunos de estos elementos se elevarán al valor de monumentos sea por su valor intrínseco, sea por una particular situación histórica, y esto se relaciona precisamente con la historia y la vida de la ciudad.

Observar las ciudades puede causar un placer particular, por corriente que sea la vista. Tal como una obra arquitectónica, también la ciudad es una construcción en el espacio, pero se trata de una construcción en vasta escala, de una cosa que sólo se percibe en el curso de largos lapsos. El diseño urbano es, por lo tanto, un arte temporal, pero que sólo rara vez puede usarlas secuencias controladas y limitadas de otras artes temporales, como la música, por ejemplo. En diferentes ocasiones y para distintas personas, las secuencias se invierten, se interrumpen, son abandonadas, atravesadas. A la ciudad se la ve con diferentes luces y en todo tipo de tiempo

Si, efectivamente, se puede admitir clasificar los edificios y las ciudades según su función, como generalización de algunos criterios de evidencia, es inconcebible reducir la estructura de los hechos urbanos a un problema de organización de algunas funciones más o menos importantes; desde luego, esta grave distorsión es lo que ha obstaculizado y obstaculiza en gran parte un progreso real en los estudios de la ciudad. Si los hechos urbanos son un mero problema de organización, no pueden presentar ni continuidad ni individualidad, los monumentos y la arquitectura no tienen razón de ser, no «nos dicen nada». Posiciones de ese tipo asumen un claro carácter ideológico cuando pretenden objetivar y cuantificar los hechos urbanos; éstos, vistos de modo utilitario, son tomados como productos de consumo.

GEAM ha establecido ciertos principios y hace las siguientes proposiciones: 1. Reforma de los derechos de propiedad sobre el suelo edificable y el espacio aéreo, a fin de alcanzar un más fácil intercambio. Introducción de un sistema de utilización estratificada del espacio aéreo por los habitantes. 2. Las construcciones deben ser variables e intercambiables. 3. Las unidades espaciales producidas por estas construcciones serían igualmente alterables e intercambiables en su uso. 4. Los habitantes deben tener la oportunidad de adaptar ellos mismos sus residencias a las necesidades propias del momento. 5. La industria y la prefabricación deben ser utilizadas plenamente en la edificación como medio de reducir los precios. 6. La ciudad y la planificación urbana han de ser capaces de adaptarse al desarrollo de la circulación. 7. Los lugares de trabajo y los residenciales, así como las áreas para la cultura física y la espiritual, deben ser intercalados entre las secciones individuales de la ciudad.

Cabe observar otra característica del espacio medieval: el espacio y el tiempo formaban dos sistemas relativamente independientes. Primero: el artista medieval introducía otros tiempos dentro de su propio mundo espacial, tal como era el caso cuando hacía figurar los acontecimientos más conspicuos de la vida de Cristo dentro de una ciudad contemporánea italiana, sin sentir en lo más mínimo que el paso del tiempo había implicado una diferencia… Debido a esa separación del tiempo y del espacio, las cosas podían aparecer y desaparecer súbita e inexplicablemente: la caída de un barco debajo de la línea del horizonte no necesitaba mayor explicación que la caída de un demonio por el agujero del tubo de una chimenea. N o existía misterio respecto al pasado del cual habían surgido, ni especulación en cuanto al futuro hacia donde los llevaban sus respectivos destinos: los objetos flotaban en el campo de la visión y desaparecían de él con algo de ese mismo misterio con que las idas y venidas de los adultos afectan la experiencia de los niños, cuyos primeros esfuerzos gráficos se parecen mucho en su organización al mundo del artista medieval. En este mundo de espacio y tiempo simbólicos todo era un misterio o un milagro. El eslabón que unía los sucesos era el orden cósmico y religioso: el verdadero orden del espacio era el Cielo, así como el verdadero orden del tiempo era la Eternidad.

Nuestras ciudades y nuestras viviendas son productos tanto de la fantasía como de la falta de fantasía, tanto de la magnanimidad como del egoísmo estrecho. Pero como están hechas de materia dura, actúan igual que las máquinas de troquelar monedas: tenemos que adaptarnos a ellas. Lo cual modifica en parte nuestra conducta, nuestra naturaleza. Hay aquí un círculo que resulta literalmente fatal, un círculo que configura nuestro destino: en las ciudades los hombres crean un espacio vital, así como un campo de expresión dotado de miles de facetas; pero, de rebote, esa forma de la ciudad contribuye también a formar el carácter social de los habitantes.

La infraestructura es el método que trata de ver a la arquitectura y a las ciudades como circuitos informativos y de componer sus estructuras de acuerdo a esta interpretación. Por este método tratamos de establecer la estructura básica urbana calculando los circuitos informativos en el sentido más amplio, que incluye el movimiento de los objetos y de las gentes, el aprovisionamiento de energía, las comunicaciones, la luz, el sonido y el aire, y estableciendo una jerarquía entre los circuitos.

Para un perfeccionamiento adecuado de los detalles, la coordinación modular debería convertir intercambiables todos los elementos constitutivos. De este modo se esboza una posibilidad de resolver la oposición fundamental existente entre el dinamismo de la vida urbana y el carácter estático de los edificios. Centros electrónicos de cálculo examinarán las condiciones de organización de las modificaciones necesarias. Fábricas automáticas producirán la sustancia material de la ciudad. En una sociedad libre, una planificación perfecta no es posible ni deseable; significaría una anticipación de desarrollos imprevisibles.

