razón

El arte de la Antigüedad, que partió del supuesto de representar con la máxima objetividad las entidades materiales, debió de haber considerado la representación del espacio como negación de su materia y de su misma individualidad. Esto no significa que ya desde entonces estuviera claro que el espacio era únicamente una forma intuitiva del entendimiento humano, sino que el hombre debía sentirse instintivamente impulsado a restringir al máximo la apariencia espacial por el deseo ingenuo de concebir de manera unitaria la realidad sensible/»>sensible. De las tres dimensiones espaciales en sentido amplio, las dos propias del plano, altura y longitud (contorno, silhouette), son indispensables para obtener la representación de una realidad individual; ésta es la razón de que se las reconozca desde los inicios del arte antiguo. La profundidad, en cambio, no parece tan estrictamente necesaria; y como, por otra parte, tiende a perturbar la impresión neta de la individualidad material, fue, en la medida de lo posible, desdeñada por el arte antiguo.

Asumimos que la forma de vivir en la posguerra es de vital importancia para muchos estadounidenses, y esa es la razón por la que intentamos encontrar al menos una respuesta suficiente para dar una orientación clara a las reflexiones actuales sobre el tema. Está por ver si esa respuesta es la casa del «milagro», pero creemos que después de que todas las brujas hayan agitado el caldo, la casa que saldrá de los vapores será concebida dentro del espíritu de nuestro tiempo, utilizando, en la medida de lo posible, muchas técnicas y materiales nacidos de la guerra que se apartarán mejor a la expresión de la vida del hombre en el mundo moderno. Lo que el hombre ha aprendido sobre sí mismo en los últimos cinco años se expresará, estamos seguros, en la forma en que querrá ser alojado en el futuro. Sólo una cosa podría detener la realización de ese deseo, y esa es la tenacidad con la que el hombre se aferra a los viejos antepasados porque aún no entiende lo nuevo.

Al ordenarse las partes de una construcción en razón de su utilidad, al aparecer un espacio vital en el lugar de un espacio estético -y en orden tal es el que designamos como dinámico- la construcción se deshace de las cadenas del viejo orden, rígido y estático, de los ejes y las simetrías, y se sitúa de nuevo en el principio. En vez de un equilibrio estrecho, material, estable (Simetría), aparece un equilibrio nuevo más audaz, lábil, donde se contrapesan tensiones cruzadas, que se corresponde mejor con nuestra esencia (Polaridad): con ello parece una configuración enteramente nueva viva, libre de inhibiciones y disimulos. La construcción, mediante la adecuación a la función, consigue entonces una mucho mayor y mejor unidad interna, deviene más orgánica, y al abandonar las viejas convenciones y formalismos de la representación, la materialización de una configuración necesaria hace desaparecer también toda clase de lastres e inhibiciones.

Al principio de cualquier investigación sobre la transparencia, debe dejarse establecida una distinción que es, seguramente, básica. La transparencia puede ser una cualidad inherente a la substancia —como ocurre en una tela metálica o en una pared de vidrio—, o puede ser una cualidad inherente a la organización— como así sugieren Kepes y Moholy, aunque este último en menor medida. Y precisamente por esta razón podemos distinguir entre transparencia literal o real y transparencia fenomenal o aparente.

Para concluir, diré que son dos los principales materiales con los que se acostumbra a construir: la piedra y la madera. La madera, que la naturaleza hace crecer en los campos, bella y decorada, contiene en sí, como hemos visto, todas las variaciones imaginables de la arquitectura, incluso aquellas que, como las arcadas, las bóvedas y el estilo llamado rústico, parecen ser más propias de la índole de la piedra. Aparece allí donde la piedra, o el mármol, son muy escasos; y conservan, en cierto modo, la tosquedad e irregularidad que tienen en las canteras de donde se extraen. Tal es, si no me equivoco, la razón de que la madera sea en arquitectura el material madre, el que transmite a todos los demás sus formas particulares, por así decirlo; pues todos los pueblos, por acuerdo casi común, han decidido no imitar y no representar en sus edificios de piedra, ladrillo o cualquier otro material, ningún material que no sea la madera. Sólo siguiendo ese camino pudieron los arquitectos dar a sus obras unidad y variedad, según queda dicho. Su intención fue perpetuar mediante materiales más duraderos las diversas modificaciones y gracias del menos durable, cuando un arte hijo de la necesidad, al pasar de las cabañas a los palacios, acabó al fin por recibir su perfección de manos del lujo. Si con ello los arquitectos mienten, tal como proclama el filósofo, no tendremos más remedio que decir: Más bella que la verdad es la mentira.

