órdenes

Yo siento una fusión de los sentidos. Oír un sonido es ver su espacio. El espacio tiene tonalidad, y me imagino componiendo un espacio altísimo, de bóvedas, o bajo una cúpula, atribuyéndole un carácter de sonido alternando con los tonos de un espacio, estrecho y alto, con un plateado gradual, de la luz a las sombras. Los espacios de la arquitectura en su luz me hacen querer componer una clase de música, imaginando una verdad del sentido de la fusión de las disciplinas y sus órdenes. Ningún espacio, arquitectónicamente, es un espacio a menos que tenga luz natural. La luz natural es diferente con la hora del día y la estación del año. Una habitación en arquitectura, un espacio en arquitectura, necesita la luz dadora de vida.

Es necesario, en primer lugar, analizar brevemente la expresión del impulso de construcción desde lo que puede llamarse el punto de vista psicológico. En términos generales, no hay cinco órdenes de arquitectura, ni cincuenta, sino solo dos: Arreglado y Orgánico. Estos corresponden a los dos términos de esa «dualidad inevitable» que divide la vida. […] La arquitectura arreglada es razonada y artificial, producida por el talento, gobernada por el gusto. La arquitectura orgánica, en cambio, es producto de alguna oscura necesidad interna, subconsciente, de autoexpresión. Es como si la Naturaleza misma, a través de algún órgano humano de su actividad, se hubiera dirigido al servicio de los hijos e hijas de los hombres.

Tras haberse sacudido el yugo legítimo de un estilo en armonía con su siglo y su religión, los italianos no se mostraron dispuestos durante mucho tiempo a sufrir las ataduras de un sistema que pertenecía a una época, a un culto y a un estado político completamente diversos del suyo, con el que nada tenían en común y que habían adoptado sin interés y sin motivos. En todas las artes, en pintura, en poesía, en literatura, en escultura e incluso en música los italianos habían manifestado siempre una pasión singular por el rebuscamiento y los concetti. No podían negarse a sí mismos el trasladar esta inclinación a la arquitectura, el arte más inflexible. Aquella moderación exquisita, aquella simplicidad tan racional de lo antiguo que no comprendían, la consideraron una falta de osadía y de energía; pensaron que el menosprecio de toda regla era prueba de independencia, y la extravagancia, demostración de genio. Un Fontana, un Bernini, un Borromini con sus columnas en espiral; con sus arquitrabes retorcidos, con sus frontones rotos y torturados de cualquier manera, con su arquitectura perspectivista y sus órdenes destinados primitivamente a templos amplios y de poca altura, que ellos amontonaban una sobre otro en las iglesias estrechas y elevadas, en fin, con todo su sistema, superaron con mucho en mal gusto las obras más detestables del siglo de la decadencia de la Roma pagana.