En realidad, no sólo existen, como se supone constantemente, dos alternativas -la vida en la ciudad y la vida en el campo-, sino una tercera alternativa, en la que se reúnen todas las ventajas de la vida urbana más enérgica y activa, con toda la belleza y el deleite del campo, puede ser asegurada en perfecta combinación; y la certeza de poder vivir esta vida será el imán que producirá el efecto por el cual todos estamos luchando: el movimiento espontáneo de la gente desde nuestras ciudades abarrotadas hasta el seno de nuestra bondadosa madre tierra, que es a la vez la fuente de vida, de felicidad, de riqueza y de poder. La ciudad y el campo pueden, por lo tanto, considerarse como dos imanes, cada uno de los cuales se esfuerza por atraer a la gente hacia sí mismo, una rivalidad en la que participa una nueva forma de vida, que participa de la naturaleza de ambos.

El tipo de gran ciudad actual debe su origen, en última instancia, al sistema económico del imperialismo capitalista que, por su parte, está estrechamente relacionado con el desarrollo de las ciencias y técnicas productivas… Así la gran ciudad aparece, en primer lugar como una creación del todopoderoso gran capital, una expresión de carácter anónimo, como un tipo de ciudad con unas bases peculiares, tanto socioeconómicas como de psiquismo colectivo, que permite, al mismo tiempo, el mayor aislamiento y la más estrecha unión entre sus habitantes. Un ritmo de vida mil veces más poderoso reprime en ella, con su rápido tempo, todo lo que sea local o individual.

Para quien quiera romper con tal concepto tradicional e intente ligar la arquitectura al destino de la ciudad, no queda otro camino más que concebir la ciudad como ámbito específico de la producción tecnológica, y producto tecnológico a su vez, reduciendo la arquitectura a simple momento de la cadena de producción. Así, de algún modo, la profecía piranesiana de la ciudad burguesa como «máquina absurda» se realiza en las metrópolis que, en el siglo XIX, se organizan como estructuras primarias de la economía del capital.

Por el momento, deberemos esperar a que se descompongan los mausoleos de acero y hormigón de nuestras capitales, ciudades, pueblos, etc., y florezcan y se desarrollen los barrios residenciales. Ellos también morirán a su vez, y entonces quizás el mundo vuelva a ser un jardín. Y quizás sea este el sueño y debamos convencernos de no construir, sino de prepararnos para las redes invisibles que están en el aire… Lea un fragmento de este increíble poema; las Máquinas de Amorosa Gracia velan por todo.

La ciudad es un instrumento de trabajo. Generalmente las ciudades no cumplen esta función. Son ineficaces: desgastan el cuerpo, mortifican el espíritu. El desorden que siempre reina en ellas es ofensivo, ·su decadencia hiere nuestro amor propio y ofende nuestra dignidad. No son dignas de su época: ya no son dignas de nosotros.

El capitalismo es in‐capaz de hacer una planificación espacial… Asistimos a una gran paradoja en los países capitalistas. Por un lado la ciudad ha estallado y por otro hay una urbanización general de la sociedad. Este resultado se da como cosa hecha pero, sin embargo, lo que aparece es otra relación de la sociedad con el espacio. Es, pues, con este conjunto de hechos como se ha apoderado el capitalismo moderno del espacio total… Desde hace algunos años el capitalismo controla y ha puesto la zarpa sobre la agricultura entera y también sobre la ciudad –realidades históricas anteriores al capitalismo–. A través de la agricultura y la ciudad el capitalismo ha echado la zarpa sobre el espacio. El capitalismo ya no se apoya solamente sobre las empresas y el mercado, sino también sobre el espacio.

En los límites de la óptica funcional, para asegurar una correspondencia característica entre la función y el espacio, no basta con identificar la función, sino que es preciso identificar también el espacio correspondiente. Los pasos graduales necesarios para abocar a este género de correspondencia han sido uno de los principales rasgos de nuestra manera funcional de abordar el problema. Materializar esta relación equivale a materializar la relación funcional interna entre el fin y los medios. Si bautizamos esta trama como unidad funcional, descubrimos que constituye uno de los elementos necesarios para la edificación de una ciudad. En el interior de esta unidad funcional vemos que el espacio y la forma confieren una expresión particular a las individualidades funcionales. Sin embargo, cuando el contenido funcional se tiñe de metafísica, la expresión individual está marcada a veces por el simbolismo.

Si la naturaleza no estuviese gobernada por el principio de correlación, el cosmos se disolvería en el caos. Esta suerte de armoniosa condición propia de la naturaleza nos llega como un don divino, en forma tan directa, que apenas si hemos percibido nuestra propia obligación de ordenar nuestro medio físico con análoga armonía. Por eso debemos compenetrarnos de nuestra obligaciones en ese sentido. Especialmente en la edificación de las ciudades, hemos de comprender que sería tan desastrosa la ausencia del principio de correlación, como lo sería para el paisaje -esta «ciudad de la naturaleza«- el hecho de que el mismo principio dejara de funcionar.

La Ciudad Genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La Ciudad Genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia: no es sino el reflejo de las necesidades y aptitudes del presente. Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande para todos. Es fácil. No necesita mantenimiento. Si se vuelve muy pequeña simplemente se expande. Si se vuelve vieja simplemente se autodestruye y renueva. Es igualmente excitante -o no- en cualquier sitio. Es «superficial» –como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana–.