Es bien sabido que, en todas las cuestiones sometidas al entendimiento, el prejuicio es destructor de los juicios sólidos y pervierte todas las operaciones de las facultades intelectuales. No es menor el perjuicio que causa al buen gusto, ni es menos decisiva su influencia corruptora sobre nuestro sentimiento de la belleza. Pertenece al buen sentido el controlar su influjo en ambos casos y, a este respecto, así como en muchos otros, la razón, si no una parte esencial del gusto, es al menos requisito para las operaciones de esta última facultad.

La obra de arte es un todo activo y cerrado, que tiene su razón en sí y por sí misma, presentándose como una realidad existente por sí misma frente a la naturaleza. En la obra de arte, la forma real solo existe como realidad activa. La obra de arte, al concebir la naturaleza como una relación de representaciones de movimiento e impresiones parciales, la libera para nosotros del cambio y del azar.

Es necesario estudiar nuevamente a los antiguos, porque sus construcciones nos dan esa sensación de armonía, la esencia de su estilo… Me pregunto si todo artista no debería poner las siguientes máximas en su estudio, tantas veces repetidas por Semper: 1) que la naturaleza y sólo ella nos indica el camino a seguir; 2) que la naturaleza sola es lógica, porque no hace jamás una cosa sin razón y, por tanto, incita a los artistas a ser simples. Y hablando de la necesidad de utilizar la estructura como motivo de ornamento Semper demuestra ser un racionalista puro aunque no le gustase el arte medieval.

De todo ello surgió esta idea de ciudad en la que los monumentos representan los puntos fijos de la creación humana, los signos tangibles de la acción de la razón y de la memoria colectiva; en la que la residencia se convierte en el problema concreto de la vida del hombre que poco a poco va organizando y mejorando el espacio en que habita, según sus viejas necesidades; y de esta manera, la estructura urbana, según las leyes de la dinámica de la ciudad, se va disponiendo en modos diversos, aunque siempre con los mismos elementos fijos: la casa, los elementos primarios, los monumentos. Estas diversificaciones dentro de la ciudad no comprenden las funciones; se trata de hechos urbanos de naturaleza distinta, que tienen una vida distinta y que están concebidos de una manera también distinta.

Probablemente sea verdad que sólo cuando la arquitectura del entorno bien climatizado disponga de un lenguaje de formas simbólicas tan intrincado en nuestra cultura como los del antiguo dispensa, será capaz de aspirar a la misma convicción de autoridad monumental, pero esa posibilidad parece que queda excluida por la propia naturaleza de la operación que quisiera relatado. La esencia de lo que se ha hecho para controlar el clima sido -en todas las épocas- el desplazamiento de la costumbre por el experimento del hábito aceptado por la innovación informada. El mayor de los poderes medioambientales es el pensamiento, y la utilidad del pensamiento, la auténtica razón para aplicar la inteligencia radical a nuestros problemas, es precisamente porque disuelven lo que la arquitectura viene construyendo hasta la fecha: formas tradicionales. Nuestros posmodernos actuales, que se esfuerzan por reimplantar esas formas tradicionales, pueden hacerlo solamente gracias a que las tecnologías de control climático que están la libertad para separar esas formas de deseado funcionalismo climático.

