visión

Cabe observar otra característica del espacio medieval: el espacio y el tiempo formaban dos sistemas relativamente independientes. Primero: el artista medieval introducía otros tiempos dentro de su propio mundo espacial, tal como era el caso cuando hacía figurar los acontecimientos más conspicuos de la vida de Cristo dentro de una ciudad contemporánea italiana, sin sentir en lo más mínimo que el paso del tiempo había implicado una diferencia… Debido a esa separación del tiempo y del espacio, las cosas podían aparecer y desaparecer súbita e inexplicablemente: la caída de un barco debajo de la línea del horizonte no necesitaba mayor explicación que la caída de un demonio por el agujero del tubo de una chimenea. N o existía misterio respecto al pasado del cual habían surgido, ni especulación en cuanto al futuro hacia donde los llevaban sus respectivos destinos: los objetos flotaban en el campo de la visión y desaparecían de él con algo de ese mismo misterio con que las idas y venidas de los adultos afectan la experiencia de los niños, cuyos primeros esfuerzos gráficos se parecen mucho en su organización al mundo del artista medieval. En este mundo de espacio y tiempo simbólicos todo era un misterio o un milagro. El eslabón que unía los sucesos era el orden cósmico y religioso: el verdadero orden del espacio era el Cielo, así como el verdadero orden del tiempo era la Eternidad.

El hecho de que la historia no pueda considerarse como determinada y teleológica en ningún sentido ordinario, deja abierta a la cuestión la historicidad de toda producción cultural, por una parte, ya la naturaleza cumulativa y normativa de los valores culturales, por otra. Difícilmente cabe esperar volver a una interpretación clásica de la historia en la que una ley natural universal sea la a prioridad fija con la que medimos todos los fenómenos culturales. […] Hoy, nuestro conocimiento del pasado ha aumentado considerablemente, pero es un campo de especialistas y es igual y opuesto a la ampliamente extendida ignorancia y vaguedad existentes en torno a la historia en nuestra cultura. Cuanto más objetivo se vuelve nuestro conocimiento del pasado, menos se puede aplicar el pasado a nuestro tiempo. El uso del pasado para suministrar modelos para el presente depende de la distorsión ideológica del primero; y todo el esfuerzo de la historiografía moderna va encaminado a eliminar estas distorsiones. En este sentido, la historiografía moderna es el descendiente directo del historicismo. Y, como tal, está consagrada a una visión relativista del pasado y se resiste al uso de la historia para la obtención de modelos directos.

Todos los caminos se encuentran en el ojo, en un punto de unión desde donde se convierten en Forma para desembocar en la síntesis de la mirada exterior y de la visión interior. En ese punto de unión se arraigan formas trabajadas por la mano que se aparran enteramente del aspecto físico del objeto y que sin embargo -desde el punto de vista de la Totalidad- no lo contradicen.

La opción monumentalista se hace así portadora de una nueva visión de la ciudad. Critica la expansión indiferencia da y la miseria de la cantidad guiada ilusoriamente por los instrumentos del zoning, para una ciudad en la que, en cambio, se pueden reconocer y proyectar las partes orgánicamente integradas a su estructura. Partes de ciudad entre las que la relación entre morfología urbana y tipología de la edificación evidencie y caracterice los puntos fijos colectivos en torno a los cuales se construye y se transforma la ciudad privada… La nueva monumentalidad significa, pues, exigencia de unidad y simplicidad, constituye una respuesta que se quiere oponer al desorden de la ciudad moderna con la claridad de pocas reglas decisivas. Que, en definitiva, quiere recuperar un carácter para la ciudad partiendo de la simplicidad en las necesidades del espíritu colectivo y del sentimiento de unidad en los medios para satisfacerlas.

El enigma siempre presente de la condición humana solo es negado por los necios. Y es este misterio el que debe interesar a la arquitectura. Parte de nuestra cohesión humana deviene del inevitable anhelo por capturar la realidad a través de metáforas. Ese es el verdadero conocimiento, ambiguo pero, en última instancia, más relevante que la verdad científica. Y la arquitectura, no importa cuánto resista la idea, no puede renunciar a su origen intuitivo. Si bien la construcción como proceso tecnológico es prosaica – derivada directamente de una ecuación matemática, un diagrama funcional o una regla de combinaciones formales -, la arquitectura es poética: necesariamente un orden abstracto, pero es en sí misma una metáfora que emerge de la visión del mundo y el Ser.