En lugar de un estéril utopismo, que cae en veleidad de intentar transformar mediante un único acto de reproyectación todo el conjunto urbano (en su forma y en sus instituciones), en lugar del aristocrático distanciamiento con el cual los críticos de la ciudad contemporánea interpretan los fenómenos secundarios convirtiéndolos en fundamentales, es un rasgo común a los estudios tipológicos de los que hablamos, una provisional suspensión del juicio sobre la ciudad en su carácter global a favorde una concentración del análisis sobre sectoriales conjuntos limitados, individualizados entre los ganglios vitales dela estructura urbana.

Los estudios de arquitectura que presentamos aquí, en una larga serie de láminas, conciernen al establecimiento de una ciudad nueva, ciudad industrial, pues la mayoría de las ciudades nuevas, que se fundarán de ahora en adelante, deberán su fundación a razones industriales; nos hemos fijado, pues, en el caso más general. Por otra parte, en una ciudad de este tipo, todas las aplicaciones de la arquitectura pueden encontrar legítimamente su lugar, y existe la posibilidad de examinarlas a todas. Al dar a nuestra ciudad una importancia media (la suponemos con una población de unos 35.000 habitantes), tenemos siempre presente el mismo objetivo: referirnos a investigaciones de orden general, lo cual no lo hubiera podido motivar el estudio de un pueblo o de una ciudad muy grande. En fin, en este mismo espíritu hemos admitido que el terreno en el que se extiende el conjunto de las construcciones comprenda a la vez partes de montaña y un llano, atravesado por un río.

Para la mente humana, el árbol es el vehículo más simple para representar ideas complejas. Pero una ciudad no es, no puede y no debe ser un árbol. La ciudad es un receptáculo para la vida. Si el receptáculo rasga los nudos entre las fibras de vida de su interior, porque es un árbol, será como un cuenco lleno de cuchillas de afeitar puestas de canto, listas para trocear lo que quiera que se introduzca en el recipiente. Si hacemos ciudades que son árboles, partirán nuestra vida en pedazos.

Yo enfrento la ciudad con mi cuerpo; mis piernas miden la longitud de los soportales y la anchura de la plaza; mi mirada proyecta inconscientemente mi cuerpo sobre la fachada de la catedral, donde deambula por las molduras y los contornos, sintiendo el tamaño de los entrantes y salientes; el peso de mi cuerpo se encuentra con la masa de la puerta de la catedral y mi mano agana el tirador de la puerta al entrar en el oscuro vacío que hay detrás. Me siento a mí mismo en la ciudad y la ciudad existe a través de mi experiencia encarnada. La ciud2.d y mi cuerpo se complementan y se definen uno al otro. Habito en la ciudad y la ciudad habita en mí.

Un sistema tridimensional de coordenadas, idéntico a la red espacial, facilita la organización y orientación en la ciudad espacial. Sin embargo, la diversidad de su materialización deja el campo libre a lo individual y a lo anárquico. Gracias a la ordenación del espacio, la sustancia constructiva se adapta a cualquier dato topográfico, absorbiéndolo, nivelándolo o elevándolo.

Allí donde se encuentra una parte animada y popular de la ciudad lo pequeño supera en número, con mucho, a lo grande. Al igual que los pequeños fabricantes, estas pequeñas empresas no podrían vivir en ninguna otra parte de no existir lasciudades. Sin extas no existirian.

Éste es el contexto en el que me gustaría situar el actual gira de la profesión hacia la infraestructura. Más allá de las cuestiones estilísticas o formales, el urbanismo infraestructural ofrece un nuevo modelo de praxis y un sentido renovado del potencial de la arquitectura para estructurar el futuro de la ciudad. El organismo infraestructural entiende la arquitectura como práctica material, como una actividad que opera en y entre el mundo de las cosas, y no exclusivamente con significados o imágenes. Se trata de una arquitectura dedicada a propuestas concretas y estrategias realistas de puestas en práctica y no al comentario distanciado o crítico, una forma de trabajar en la gran escala que escapa a las nociones sospechosas de planeamiento general y al ego heroico del arquitecto individual. El urbanismo infraestructural marca una vuelta a la instrumentalidad y un alejamiento del imperativo de la representación en arquitectura.

Debemos inventar y volver a fabricar la ciudad futurista como una inmensa obra tumultuosa, ágil, móvil, dinámica en cada una de sus partes; y la casa futurista será similar a una gigantesca máquina. Los ascensores no estarán escondidos como gusanos en los huecos de escalera, sino que éstas, ya inútiles, serán eliminadas y los ascensores treparán por las fachadas como serpientes de hierro y cristal. La casa de cemento, cristal y hierro, sin pintura ni escultura, bella sólo por la belleza natural de sus líneas y de sus relieves, extraordinariamente fea en su mecánica sencillez, tan alta y ancha como es necesario y no como prescriben las ordenanzas municipales, debe erigirse en el borde de un abismo tumultuoso: la calle, que ya no correrá como un felpudo a los pies de las edificaciones, sino que se construirá bajo tierra en varios niveles, recibiendo el tráfico metropolitano y comunicándose a través de pasarelas metálicas y rapidísimas cintas transportadoras.