El problema que determina más explícitamente nuestra crisis es que el marco conceptual de las ciencias no es compatible con la realidad. La teoría atómica del universo puede ser cierta, pero apenas explica los problemas reales del comportamiento humano. […]. Las consecuencias de todo esto para la teoría arquitectónica son enormes. El contenido poético de la realidad, el a priori del mundo, que es el marco de referencia definitivo para cualquier arquitectura verdaderamente significativa, está oculto bajo una gruesa capa de explicaciones formales. Debido a que el pensamiento positivista ha hecho lo posible para excluir el misterio y la poesía, el hombre contemporáneo vive con la ilusión del poder infinito de la razón. Ha olvidado su fragilidad y su capacidad de asombro, asumiendo generalmente que todos los fenómenos de su mundo, desde el agua o el fuego hasta la percepción o el comportamiento humano, han sido ‘explicados’. Para muchos arquitectos, el mito y la poesía son generalmente considerados sinónimo de sueños y locura, mientras que la realidad se considera equivalente a las teorías científicas prosaicas. […] El arte puede ser hermoso, por supuesto, pero rara vez se entiende como una forma profunda de conocimiento, como una interpretación genuina e intersubjetiva de la realidad. Y la arquitectura, en particular, nunca debe participar del presunto escapismo de las otras bellas artes; tiene que ser, antes que nada, un paradigma de construcción eficiente y económica.

Este «paraíso artificioso» que aparece incesantemente en nuestra experiencia de la vida cotidiana, revela la cualidad de pesadilla de una utopía: una tierra de nadie en la que el recuerdo y la conciencia serán pronto considerados como fragmentos inútiles sobre una topografía de la razón pura. En un espacio sin escondrijos donde el contenido es separable del lugar; donde cada cosa está aislada y expuesta a la Nada: donde el encaje humano ya no es necesario para la existencia de un «espacio en sí mismo», el envolvimiento en el Ser viene a significar refugiarse en el ambiente.

El tipo, que encontraba su razón de ser en la historia, la naturaleza y el uso, no debía, por tanto ser confundido con el modelo, la repetición mecánica de un objeto. El tipo manifestaba la permanencia en el objeto, simple y único, de aquellas características que lo conectaron con el pasado, dando razón así de una identidad, acuñada años atrás, pero siempre presente en la inmediatez del objeto.

El mérito principal que se atribuía el partido gótico era el de haber resucitado el principio medieval de una fiel articulación, consistente en la exacta correspondencia entre el motivo del proyecto superficial y el motivo de la construcción sustentante. Los partidarios del gótico sostenían con una buena dosis de razón que los estilos renacentistas estaban viciados, de modo casi irremediable, por la imitación, mientras que el estilo medieval, a su parecer, no tenía nada que esconder. Esto constituyó un gran paso adelante en la dirección justa, porque la falsa arquitectura no puede ser verdadero arte.

Muchos de los elementos que han adquirido formas de arquitectura aceptadas por los estadounidenses pueden identificarse como rasgos regionales. El pasado y el presente que cumplen las mismas condiciones pueden utilizar el mismo medio para satisfacer una necesidad común. La necesidad regional es, en cada caso, la madre de la invención y la razón de su continuidad.

De ahí mis primeras definiciones de la Arquitectura Posmoderna como evolucionaria. Mitad moderna y mitad otra cosa, generalmente un lenguaje constructivo tradicional y regional. La principal razón de este híbrido tiene claramente que ver con las presiones contrarias ejercidas sobre el movimiento. Los arquitectos que quisieran superar el impase moderno, o el fracaso de su comunicación con el usuario, debían utilizar un lenguaje parcialmente comprensible, un simbolismo local y tradicional. Pero también debían comunicarse con sus semejantes y utilizar la tecnología actual. De ahí la definición de Posmoderno como algo doblemente codificado, como una serie de dualidades importantes.

La axonometría no es tanto un medio de representación como una herramienta para el trabajo, y para el trabajo objetivado. Puede ser tan perspicaz como desee (y no siempre es así, ya que es un hecho que el público muy a menudo no puede descifrarlo). No obstante, en primer lugar revela un punto de vista poético y exige un conocimiento especializado. Para decirlo de forma esquemática: si la perspectiva «realista» tiene que ver con «consumo» y representa un servicio al cliente, como sostuvo Alberto Sartoris, y quien por esa razón alentó a Terragni a adornar con «vegetación» su escueta perspectiva para una urbanización en Reggio, la axonometría, por otro lado, tiene que ver con el taller de arquitectura.