La división engañosa entre arquitectura racional e intuitiva, entre arquitectos científicos y artísticos, entre funcionalismo, metodologías tipológicas o formalismo y todo tipo de expresionismo, ha determinado solo los dos últimos siglos de arquitectura. Esta profunda ruptura fue el resultado inevitable de una visión del mundo que planteó la separación absoluta de los reinos objetivo y subjetivo de la realidad humana. De hecho, antes de finales del siglo dieciocho, los arquitectos no tenían que elegir entre dos opciones irreconciliables. Fue con el trabajo de Durand, cuando los arquitectos comenzaron a percibir el dilema que aún les afecta hoy.

Las distintas formas han sido desarrolladas y configuradas por los pueblos según sus conocimientos, su manera de expresarse y su visión del mundo, hasta corresponder con el ideal de belleza de la época respectiva. Todo nuevo estilo ha surgido paulatinamente a partir del estilo anterior, cuando las nuevas técnicas de construcción, los nuevos materiales, y las nuevas tareas e ideas de la sociedad han exigido modificar o configurar de nuevo las formas existentes.

Pero el tiempo moderno no es así, sino que se presenta como una explosión difractada en la que no hay un tiempo único como material con el que podemos construir la experiencia, sino tiempos, tiempos diversos, los tiempos con los que se nos produce la experiencia de la realidad. En la confrontación con y en el intento de entender este problema de la diversificación de los tiempos está toda la lucha del arte del siglo veinte. El tiempo en la experiencia cubista, el tiempo futurista, el tiempo en el dadaísmo, el tiempo en las experiencias formalistas de tipo óptico y gestáltico son expresiones de un tiempo diversificado, yuxtapuesto, que constituye una condición básica de la modernidad. Pero esta condición, por cierto, no siempre fue bien entendida por los maestros de la arquitectura moderna que en muchos casos pensaron que lo que convenía hacer era en un tiempo alejado del centralismo de la visión perspectiva, pero que podía ser un tiempo perfectamente organizado desde el punto de vista lineal, a la manera del encadenamiento de las secuencias cinematográficas.

Cuando uno considera cuán poco, si acaso, es capaz la cultura actual de producir edificios con valores místicos y espirituales… es solo entonces cuando se puede sentir la profunda sabiduría y fuerza de vida mística que debe haber brotado de las catedrales góticas, así como la pobreza y austeridad de la actualidad, que carece de algo similar. Sin embargo, una remodelación de la vida hacia el exterior a través de la arquitectura solo será posible una vez que haya tenido lugar una remodelación en el interior del ser humano en relación con la vida cósmica. La demanda de una forma de arquitectura con valores espirituales más altos presupone una demanda de una nueva religión y una nueva visión del mundo.

No es por mero capricho que vinculamos a la consideración de la vida social la de los festivales y representaciones. El arte y la magnificencia de que hizo alarde la Italia del Renacimiento en tales materias sólo fue posible gracias a la libre convivencia de todas las clases sociales que constituyera el fundamento de la sociedad italiana, En el Norte, tanto los. monasterios como las Cortes y los burgueses poseían sus fiestas especiales como en Italia, pero su estilo y su contenido eran distintos según la clase, mientras en la atmósfera del Renacimiento italiano el arte y la cultura comunes a toda la nación daban a las fiestas un carácter más elevado y más popular a la vez, La arquitectura decorativa, que colaboraba en estas fiestas, merece página aparte en la historia artística de Italia, aunque sólo haya llegado a nosotros como una visión de la fantasía que hemos de captar en las descripciones contemporáneas. La fiesta misma es lo que aquí nos ocupa como una intensificación de la existencia del pueblo, pata el cual sus ideales religiosos, morales y poéticos adquirían de esta suerte forma visible. ‘Las fiestas italianas, cuando ofrecían su tipo superior, constituían un verdadero tránsito de la vida al arte.

La profundidad, al ser horizontal en arquitectura, no produce en nosotros terror físico, sino más bien esa especie de aprensión moral que deriva del misterio. La visión de grandes alturas en cambio nos desliga de la tierra y hace que nuestra alma se desinterese de lo terrenal. Como dice Joubert, «en las cosas del espíritu, la grandeza se toma de abajo hacia arriba».

La arquitectura como creadora del espacio está basada en la ordenación sistemática del material de visión espacial y constituye una elaboración creativa de la imagen visual tridimensional para el propio uso y disfrute del hombre. Así como en la música, que opera en el tiempo, predomina el movimiento en sus diversos grados y efectos dinámicos, en la arquitectura, que opera en el espacio, las cualidades dominantes son la constante expansión y el poder sereno de sus proporciones. Pero, ¿en qué sino en poesía del espacio se basa el estimulo de las visiones perspectivas o del desarrollo espacial de un edifico real, produciendo un efecto sereno y liberador en nuestra alma, expandiéndola y elevándola? ¿Acaso el espacio no ejerce parte de su magia con la mera visión de sus planos de arquitectura?

