racionalidad

De un lado está la capacidad de conocer, de tratar, de transformar el espacio a una escala inmensa, e incluso a escala planetaria; y por otro lado, el espacio se halla fragmentado, pulverizado por la propiedad privada, ya que cada fragmento del espacio tiene su propietario. Está pulverizado para ser comprado y vendido. Hace mucho tiempo que los arquitectos y los urbanistas han experimentado la amplitud de este problema. Puesto que pueden concebir un espacio muy vasto, lo que se llama, en una palabra que no me gusta mucho, medio ambiente, pero lo que pueden tratar en realidad son pequeños lotes de propiedad privada. Pero el espacio también está fragmentado por las ciencias, las cuales cortan fragmentos de él para estudiarlos cada una con sus métodos… por un lado está la racionalidad, todos los recursos de la racionalidad (la ciencia, la técnica, la estrategia), de la acción política llevada a cabo por políticos informados, de la tecnocracia; y por otro lado hay un inverosímil caos espacial… Unos conciben el espacio a gran escala y otros no lo conciben sino a la escala de la propiedad privada.

Los ideólogos de extracción radical o humanitaria pueden muy bien evidenciar la irracionalidad de la ciudad industrial, pero olvidan (no por casualidad) que aquella irracionalidad lo es tan sólo para un observador que quiera engañarse a sí mismo creyendo estar situado au dessus de la melée. La utopía humanitaria y las críticas radicales tienen un efecto imprevisto: convencen a la burguesía progresista de apropiarse del tema de la conciliación entre racionalidad e irracionalidad.

¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la sociedad actual, exactamente lo mismo que otra cuestión social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera ‘escasez de vivienda‘: Esto sólo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y tan pronto como el proletariado conquiste el Poder político, esta medida, impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual.

Una hipótesis de arquitectura interplanetaria como toma de conciencia de las frustraciones de la arquitectura terrestre y como última posibilidad de trabajo en un área libre de la lógica racional de la arquitectura como producción de bienes…. La arquitectura interplanetaria, como salvamento diacrónico concluido por el hombre sobre las cosas, no desea actuar sobre el bloque del sistema, sino sobre uno u otro de sus elementos para crear una geografía excepcional.

La división engañosa entre arquitectura racional e intuitiva, entre arquitectos científicos y artísticos, entre funcionalismo, metodologías tipológicas o formalismo y todo tipo de expresionismo, ha determinado solo los dos últimos siglos de arquitectura. Esta profunda ruptura fue el resultado inevitable de una visión del mundo que planteó la separación absoluta de los reinos objetivo y subjetivo de la realidad humana. De hecho, antes de finales del siglo dieciocho, los arquitectos no tenían que elegir entre dos opciones irreconciliables. Fue con el trabajo de Durand, cuando los arquitectos comenzaron a percibir el dilema que aún les afecta hoy.

La competencia del lector (de arquitectura) se puede definir como la capacidad para distinguir el sentido del conocimiento del sentido de la creencia. En cualquier momento dado, las condiciones para el «conocimiento» son «más profundas» que las condiciones filosóficas; proporcionan la posibilidad de distinguir la filosofía de la literatura, la ciencia de la magia, y la religión del mito. La nueva competencia procede de la capacidad de leer per se, de saber cómo leer, y, principalmente de saber leer y no necesariamente de codificar arquitectura como un texto. Así, el nuevo «objeto» ha de tener la capacidad, en primer lugar, de reconocerse a sí mismo como un texto; es decir como un acto de lectura. Lo que caracteriza la diferencia entre la ficción arquitectónica que proponemos aquí y la ficción clásica es su condición de texto y la manera en que se lee: ya no se presupone que el nuevo lector haya de conocer la naturaleza de la verdad en el objeto, tanto si ésta es la representación de un origen racional, como si es la manifestación de un conjunto de reglas universales que rigen la proporción, la armonía y el orden. Saber decodificar ya no tiene importancia; simplemente el lenguaje no es un código al que asignar significados (que esto significa esto). El placer reside en reconocer algo como lenguaje (esto es).