Hablar de raciones con arquitectura -Y por tanto, de razón, de formas y de técnicas disponibles, etc. -Quiere decir referirse principalmente al problema del conocimiento; el caso concreto de la arquitectura quiere decir referirse a sus mismos fundamentos científicos… En el pensamiento teórico del racionalismo, la arquitectura se considera sobre todo por sus características de «construcción», es decir, de procedimiento, siguiendo un orden lógico de las opciones sucesivas, o sea, por su carácter lógico-sintáctico; y ello debido precisamente al significado que se atribuye al análisis y al problema cognoscitivo, al significado particular que asume en este caso el procedimiento de investigación, con la finalidad de expresar elementos constantes y generales, y por coincidir análisis y proyecto en una misma finalidad cognoscitiva.

¿Por qué la figura de los cuerpos regulares se capta de golpe? Porque sus formas son simples y sus caras regulares y además se repiten. Pero como la magnitud de las impresiones que ,sentimos a la vista de los objetos está en razón de su evidencia, lo que nos hace distinguir más particularmente los cuerpos regulares es que su regularidad y su simetría son la imagen del orden, y esta imagen es la de la evidencia misma. De estas observaciones se desprende que los hombres no pudieron tener ideas claras acerca de la figura de los cuerpos antes de tener la idea de regularidad.

La segunda razón para tener en cuenta la cultura pop es la de encontrar un vocabularios formales para nuestro tiempo; deberán ser más adecuados a las distintas necesidades de la gente y más tolerantes con el desorden de la vida urbana que las normas formales «racionalistas» y cartesianas de la última arquitectura moderna. ¿Cuántas viviendas económicas y cuánta arquitectura decimonónica ha sido derrumbada para que algún ordenado purista arquitecto o urbanista pudiera empezar con el papel en blanco?

La monumentalidad es enigmática. No puede crearse deliberadamente. Ni el mejor material ni la tecnología más avanzada tienen que formar parte necesariamente de una obra de carácter monumental, por la misma razón que no fue precisó; la mejor tinta para redactar la Carta Magna de Inglaterra. Sin embargo, nuestros monumentos arquitectónicos muestran el esfuerzo por alcanzar esa perfección estructural que en buena parte ha contribuido a lograr su aspecto imponente, la claridad de sus formas y la lógica de su escala.

Establecer un punto en el caos es reconocerlo necesariamente gris en razón de su concentración principal y conferirle el carácter de un centro original desde donde el orden del universo va a brotar e irradiar en todas las dimensiones. Afectar un punto de una virtud central es hacer de él el lugar de la cosmogénesis. A este advenimiento corresponde la idea de todo Comienzo (concepción, soles, irradiación, rotación, explosión, fuegos de artificio, haces de luces) o, mejor: el concepto de huevo.

Este nuevo estilo, lo moderno, tendrá que expresar con claridad, en todas nuestras obras, un cambio significativo en la verdad del arte, la casi completa decadencia del romanticismo [y el surgimiento de la razón que acompaña nuestros actos,] y estar acompañada de la más perfecta satisfacción de las necesidades, para representar a nuestro tiempo y a nosotros mismo.

Pero la columna no es el único elemento plástico-tectónico. Plástico-tectónico es también aquello que la teoría del Renacimiento denomina «órdenes» y todo lo que forme parte de ellos, incluidas las balaustradas y las consolas. La arquitectura antigua no es, en ningún modo, la única que contiene elementos plásticos; éstos están presentes, asimismo, en la arquitectura anterior y posterior a la Antigüedad, y los encontramos también en la arquitectura romántica, la gótica, y en cierto modo también en la arquitectura no europea. En una primera fase, todos esos componentes plásticos de la arquitectura se convierten tectónicamente en bloques, y desaparecen luego en una segunda etapa. Plásticos son sobre todo los «perfiles». Por esa razón la arquitectura pura es una arquitectura «sin perfiles». Ni siquiera puede permitir una cornisa o un perfil como remate de un bloque constructivo: ahora el remate es el puro ángulo.