Lo que por ahora debe quedar claro del somero análisis de las experiencias y anticipaciones de la cultura arquitectónica del XVIII, es la crisis del concepto tradicional de forma; crisis descubierta, precisamente, al tomar conciencia del problema de la ciudad como campo autónomo de experiencias comunicativas. La desarticulación de la forma y la antiorganicidad de las estructuras fueron ya señaladas desde los inicios de la arquitectura de la Ilustración como uno de los puntos cardinales sobre los cuales se articularía el desarrollo del arte contemporáneo. No quedaría sin consecuencias que la intuición de estos nuevos valores formales se considerase ligada, desde un principio, al problema de la nueva ciudad, que se prepara para convertirse en el espacio institucional de la sociedad burguesa moderna.

Cada célula se convierte en un exponente expresivo de la especie a que pertenece. En términos generales, esta observación no es sólo válida para el roble y el olmo o cualquier otra especie de la vida orgánica, sino para todas las manifestaciones formales de la naturaleza. Es decir que en la naturaleza toda manifestación formal es la genuina expresión del sentido que aquélla encierra; es ésta una regla sin excepción en todo el universo. El un principio: el principio de la expresión… [Las viviendas individuales] son, precisamente las «células» que constituyen el tejido de las villas y ciudades. Planteada aquí la cuestión antes referida de la calidad del individuo -en este caso, de la vivienda individual– tenemos a mano la respuesta; a saber, que en las comunidades urbanas la calidad de la vivienda individual, por humilde que ella sea, debe ser una expresión genuina de lo mejor de su pueblo y de su tiempo. Esta respuesta se basa en el principio de expresión, el cual no admite excepción alguna, si se aspira a conquistar resultados positivos. Porque cuando se echa en olvido este principio -como en el caso de tantos edificios ,sin valor- se introduce un elemento desvitalizador en la ciudad, tanto como lo haría el nacimiento de falsas células en el tejido celular del árbol.

El concepto aceptado de ciudad es el de una serie de círculos concéntricos que decrecen en densidad residencial y en grado de ocupación de la tierra hacia los bordes, provistos de una trama de calles de tipo radial que se origina en el centro histórico de la ciudad. A este esquema se ha agregado recientemente el concepto de ciudades satélites de baja densidad, concéntricas y «autosuficientes» (aisladas, alrededor de Londres; conectadas, en Estocolmo). En el concepto de clúster no hay un solo «centro», sino varios. Los centros de presión están vinculados con la industria y con el comercio, ya que éstos son los puntos naturales en los cuales se expresa la vida de la comunidad: el brillo de las luces y el movimiento de las muchedumbres.

La arquitectura urbana -que, como sabemos, es la creación humana- es querida como tal; el ejemplo de las plazas italianas del Renacimiento no puede ser referido ni a su función ni a la casualidad. Son un medio para la formación de la ciudad, pero se puede repetir que lo que parece un medio ha llegado a ser un objetivo; y aquellas plazas son la ciudad. Así, la ciudad se tiene como fin a sí mismo y no hay que explicar nada más que no sea el hecho de que la ciudad está presente en estas obras. Pero este modo de ser implica la voluntad de que esto sea de este modo y continúe, así. Ahora bien, sucede que este modo es la belleza del esquema urbano de la ciudad antigua, con la que se nos da el parangonar siempre nuestra ciudad; ciertas funciones como tiempo, lugar, cultura modifican este esquema como modifican las formas de la arquitectura; pero esta modificación tiene valor cuando, y sólo cuando, ella es un acto, como acontecimiento y como testimonio, que hace la ciudad evidente a sí misma.

Ni pueblo, ni gran ciudad pueden satisfacer seriamente nuestras exigencias más elevadas, lo que de perdurable se da en nosotros: lo que nace y se desarrolla con carácter individual, lo que en sí mismo presenta los caracteres más orgánicos y es capaz de vivir por sí mismo.

Y aunque siempre hubo en la ciudad, sobre todo si era de cierta amplitud, partes «incompletas» que no participaron en su ordenamiento arquitectónico general…, en el siglo XVIII constatamos en los casos de conservación morfológica de la planta general, el «remate» de la ciudad precedente en cuanto forma acabada de un largo proceso de características relativamente homogéneas –forma que vemos hoy aún como centro antiguo-. Debemos advertir, sin embargo, que este proceso es reseñable sobre todo allí donde en el Barroco no se dio una transformación de la planta urbana que, al volver a iniciar todo el proceso morfológico, transforma completamente las relaciones entre el tipo y la forma y rompe el método de sustituciones parciales o de puntos de referencia, reencontrando en otra dimensión una unidad de los fenómenos urbanos.

La ciudad espacial es un laberinto del espacio estructural, sistematizado, prefabricado, montable y desmontable, desarrollándose o estrechándose, adaptable, multifuncional.

¡Una ciudad! Es la afirmación del hombre sobre la naturaleza. Es un acto humano contra la naturaleza, un organismo humano de protección y trabajo. Es una creación. La poesía es un acto humano: las relaciones concertadas entre imágenes perceptibles. La poesía de la naturaleza sólo es exactamente una construcción del espíritu. La ciudad es una imagen poderosa que acciona nuestro espiritu. ¿Por qué no habría de ser la ciudad. también ahora, una fuente de poesía?

