romanticismo

El arte no tiene que emocionar, al menos no en el sentido en que lo haría el arte romántico impresionista; que la obra de arte tiene que poner precisamente al espectador en equilibrio con el universo; que la emoción tiene justamente efectos contrarios; que toda emoción, y es indiferente que suponga la categoría de dolor o de alegría, es una perturbación de la armonía, del equilibrio entre sujeto (hombre) y objeto (el Todo); que las emociones son el resultado de una representación de la vida confusa y no armónica, que se funde en el dominio de nuestra individualidad, de nuestra naturalidad y que, por último, todos los sentimientos -y esto lo prueba precisamente nuestras obras- se pueden reconstruir en relaciones puramente espaciales.

Anulando el sueño romántico de una incidencia tout court de la acción subjetiva sobre el curso del destino social, revela al pensamiento burgués que el propio concepto de destino es una creación ligada a las nuevas relaciones de producción. Como sublimación de hechos reales la viril aceptación del destino (fundamento de la ética burguesa) puede superar la miseria y el empobrecimiento que este mismo «destino» ha creado a todos los niveles de la vida asociada y, principalmente, en su forma-tipo, la ciudad.

[La utopía de la vanguardia] primero se configura con la colaboración de un pensamiento negativo que proyecta en el futuro todo el potencial figurativo surgido del rechazo del pasado. En su empeño de volver a partir de cero, niega la historia para encontrar un nuevo, aunque ilusorio, punto de partida; y actuando así llega fácilmente a la utopía y a su aislamiento de la realidad. En definitiva juega un papel sustancialmente reaccionario ya que, con su autoexclusión, contribuye al refuerzo de las condiciones que quería destruir. En este sentido, los grupos de la vanguardia florentina nos ayudan como pueden hacerlo los sueños, no la ciencia; constituyen un estímulo, un juicio, un afán, pero de hecho no consiguen «encadenar, como sería necesario, un análisis a un éxtasis». Persiguiendo una crítica de la práctica social con eslóganes y postura sustancialmente románticas, abordan un análisis que en su profundidad capta las tinieblas más corrosiva pero rehúye la necesidad más evidente.

Este nuevo estilo, lo moderno, tendrá que expresar con claridad, en todas nuestras obras, un cambio significativo en la verdad del arte, la casi completa decadencia del romanticismo [y el surgimiento de la razón que acompaña nuestros actos,] y estar acompañada de la más perfecta satisfacción de las necesidades, para representar a nuestro tiempo y a nosotros mismo.