Aprehender las necesidades es la primera razón para ir a la ciudad actual. Una vez allí, la primera lección para un arquitecto es la pluralidad de las necesidades. Ningún constructor en su sano juicio anunciaría: Estoy construyendo para el Hombre. Está construyendo para un mercado, para un grupo de personas definido por el nivel de rentas, la edad, la composición familiar y el estilo de vida. Las Levittowns, los parques de atracciones, las casas urbanas de estilo georgiano crecen a raíz de la estimación que se hace de las necesidades de los grupos que formarán sus mercados. La ciudad puede verse como el producto físico de un conjunto de subculturas. De momento, son escasas las subculturas que recurren voluntariamente a los arquitectos.

Al revelar los límites de la razón matemática, la fenomenología ha indicado que la teoría tecnológica por sí sola no puede llegar a un acuerdo con los problemas fundamentales de la arquitectura. La arquitectura contemporánea, desilusionada con las utopías racionales, se esfuerza ahora por ir más allá de los prejuicios positivistas para encontrar una nueva justificación metafísica en el mundo humano; su punto de partida es, una vez más, la esfera de la percepción, el origen último del significado existencial.

Si, efectivamente, se puede admitir clasificar los edificios y las ciudades según su función, como generalización de algunos criterios de evidencia, es inconcebible reducir la estructura de los hechos urbanos a un problema de organización de algunas funciones más o menos importantes; desde luego, esta grave distorsión es lo que ha obstaculizado y obstaculiza en gran parte un progreso real en los estudios de la ciudad. Si los hechos urbanos son un mero problema de organización, no pueden presentar ni continuidad ni individualidad, los monumentos y la arquitectura no tienen razón de ser, no «nos dicen nada». Posiciones de ese tipo asumen un claro carácter ideológico cuando pretenden objetivar y cuantificar los hechos urbanos; éstos, vistos de modo utilitario, son tomados como productos de consumo.

Émulo de esta hija sublime del sentimiento, y alimentándola según su esencia, ¿no habría que designar a partir de ahora la Arquitectura Gótica con el título de Símbolo del pensamiento? Y, como verdadero monumento de la razón humana, ¿no sería también ese nombre el que había que asignar a la construcción greco-toscana en toda su pureza? Un resumen visible de los elementos característicos de estos dos tipos de construcciones legitimará, a mi juicio, esas nuevas denominaciones, al mismo tiempo que nos conducirá a los tres resultados siguientes, con los que pondré fin por el momento a estas observaciones sobre la Arquitectura. En primer lugar, este cuadro responderá a la objeción de los que dicen que la arquitectura es inferior en expresión a la estatuaria y a la pintura, puesto que la primera no trabaja como éstas con el rostro humano. En segundo lugar, determinará, mediante el prototipo reconocido y sus analogías, cuál debe ser el valor coloreado de los materiales visibles empleados por los dos tipos de construcciones estudiados. Por último, nos servirá como norma y patrón de medida sentimental en los juicios que emitamos sobre los monumentos en los que esos elementos lineales y coloreados hayan sido ignorados, menospreciados o anulados.

Desde el siglo xv hasta nuestros días, la arquitectura ha estado bajo la influencia de tres «ficciones» –representación, razón e historia-. A pesar de la aparente sucesión de estilos arquitectónicos, cada uno con su propia etiqueta -Clasicismo, Neoclasicismo, Modernismo, Posmodernismo y así sucesivamente- estas tres ficciones han persistido en una u otra forma durante quinientos años. Cada una de las ficciones tenía un propósito fundamental: el de la representación, dar cuerpo a la idea de significado; el de la razón, codificar la idea de verdad; el de la historia, rescatar la idea de lo atemporal de las garras del continuo cambio. Dada su persistencia será necesario considerar que este período manifiesta una continuidad de pensamiento arquitectónico. A este modo de pensar lo llamaremos clásico.