Toda persona inteligente sabe que la necesidad de llegar a una reforma de las relaciones de propiedad del suelo de las ciudades no tiene nada que ver con ninguna ideología, sino que es una consecuencia de la situación cambiada en que todos nos encontramos. […] ¿Qué otra cosa sino la norma del grupo podría forzarnos a subordinar un poco más nuestros intereses a los intereses de la comunidad? Esa subordinación, apoyada en la conciencia, sería sólo un presupuesto para una instalación mejor, para una forma -más adecuada a la era técnica- de dejar espacio libre al individuo. Pero la aludida norma falta, y por eso nuestras ciudades se provincializan y resultan inhóspitas, y decae la alta cultura urbana que en otro tiempo sirvió de base al progreso racional.

Cattaneo ha escrito sobre la naturaleza como patria artificial que contiene toda la experiencia de la humanidad. Nos podemos permitir entonces afirmar que la cualidad de los hechos urbanos surge de las investigaciones positivas, de la concreción de lo real; la cualidad de la arquitectura -la création humaine- es el sentido de la ciudad.

La ciudad espacial es un continuo discontinuo; discontinuo por la oposición entre el todo y la parte, continuo por las posibilidades permanentes de transformación.

Ahora bien, hay pocos objetos que el pueblo guarde tan celosamente como sus parques y espacios abiertos; y pienso que uno puede sentirse confidente de que la gente de la ciudad jardín no permitirá, ni por un momento, que sea destruida la belleza de su ciudad por el proceso de crecimiento. Pero se puede argumentar -si esto es verdadero-, ¿no podrán los habitantes de la ciudad jardín ser tachados de egoístas si impiden el desarrollo de la ciudad y, de este modo, privan a otros del goce de sus ventajas? De ninguna manera. Existe una alternativa brillante, aunque se haya pasado por alto hasta ahora. La ciudad crecerá; pero crecerá de acuerdo con un principio, cuyo resultado radicará en esto: que semejante crecimiento no disminuya, sino que aumente siempre sus oportunidades sociales, su belleza, su comodidad.

¿Por qué el óxido nos asusta tanto mientras que la ruina goza de un carácter tranquilizador? Es muy probable que sea necesario comenzar por responder a esa pregunta antes de intentar luchar con «la fealdad inevitable del universo técnico». La ruina, como hemos dicho, devuelve al hombre a la naturaleza. El óxido, en cambio, lo confina en medio de sus propias producciones, como en una prisión, una prisión tanto más terrible cuanto que es su constructor. ¿Quién, aparte de él, ha construido estas ciudades que prácticamente ya nunca abandona, estas redes que lo mantienen conectado a su televisor o pantalla de ordenador? La perspectiva simple de un destino de confianza revela lo que es inhumano en el trabajo del hombre. El mayor temor sugerido por el paisaje tecnológico contemporáneo es el de la muerte de la humanidad en medio de los signos de su triunfo sobre la naturaleza.

El rasgo característico de la arquitectura es el relieve. La arquitectura es un arte plástico, el arte de la definición del espacio. Como tal, se expresa de un modo más universal en el paisaje de la ciudad: en cada edificio y en la agrupación de edificios y en la situación de un edilicio respecto a los demás. El plano de la ciudad está dominado generalmente por dos elementos: la calle y la plaza. La calle como una hilera de casas; la plaza como un foco de calles.

Si nosotros, los arquitectos del Oeste, queremos hacer un trabajo grande y duradero, debemos atrevernos a ser sencillos, debemos tener el valor de tirar a la basura todo dispositivo que despoje al ojo de la belleza estructural, debemos romper las convenciones y llegar a las verdades fundamentales. Por la fuerza de la costumbre y la educación, nosotros, en cuyas manos se confía gran parte de la belleza del país y de la ciudad, nos hemos visto obligados a estudiar el estilo de otros hombres, con el resultado de que la mayor parte de nuestro trabajo moderno es una imitación abierta o un plagio velado de la idea de otro. Para romper con esta degradación debemos descartar audazmente toda creencia estructural aceptada y todo estándar de belleza y volver a la fuente de toda la fuerza arquitectónica – la línea recta, el arco, el cubo y el círculo – y beber de estas fuentes de Arte que dieron vida a los grandes hombres de la antigüedad.

Durante la Edad Media las relaciones espaciales mostraron cierta tendencia a ser organizadas como símbolos y valores. La cosa más importante· en la ciudad era la aguja de la iglesia, que apuntaba al cielo y dominaba los demás edificios, así como la iglesia dominaba sus esperanzas y sus temores. El espacioestaba dividido arbitrariamente para representar las siete virtudes, o los doce apóstoles, o los diez mandamientos o la trinidad. Sin una referencia simbólica constante a las creencias y símbolos de la Cristiandad la base lógica del espacio medieval se habría derrumbado. Aun las mentes más razonadoras no estaban exentas de esa influencia. Roger Bacon había adquirido grandes conocimientos en óptica, pero después que hubo descrito las siete capas del ojo, agregó que poresos medios Dios había querido expresar en nuestros cuerpos una imagen de las siete dotes del espíritu.

Una mezcla de usos, para ser lo bastante compleja como para sostener la seguridad urbana, el contacto público y el cruce de funciones y actividades, necesita una enorme diversidad de ingredientes. La primera cuestión -y a mi juicio la más importante, con mucho- sobre urbanización de ciudades es la siguiente: ¿Cómo pueden generar las ciudades una suficiente mezcla de usos, suficiente diversidad, a todo lo largo y ancho de un territorio suficiente, con el objeto de conservar su civilización?