Tras haberse sacudido el yugo legítimo de un estilo en armonía con su siglo y su religión, los italianos no se mostraron dispuestos durante mucho tiempo a sufrir las ataduras de un sistema que pertenecía a una época, a un culto y a un estado político completamente diversos del suyo, con el que nada tenían en común y que habían adoptado sin interés y sin motivos. En todas las artes, en pintura, en poesía, en literatura, en escultura e incluso en música los italianos habían manifestado siempre una pasión singular por el rebuscamiento y los concetti. No podían negarse a sí mismos el trasladar esta inclinación a la arquitectura, el arte más inflexible. Aquella moderación exquisita, aquella simplicidad tan racional de lo antiguo que no comprendían, la consideraron una falta de osadía y de energía; pensaron que el menosprecio de toda regla era prueba de independencia, y la extravagancia, demostración de genio. Un Fontana, un Bernini, un Borromini con sus columnas en espiral; con sus arquitrabes retorcidos, con sus frontones rotos y torturados de cualquier manera, con su arquitectura perspectivista y sus órdenes destinados primitivamente a templos amplios y de poca altura, que ellos amontonaban una sobre otro en las iglesias estrechas y elevadas, en fin, con todo su sistema, superaron con mucho en mal gusto las obras más detestables del siglo de la decadencia de la Roma pagana.

Toda persona inteligente sabe que la necesidad de llegar a una reforma de las relaciones de propiedad del suelo de las ciudades no tiene nada que ver con ninguna ideología, sino que es una consecuencia de la situación cambiada en que todos nos encontramos. […] ¿Qué otra cosa sino la norma del grupo podría forzarnos a subordinar un poco más nuestros intereses a los intereses de la comunidad? Esa subordinación, apoyada en la conciencia, sería sólo un presupuesto para una instalación mejor, para una forma -más adecuada a la era técnica- de dejar espacio libre al individuo. Pero la aludida norma falta, y por eso nuestras ciudades se provincializan y resultan inhóspitas, y decae la alta cultura urbana que en otro tiempo sirvió de base al progreso racional.

Así como el erotismo implica un doble placer que involucra construcciones mentales y sensualidad, la resolución de la paradoja arquitectónica requiere conceptos arquitectónicos y, al mismo tiempo, la experiencia inmediata del espacio. La arquitectura tiene el mismo estatus, la misma función y el mismo significado que el erotismo. En la unión posible / imposible de conceptos y experiencias, la arquitectura aparece como la imagen de dos mundos: personal y universal. El erotismo no es diferente; para alguien cuyo concepto conduce al placer (exceso), el erotismo es «personal» por naturaleza. Y por naturaleza también es «universal». Así, por un lado, hay placer sensual, el otro y el yo; por otro, la investigación histórica y la racionalidad última. La arquitectura es el último «objeto» erótico, porque un acto arquitectónico, llevado al nivel de exceso, es la única manera de revelar tanto las huellas de la historia como su propia verdad experiencial inmediata.

Un pato, para él [Robert Venturi], es un edificio con la forma de su función (un edificio en forma de pájaro en el que se vendan señuelos para cazar patos), o un edificio moderno donde construcción, estructura y volumen sean su propia decoración. […] Para Venturi la Opera de Sydney es un pato, y desea que no prospere esta forma de expresión porque cree que el Movimiento Moderno ya lo ha utilizado demasiado. Yo no estoy de acuerdo con este juicio histórico, y mucho menos todavía con lo que puede implicar. Venturi, al igual que el típico arquitecto moderno al que quiere suplantar, está adoptando la táctica de la inversión exclusivista. Está recortando un gran área de la comunicación arquitectónica, la de los edificios-pato -técnicamente hablando, signos icónicos-, para conseguir que su modalidad preferida, la de las naves-decoradas –signos simbólicos-, destaque con mayor potencia. Una vez más un arquitecto moderno nos está exigiendo, en nombre de la racionalidad, que sigamos un camino único y sencillo. Pero es que necesitamos tener a nuestra disposición todas las modalidades de comunicación no solamente una o dos. El compromiso del arquitecto moderno con esa arquitectura de luchas callejeras nos lleva a esta excesiva simplificación, en vez de a una teoría equilibrada de la significación.

Diréis que me he imaginado los edificios a mí modo; pero imaginaos alguno al modo vuestro; mostradme diseños hechos por cualquier rigorista, … y no será más insulso que los de quien trabaja por libre… coartadles la libertad de variar, cada uno con su talento, los ornamentos, veréis abierto en pocos días el santuario de la Arquitectura para todos ellos; la Arquitectura, conocida por todos, por todos será despreciada; los edificios con el tiempo se irán haciendo cada vez peor; se perderán esos estilos tan razonables, como vosotros los consideráis, por el mismo camino por el que queréis mantenerlos… Para reparar el desorden, os ruego que estiméis vuestra supuesta racionalidad, pero respetando también la libertad de actuación, que es la que la sostiene.