Es sabido que el materialismo histórico reconoce en la base económica el principio director, la ley determinante del desarrollo histórico. En relación con esto, las ideologías -y, entre ellas, la literatura y el arte– aparecen en el ámbito del proceso evolutivo solamente como una superestructura, que lo determina de un modo secundario. Partiendo de esta constatación fundamental, el materialismo vulgar saca la consecuencia mecánica y errónea, distorsionada y aberrante, de que entre la base y la superestructura subsiste un mero nexo causal, en el que el primer término figura solamente como causa, mientras que el segundo aparece sólo como efecto. […] ¿Cuál es la causa de la aversión manifestada ante la teoría marxista de la superestructura incluso por parte de aquellos estudiosos burgueses que se muestran abiertos a nuevos conocimientos y cargados de buena voluntad? En mi opinión hay que buscarla en el hecho de que también estos estudiosos ven en la concepción superestructural de la literatura y el arte un envilecimiento estético y cultural de éstos. Algo absolutamente sin razón. La ideología burguesa cree haber descubierto en la literatura y en el arte la encarnación de la «esencia eterna del hombre»; y así como se dedica a despojar al Estado y al Derecho de la función que a tales entidades corresponde como instrumentos de la lucha de clases, la ideología burguesa trata además de mostrar la cara humanística de la literatura y el arte y de establecer la ubicación que les corresponde en el seno de la unión humana por poner en su lugar al hombre real, comprometido en la lucha y socialmente activo, que históricamente se transforma y llega a ser el fantasma de una «esencia eterna del hombre», la cual nunca ha existido en ninguna parte.

Para el arquitecto, construir significa emplearla material en función de sus propiedades de su naturaleza, con el fin de satisfacer una necesidad utilizando los medios más simples y más duraderos , y para que la construcción refleje durabilidad y proporciones adecuadas sujetas a ciertas reglas impuestas por los sentidos, la razón y el instinto humano. Así pues, los métodos del constructor deberán variar en función de la naturaleza de los materiales, de los medios de que disponga, de las necesidades que deba satisfacer y del entorno cultural al que pertenezca.

Qué duda cabe de que las primeras sociedades humanas, antes de levantar templos a sus divinidades y construir palacios para sus reyes, pensaron primero en asegurarse un abrigo contra las intemperies de las estaciones. Además se ha destacado con razón que esas sociedades se componían de pastores, de agricultores o de cazadores. Los pastores llevaban una existencia nómada y conducian sus rebaños por los valles más fértiles. Por consiguiente les interesaba construirse alojamientos móviles que pudieran transportar en sus frecuentes peregrinajes. Se les atribuye así la invención de la tienda. Las familias dedicadas a la agricultura habitaban las llanuras y las orillas de los ríos y sin duda construyeron cabañas. En cuanto a los cazadores empujados hacia las zonas de bosques y montañas, y los ictiófagos, apostados a orillas del mar, es probable que se refugiaran en cavernas y cavaran grutas en los flancos de las rocas. Esta variedad de viviendas ha dado a su vez lugar a varios sistemas de construcción. Las fábricas chinas y japonesas son una imitación exacta de la tienda; los templos de la India y de Nubia tienen estrechas concomitancias con las cavernas de los pueblos trogloditas; por último, la cabaña lleva en germen toda la arquitectura griega y romana… Las diversas construcciones que acabamos de señalar contenían en germen todos esos templos y palacios que se encuentran en las diversas regiones del mundo, las cuales, simples y toscas en la infancia de las civilizaciones, se han modificado poco a poco bajo el influjo de causas físicas, necesidades morales, y progreso de las ciencias, terminando por alejarse tanto de su origen que no se les puede relacionar con éste más que por conjeturas más o menos probables.

La belleza no es una cualidad de las cosas mismas; existe sólo en la mente que las contempla, y cada mente percibe una belleza diferente. Una persona puede incluso percibir uniformidad donde otros perciben belleza, y cada individuo debería conformarse con sus propios sentimientos sin pretender regular los de otros. Buscar la belleza real 0 la deformidad real es una búsqueda tan infructuosa como pretender encontrar el dulzor o el amargor reales. De acuerdo con la disposición de los órganos, el mismo objeto puede ser a la vez dulce y amargo, y el dicho popular ha establecido con toda razón que es inútil discutir sobre gustos. Es muy natural, e incluso necesario, extender este axioma tanto al gusto de la mente como al del cuerpo, y así se ve que el sentido común, que tan a menudo está en desacuerdo con la filosofía, especialmente con la escéptica, está de acuerdo, al menos en este caso, en emitir la misma decisión.