Ahora el edificio puede convertirse realmente en un animal: los elementos inflables e hidráulicos y los motores eléctricos de bajo costo han permitido obtener edificios animales que puedan crecer; y no sólo edificios más grandes, sino también más pequeños, diferentes, mejores. La ciudad no es sólo una serie de incidentes, sino una trama de incidentes.

El hombre moderno se ve obligado a operar constantemente en un ambiente arquitectónico. Los complejos arquitectónicos de la ciudad, examinados con plena libertad, influyen directamente sobre los sentidos del contemplador de la arquitectura con su aspecto y con sus formas, suscitando una determinada percepción del mundo. El Estado soviético, que pone en el centro de su actividad de planificación, debe utilizar también la arquitectura como poderoso medio de organización de la psique de las masas.

El problema físico de la ciudad consiste en desarrollar y mantener un buen orden formal… Considerando que no estamos frente a necesidades esporádicas sino permanentes de desarrollo o rehabilitación urbana, es de importancia primordial formular principios básicos tendientes a ordenar el crecimiento de las villas y ciudades…. los principios fundamentales de la edad antigua y la medieval deben aceptarse en nuestro tiempo; y que el olvido de esos principios es la verdadera causa del actual orden/»>desorden de nuestras ciudades.

La siguiente característica quese debe añadir para hablar de «ciudad» es la subsistencia de un intercambio de bienes no solamente ocasional, sino también regular … es decir, la existencia de un mercado. Pero no todos los «mercados» hacen, sin más, una «ciudad» del lugar en que se desarrollan. Hablamos de «ciudad» en sentido económico solamente en los casos en los que la población residente en el lugar cubre una parte económicamente relevante de sus necesidades cotidianas en el mercado local, y esencialmente con productos que la población residente en el lugar y la de los alrededores ha producido o, si no, se ha procurado por medio de la venta en el mercado. Toda ciudad, en este sentido, es un lugar de «mercado».

El organismo vivo es sano citando es un producto del arte natural ajustado a los principios básicos de la arquitectura natural; del mismo modo la villa o la ciudad será sana, -física, espiritual y culturalmente- sólo cuando se desarrolle como productor del arte humano, y de de acuerdo a los principios básicos de la arquitectura humana. Sin duda, esto debe aceptarse como el secreto fundamental de toda construcción urbana.

La calle moderna es un organismo nuevo, especie de fábrica longitudinal, depósito aireado de múltiples órganos complejos y delicados (las canalizaciones). Va contra todo sentido económico, contra toda seguridad y buen sentido enterrar [as canalizaciones de la ciudad. Las canalizaciones deben ser accesibles de todas partes. Las secciones de esta fábrica longitudinal tienen varios destinos. El objeto de esta fábrica tanto es la construcción de [as casas con que se tiene la costumbre de flanquearla como los puentes que la prolongan a través de los cañadones o por encima de los ríos.

La adecuada construcción urbana debe, en cambio, considerar todos los problemas de la comunidad urbana -problemas físicos, sociales, culturales y estéticos- para lograr su coordinación a través de un largo período de tiempo en un orden físico coherente. Esta organización gradual de la ciudad debe realizarse ,de acuerdo con un proceso arquitectónico flexible y dinámico, a fin de mantener, una armonía permanente entre el orden formal y las cambiantes formas de la vida. A este proceso podemos denominarlo con el término de «composición urbana «.

La política, de hecho, constituye aquí el problema de las elecciones. ¿Quién en última instancia elige la imagen de una ciudad? La ciudad misma, pero siempre y solamente a través de sus instituciones políticas. Se puede afirmar que esta elección es indiferente; pero sería simplificar trivialmente la cuestión. No es indiferente; Atenas, Roma, París son también la forma de su política, los signos de una voluntad. Desde luego, si consideramos la ciudad como manufactura, al igual que los arqueólogos, podemos afirmar que todo lo que se acumula es signo de progreso; pero ello no quita que existan valoraciones de este progreso. Y diferentes valoraciones de las elecciones políticas.

El uso de una malla regular de arterias como soporte simple y flexible de una estructura urbana, de modo que resulte compatible con su cambio continuo, consigue el objetivo que la cultura europea no había logrado alcanzar. La absoluta libertad concedida al elemento arquitectónico aislado queda emplazada aquí, exactamente, en un contexto no condicionado formalmente por él. La ciudad americana articula al máximo los elementos secundarios que la configuran, manteniendo rígidas las leyes que, como conjunto, la rigen.

Tal vez ésta sea una frase un poco caída en desuso, pero todavía todo es acontecimiento. La arquitectura es diversión, y no por eso uno se está volviendo superficial. Tomemos alguno de los elementos con los que estamos trabajando en este momento: el equipamiento de una ciudad electrificada para hacer de ella una ciudad controlable, limpia, intercambiable y manuable. La vieja batalla entre el hombre, la calle y el vehículo nunca será ganada; simplemente será sobrepasada.

Partes enteras de la ciudad presentan signos concretos de su modo de vivir, una forma propia y una memoria propia. Se han individualizado a través de la profundización de estas características por las indagaciones de tipo morfológico y por las posibles investigaciones de tipo histórico y lingüístico. En este sentido el problema empieza en el concepto de locus y de dimensión.