Entendemos por arquitectura aquella actividad de construcción capaz de imprimir el sello de sentido espiritual-moral (ético) en las obras ensambladas mecánicamente que surgen de la necesidad desnuda, elevando así la forma materialmente necesaria a una forma artística [art-form]. La arquitectura, en sus tareas, ciertamente procede en primer lugar de las necesidades mecánicas. Afirmará sus formas en función de la naturaleza del material y, de hecho, seguirá las leyes de la combinación racional para un mecanismo espacial. Porque a diferencia de la escultura y la pintura, no es un arte imitativo; no encuentra en la naturaleza un modelo inmediato, sino más bien una abstracción.

Un modo racional de construcción debe ser pensado tanto atendiendo a una elaboración y fijación definitiva de los elementos propiamente constructivos, como a una exclusión de juegos superfluos. Sólo de este modo pueden conciliarse los dos requisitos, aparentemente opuestos, de la mayor tipificación posible y de la conservación de una posibilidad amplia de disposición. El pensamiento fundamental subyacente a la construcción moderna, que se subraya cada vez más en los intentos distintos de encontrar nuevas soluciones, puede resumirse con el lema de la racionalización. La relación fundamental, que proporciona la medida peculiar para enjuiciar un modo racional de construcción, está determinada por la vinculación entre el fin deseado y los medios empleados. Los costes pueden ser juzgados únicamente desde este fin. A la racionalidad no pertenecen solamente los gastos momentáneos. La duración de la carga, que se espera de un complejo constructivo, determina esencialmente esta relación básica. En consecuencia, para una construcción realmente racional se impondrá cada vez más el pensamiento de edificar una casa para una generación. Con ello queda abierta la posibilidad de una formación ulterior permanente y de un desarrollo natural, cuya dirección ya conocemos en la actualidad de un modo aproximativo. La reducción consciente de la duración de una casa es necesaria.

Al revelar los límites de la razón matemática, la fenomenología ha indicado que la teoría tecnológica por sí sola no puede llegar a un acuerdo con los problemas fundamentales de la arquitectura. La arquitectura contemporánea, desilusionada con las utopías racionales, se esfuerza ahora por ir más allá de los prejuicios positivistas para encontrar una nueva justificación metafísica en el mundo humano; su punto de partida es, una vez más, la esfera de la percepción, el origen último del significado existencial.

Algunos intentaron hacer resurgir el auténtico estilo antiguo, el estilo clásico; pero como los edificios públicos eran los únicos que se habían salvado del naufragio de los siglos, eran también los únicos que podían darles una idea; y así se construyeron casas sobre el modelo de los antiguos templos, y los innovadores acabaron por gastarse mucho dinero para alojarse, de una manera bastante incómoda. Otros volvieron al estilo apuntado y compuesto, como a una creación más racional, más indígena; pero se conservan en Inglaterra muy pocas casas privadas que puedan servir de modelos de este género: es preciso recurrir a los edificios religiosos; y la única diferencia entre estos últimos imitadores y los otros es que aquellos se alojaban en un templo y éstos en una iglesia.

La prueba de la perfección a que llegó la arquitectura antigua está en la creación de algunas formas fundamentales que, casi como alfabeto de la arquitectura, se convirtieron en patrimonio de todas las civilizaciones. Hoy ya han nacido, a partir de las nuevas necesidades y de una utilización racional de los materiales, como hemos visto, algunas formas que representan la solución perfecta y única a las necesidades de partida y se pueden considerar precisamente patrimonio internacional, del mismo modo que el elemento columna o el elemento arco eran fundamentales en las arquitecturas pasadas.

La segunda ficción de la arquitectura posmedieval es la razón. Si la representación era una simulación del significado de lo atemporal a través del mensaje de la Antigüedad, la razón era una simulación del significado de la verdad a través del mensaje de la ciencia. Esta ficción se manifiesta con fuerza en la arquitectura del siglo xx, así como en la de los cuatro siglos precedentes. Su apogeo fue la Ilustración. La búsqueda del origen de la arquitectura es la manifestación primera del ansia por encontrar una fuente racional para el diseño. Antes del Renacimiento, la idea de un origen se consideraba evidente en sí mismo, su significado e importancia eran incuestionables, pertenecían a un universo de valores a priori.

La tectónica es un arte que toma como modelo la naturaleza en la que vivimos, pero no en sus fenómenos concretos sino en su legitimidad y en sus reglas, conforme a las cuales existe y crea y por las que se nos aparece como encarnación suprema de la perfección y la racionalidad. El ámbito en que este arte se expresa es el mundo fenoménico: sus obras cobran existencia del espacio y se manifiesta a la vista como cuerpos, mediante la forma y el color.