La segunda ficción de la arquitectura posmedieval es la razón. Si la representación era una simulación del significado de lo atemporal a través del mensaje de la Antigüedad, la razón era una simulación del significado de la verdad a través del mensaje de la ciencia. Esta ficción se manifiesta con fuerza en la arquitectura del siglo xx, así como en la de los cuatro siglos precedentes. Su apogeo fue la Ilustración. La búsqueda del origen de la arquitectura es la manifestación primera del ansia por encontrar una fuente racional para el diseño. Antes del Renacimiento, la idea de un origen se consideraba evidente en sí mismo, su significado e importancia eran incuestionables, pertenecían a un universo de valores a priori.

Lo han dicho antes que yo, y aunque yo no lo dijese también se admitiría, que, de todas las artes, sólo la arquitectura es capaz de reproducir ante nuestros ojos algunos de los efectos imponentes de la naturaleza; y la razón es muy sencilla. Como arte visible y palpable, la arquitectura es la única que puede tomar prestados aspectos de la naturaleza desde todos los puntos de vista, empleando además los mismos materiales. Es una especie de naturaleza trasplantada.

Estamos muy lejos de que función y representación sean en los edificios una sola e idéntica cosa; al contrario, se encuentran en la contradicción más patente. ¿Por qué razón la piedra no representa a la piedra, la madera a la madera, y cualquier material a sí mismo y no a otro? Totalmente contrario a como se practica y enseña, la arquitectura debería ser según conviene a las cualidades características, la ductilidad o rigidez de las partes componentes, y el grado de resistencia, la manera de ser o, en una palabra, la naturaleza del material con que se construye. En efecto, al ser la naturaleza de la madera diferente a la de la piedra, unas han de ser también las formas que en la construcción del edificio habrán de darse a la madera y otras las que se darán a la piedra.

Todo juego libre y variado de las sensaciones (que en la base no tienen intención alguna) deleita porque favorece el sentimiento de la salud, tengamos o no en el juicio de razón una satisfacción en el objeto e incluso en el deleite mismo; y ese deleite puede crecer hasta la emoción, aunque en el objeto mismo no tomemos interés alguno, por lo menos ninguno que esté en proporción con el grado de aquél. Podemos dividir esos juegos en juego de azar, juego del sonido y juego del pensamiento. El primero exige un interés, sea de la vanidad, sea de la utilidad propia, pero que no es, ni con mucho, tan grande como el interés en el modo como tratamos de proporcionárnoslo; el segundo exige sólo el cambio de las sensaciones, cada una de las cuales tiene su relación con la emoción, sin tener el grado de una emoción, y excita ideas estéticas; el tercero nace sólo del cambio de representaciones en el Juicio, mediante las cuales no se produce pensamiento alguno que lleve consigo algún interés, pero el espíritu es, sin embargo, vivificado.

Ahora aprendemos a traducir, en nuestra imaginación, la realidad en construcciones que son controlables por la razón, para que posteriormente podamos encontrar estas mismas construcciones en la realidad natural existente – de este modo penetraremos la naturaleza con una visión articuladora.

Al investigar las disposiciones que satisfacen mejor las necesidades materiales y morales del individuo, nos hemos visto obligados a crear unos reglamentos referentes a estas disposiciones, reglamentos de policía urbana, reglamentos sanitarios, etc., y a suponer como ya realizados ciertos progresos de orden social, de donde resultaría para estos reglamentos una extensión normal, que las leyes actuales no autorizan. Hemos admitido, por tanto, que la sociedad dispone libremente de ahora en adelante del suelo, y que corresponde a ella ocuparse de la provisión de agua, pan, carne, leche ,medicinas, en razón de los cuidados múltiples que estos productos reclaman.