La opción monumentalista se hace así portadora de una nueva visión de la ciudad. Critica la expansión indiferencia da y la miseria de la cantidad guiada ilusoriamente por los instrumentos del zoning, para una ciudad en la que, en cambio, se pueden reconocer y proyectar las partes orgánicamente integradas a su estructura. Partes de ciudad entre las que la relación entre morfología urbana y tipología de la edificación evidencie y caracterice los puntos fijos colectivos en torno a los cuales se construye y se transforma la ciudad privada… La nueva monumentalidad significa, pues, exigencia de unidad y simplicidad, constituye una respuesta que se quiere oponer al desorden de la ciudad moderna con la claridad de pocas reglas decisivas. Que, en definitiva, quiere recuperar un carácter para la ciudad partiendo de la simplicidad en las necesidades del espíritu colectivo y del sentimiento de unidad en los medios para satisfacerlas.

La Ciudad Genérica es lo que queda detrás de grandes secciones de vida urbana cruzadas con el ciberespacio. Es un lugar de sensaciones distendidas y débiles, pequeñas y lejos de las emociones, discretas y misteriosas como un gran espacio iluminado por una lámpara de mesita de noche. Comparada con la ciudad clásica, la Ciudad Genérica esta sedada, usualmente apreciada desde una percepción sedentaria. En lugar de concentración –presencia simultanea- en la Ciudad Genérica los «momentos» individuales se distancian para crear un trance de experiencias estéticas casi desconocidas: las variaciones de color en la iluminación fluorescente de un edificio de oficinas justo antes del crepúsculo, la sutileza de los blancos ligeramente distintos de un anuncio iluminado de noche.

¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la sociedad actual, exactamente lo mismo que otra cuestión social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera ‘escasez de vivienda‘: Esto sólo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y tan pronto como el proletariado conquiste el Poder político, esta medida, impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual.

La ciudad espacial acompaña el perfil del paisaje como una capa cristalina; es en sí misma un paisaje comparable al de las formaciones geológicas, con montañas y valles, desfiladeros y altas mesetas, comparables también a la zona poblada de un bosque, con sus ramas, donde la luz y la sombra encuentran su marco más bello.

Para empezar debo pedir que se extienda la palabra «arte» más allá de los objetos que son considerados obras de arte, para tener en cuenta no sólo la pintura, la escultura y la arquitectura, sino las formas y los colores de todos los objetos domésticos; y asimismo la propia organización de los campos para el cultivo o el pastoreo, la administración de las ciudades y de nuestra red de carreteras; en una palabra, extenderla al aspecto de todo lo que nos rodea en la vida.

¿Cómo debe realizarse la vivienda para el mínimo nivel de vida?… Aun hoy es extraordinariamente difícil para muchos arquitectos comprender que en la construcción de viviendas, el aspecto exterior de los volúmenes y la distribución de las fachadas no deben ser considerados como las principales tareas de los arquitectos, sino que la parte más importante del problema es la construcción completa de la célula individual de vivienda según los principios de una concepción moderna de la vida; y que a ellos les corresponde, además, la tarea urbanística de incorporar a la imagen de la ciudad la suma de estas células de viviendas, es decir, el barrio (Siedlung), para que de este modo se creen las mismas condiciones favorables para cada elemento individual de la vivienda. Si esta exigencia general se impone sólo con mucha lentitud, bastante peor es todavía la situación de los detalles técnicos de la vivienda. En la mera distribución de espacios en una casa normal, la concepción exacta de los numerosos problemas individuales es de gran significación para el valor del organismo total.

El paisaje urbano de la ciudad genérica es normalmente una amalgama de secciones demasiado ordenadas –que datan del principio de su desarrollo, cuando el «poder» aún estaba sin diluir- y crecientes pactos en cualquier otro sitio.

LA TENTACIÓN DE LA CIUDAD es la forma romántica de expresarlo: la imaginación dibuja a un joven rural, que siempre se dirige al sueño de «la gran ciudad» ; la todavía no formulada, pero ya reluciente, metrópolis. Llamémoslo como queramos: instinto gregario o necesidad económica: la tendencia primaria con la que debemos lidiar en cualquier formulación de la futura ciudad es la tendencia hacia la centralización.

De todo ello surgió esta idea de ciudad en la que los monumentos representan los puntos fijos de la creación humana, los signos tangibles de la acción de la razón y de la memoria colectiva; en la que la residencia se convierte en el problema concreto de la vida del hombre que poco a poco va organizando y mejorando el espacio en que habita, según sus viejas necesidades; y de esta manera, la estructura urbana, según las leyes de la dinámica de la ciudad, se va disponiendo en modos diversos, aunque siempre con los mismos elementos fijos: la casa, los elementos primarios, los monumentos. Estas diversificaciones dentro de la ciudad no comprenden las funciones; se trata de hechos urbanos de naturaleza distinta, que tienen una vida distinta y que están concebidos de una manera también distinta.

Los ideólogos de extracción radical o humanitaria pueden muy bien evidenciar la irracionalidad de la ciudad industrial, pero olvidan (no por casualidad) que aquella irracionalidad lo es tan sólo para un observador que quiera engañarse a sí mismo creyendo estar situado au dessus de la melée. La utopía humanitaria y las críticas radicales tienen un efecto imprevisto: convencen a la burguesía progresista de apropiarse del tema de la conciliación entre racionalidad e irracionalidad.