Noté que todas las formas arquitectónicas estaban basadas en tres ideas básicas: (1) en formas de construcción; (2) en formas que posean importancia tradicional o histórica; (3) en formas significativas en sí mismas que toman su modelo de la naturaleza. Noté además que un enorme tesoro de formas ya había sido inventado o depositado en el mundo durante siglos y siglos de desarrollo, a través de las obras ejecutadas por personas muy diferentes. Pero al mismo tiempo vi que nuestro uso de este tesoro acumulado de objetos, a menudo muy heterogéneos, era arbitrario; porque cada forma individual posee su encanto particular a través del oscuro presentimiento de un motivo necesario, ya sea histórico o constructivo, que intensifica y continúa seduciéndonos a medida que lo empleamos. Creemos que al invocar un motivo de este tipo investimos nuestro trabajo con un encanto especial, aunque el efecto más agradable producido por su primitiva aparición en obras antiguas a menudo se contradice completamente con su uso en nuestras obras actuales. Me quedó especialmente claro que esta intencionalidad de uso es la razón de la falta de carácter y estilo que parece afectar a muchos de nuestros nuevos edificios.

hablar del diseño como de algo situado entre material e «inmaterialidad», pese a todo, no deja de tener un cierto sentido. Y es que, efectivamente, existen dos maneras distintas de ver y de pensar: la material y la formal. La barroca era material: el Sol está realmente en el centro y las piedras caen realmente según una fórmula. (Era material, stofflich, y, precisamente por eso, no materialista.) La nuestra es más bien formal: el heliocentrismo y la ecuación de la caída libre son formas prácticas (éste es un razonamiento formal y, justo por esa razón, no inmaterialista). Estas dos maneras de ver y de pensar conducen a dos maneras distintas de diseñar y proyectar. La material lleva a representaciones (como por ejemplo, representaciones anima. les en las paredes de las cuevas). La formal, a modelos (como por ejemplo, diseños de canalizaciones grabados en tablillas mesopotámicas). La primera de las maneras de ver pone el acento sobre lo que aparece en la forma, la segunda, sobre la forma de lo que aparece, del fenómeno. Así, es posible interpretar, por ejemplo, la historia de la pintura como un proceso, en el transcurso del cual se va imponiendo el modo formal de ver sobre el material (aunque con algunas derrotas parciales, claro está). Intentemos mostrarlo

A esta fuente de ideas que cada hombre tiene en sí mismo, aunque no procede de la sensación porque nada tiene que ver con objetos externos, sin embargo, sería muy acertado llamarla y con bastante propiedad, «sentido interno». Pero así como llamo a aquella otra «sensación«, llamo a ésta «reflexión», pues proporciona las ideas cuando la mente las alcanza reflexionando sobre sus propias operaciones internas. Por reflexión, pues, querré decir de ahora en adelante, la comprensión que posee la mente de sus propias operaciones y la forma de ellas, por cuya razón llegan a ser ideas de estas operaciones en el entendimiento.

¿No es acaso por esta razón que la naturaleza es la maestra del arte? En este sentido, el diseño artístico se completa cuando la forma es buena, ya que el material ofrece suficiente belleza y no necesita de decoración extra alguna.

El uso de estructuras lógicas para representar problemas de diseño tiene una consecuencia importante. Acarrea consigo la pérdida de la inocencia. Es mas fácil criticar una representación lógica que una imagen vaga, ya que los supuestos en que aquélla se basa salen a luz. Su mayor precisión nos da la oportunidad de aguzar nuestra percepción de lo que implica el proceso de diseño. Pero una vez que lo que hacemos intuitivamente puede ser descrito y comparado con modos no intuitivos para hacer las mismas cosas, no podemos seguir aceptando inocentemente el método intuitivo. Decidámonos en favor o en contra de la intuición pura como método; debemos hacerlo por motivos que pueden discutirse. Quiero enunciar mi creencia en esta pérdida de inocencia muy claramente porque hay muchos diseñadores que aparentemente no están dispuestos a aceptar esa pérdida. Ellos insisten en que el diseño debe ser un proceso puramente intuitivo, en que es una tentativa llamada al fracaso la de tratar de entenderlo mediante la razón porque sus problemas son demasiados abstrusos.