La arquitectura, ligada directamente a la realidad productiva, no sólo es la primera en aceptar, con rigurosa lucidez, las consecuencias de su ya realizada mercantilización: partiendo de sus propios problemas específicos, la arquitectura moderna, en su conjunto, está en condiciones de elaborar, ya antes de que los mecanismos y las teorías de la Economía Política faciliten los instrumentos de actuación un clima ideológico que integre eficazmente el design, a todos los niveles de intervención, en un Proyecto objetivamente destinado a reorganizar la producción, la distribución y el consumo del capital en la ciudad del capital.

En el estado actual de la evolución de la sociedad, considero que es inconcebible construir casas, ciudades, según los planos, incluso a escala de una fracción pequeña de territorio, según las rutinas, que son la de los constructores y fortalezas medievales. En efecto, la arquitectura llamada contemporánea, que de tiempo en tiempo se considera como algo audaz, emplea materiales semejantes a los de nuestros lejanos antepasados: volúmenes, planos vacíos de rigor. Estos materiales están acabados. Convenían a una topología primaria, basada sobre las leyes de la jungla. Abrigado contra las intemperies o contra los otros humanos, conjunto de refugios al abrigo de otros conjuntos. Esta es una topología del miedo, una topología de circuito cerrado, a más o menos vencimiento, que domina todavía el campo de la arquitectura. La nueva topología que propongo es una topología abierta, una topología de la confianza, si no del amor en el sentido más noble del término. Es preciso acabar con los refugios, con los conjuntos de refugios. Deben ser reemplazados por células abiertas, por estructuras rítmicas en el tiempo y en el espacio.

Para generar una diversidad exuberante en las calles y distritos de una ciudad son indispensables cuatro condiciones. (I) Primero, el distrito, y sin duda cuantas partes del mismo como sean posibles, ha de cumplir más de una función primaria; preferiblemente, más de dos. Éstas han de garantizar la presencia de personas que salen de sus hogares en horarios diferentes y que está allí con fines distintos, pero capaces de usar muchos equipamientos en comun. (II) Segundo, la mayoría de las manzanas han de ser pequeñas, es decir, las calles y las ocasiones de doblar la esquina han de ser abundantes. (III) Tercero, el distrito ha de mezclar edificios de distintas épocas y condiciones, incluyendo una buena proporción de casas antiguas, de forma que presenten una gran variedad en su rendimiento económico. Esta mezcla ha de ser necesariamente bastante compacta. (IV) Cuarto, ha de haber también una concentración humana suficientemente densa, sean cuales fueren los motivos que los lleve allí. Esto requiere una densa concentración de personas presentes en dichos lugares por ser su residencia habitual.

El hombre y su contorno son inseparables. El hombre de ciudad, o mejor, el hombre de los centros de vivienda y de producción, y las condiciones de vida que esos espacios técnicos le proporcionan, son inseparables. Si no se quiere llegar tan sólo a planificar un proceso descontrolado de aumento de la población, y de la producción económica, y del consumo, o conformarse con ese proceso, entonces tenemos que aprender a distinguir con toda claridad lo que es adaptación feliz, y lo que es biopatología de la civilización industrial de masas.

Igualmente, la observación de que los conceptos de centro y periferia nacen cuando en el siglo XIII el poder burgués se organiza y se expresa en funciones comerciales; sobre todo, no permite equiparar automáticamente aquellas ideas de centro y periferia con las actuales, aparte de la dificultad que tenemos hoy en día para precisar en concreto sus efectos sobre una posible diferenciación tipológica. En aquella época las diferencias se dan de hecho dentro de una unidad política y física que se identifica con la forma de la ciudad -para la cual, quizá, podríamos hablar de lugares más o menos centrales-, sin ser una antítesis, contradicción física de contradicciones sociales. Entre el centro y la periferia medievales no se dan, en efecto, sectores urbanos inexistentes, es decir, sin participación en el conjunto por estar segregados del diseño organizador del conjunto mismo. Hoy, sin embargo, las relaciones entre un centro y una periferia no se dan sólo, o en buena medida, entre las dos partes, sino que el primero mantiene relaciones orientadas en múltiples direcciones (regionales, nacionales, internacionales) y la segunda carece a menudo completamente de ellas.

Una vez que la gente haya aprendido a construir, saldrá al campo, y todo el campo de Inglaterra se convertirá en una hermosa ciudad moderna en el nuevo sentido; con lo cual el campo será más bello gracias a los edificios, sí, incluso gracias a las fábricas.

Anulando el sueño romántico de una incidencia tout court de la acción subjetiva sobre el curso del destino social, revela al pensamiento burgués que el propio concepto de destino es una creación ligada a las nuevas relaciones de producción. Como sublimación de hechos reales la viril aceptación del destino (fundamento de la ética burguesa) puede superar la miseria y el empobrecimiento que este mismo «destino» ha creado a todos los niveles de la vida asociada y, principalmente, en su forma-tipo, la ciudad.

La estructura de una ciudad no es tan sólo el caparazón de la sociedad; al contrario, la estructura actúa como un programa simbólico de control al mismo nivel que las restricciones rituales que se sabe que regulan el comportamiento de varias tribus y que producen un comportamiento más homeostático que divergente. De ahí que el arquitecto sea responsable de las convenciones de los edificios y la configuración del desarrollo de tradiciones (este comentario simplemente refuerza la idea de que un edificio controla a sus habitantes a un nivel organizativo).