Las sociedades que no construyen estructuras sustanciales tienden a agrupar sus actividades alrededor de algún foco central, como puede ser: un pozo de agua, un árbol de sombra, un fuego, un gran maestro; y habitan un espacio cuyos limites externos son vagos, reajustables de acuerdo con la necesidad funcional y raramente regulares. La entrega de calor y luz de un fuego está eficazmente dividida en anillos concéntricos, más brillantes y calientes cuanto más cerca del fuego; más fríos y oscuros lejos de él, de manera que el sueño es una actividad de los anillos externos, mientras que las ocupaciones que necesitan visión pertenecen a los anillos internos. Pero, al mismo tiempo, por un lado la distribución uniforme de calor se ve desviada por el viento; y por el otro, la columna de humo hace desagradable el sector del fuego a sotavento, de manera que la zonificación concéntrica es interrumpida por otras consideraciones de confort o requerimiento.

El regionalismo crítico trata de complementar nuestra experiencia visual normativa reorientando la gama táctil de las percepciones humanas. Al hacerlo así, se esfuerza por equilibrar la prioridad concedida a la imagen y contrarrestar la tendencia occidental a interpretar el medio ambiente en formas exclusivamente de perspectiva. De acuerdo con su etimología, la perspectiva significa visión racionalizada o vista clara, y como tal presupone una supresión consciente de los sentidos del olfato, el oído y el gusto, y un distanciamiento consiguiente de una experiencia más directa del entorno.

El concepto de disyunción es incompatible con una visión estática, autónoma o estructural de la arquitectura. Pero no es anti-autónomo o anti-estructural; simplemente conlleva operaciones constantes y mecánicas que sistemáticamente producen disociación (Derrida lo llamaría différance) en espacio y tiempo, donde un elemento arquitectónico sólo funciona por colisión con un elemento programático, con el movimiento de los cuerpos, o lo que sea. A su manera, la disyunción viene a ser una herramienta sistemática y teórica para hacer arquitectura.

La melodía de las articulaciones constructivas pasivas, confiadas, de sólidos se dan por lo común cuando nos enfrentamos a masas de combinación horizontal. La acción de tales formas en nuestro psiquismo se funda en el carácter mismo del edificio o máquina percibido por nuestra vista. En general, se ha señalado que, si un objeto descansa en un plano horizontal y se encuentra, por tanto, en posición horizontal, ejerce siempre en nuestra visión y en nuestro estado psicológico un efecto de masa sólida en estado pasivo.

Del mismo modo que la geometría euclidiana sólo fue una primera aproximación al conocimiento de las formas espaciales, que reflejaba únicamente determinado complejo limitado de cualidades espaciales, también las formas tradicionales de representación visual sólo fueron la primera aproximación de la sensibilidad a la realidad espacial. […] La meta es una representación visual en que el conocimiento más avanzado del espacio está sincronizado con la naturaleza de la experiencia plástica. El espacio-tiempo es el orden y la imagen’ es un «ordenador». Sólo la integración de estos dos aspectos del orden puede hacer del lenguaje de la visión lo que debe ser, esto es, un arma decisiva del progreso.

La visión artística consiste, pues, en una intensa aprehensión de las sensaciones de forma, frente al mero conocimiento de la forma real como adición de percepciones aisladas, como si sólo tuvieran sentido para la consideración científica. El sentido de una representación se encuentra en la retención de ciertos valores de impresión frente a la impresión directa y a la mera imagen de memoria de la percepción.

El problema del orden en la arquitectura, como en otras partes, no es simplemente un problema formal, sino un problema vinculado a una visión moral y ética de la sociedad; ocurre lo mismo con el orden/»>desorden. El sueño de una Ciudad del Hombre donde el deber moral estaría vinculado a la obediencia cívica a través de la noción de «espacio» es, en sí mismo, una dimensión de la historia de la arquitectura profundamente enraizada en una tradición autoritaria de restricción.

Cada uno de los sentidos con que registramos la posición de los cuerpos contribuye a nuestra comprensión del espacio. El espacio se conoce en primer lugar por el sentido de la visión. Esta experiencia de las relaciones visibles de los cuerpos puede ser controlada por el movimiento -por la modificación de nuestra posición- y por medio del tacto

El espacio debe llenarse de vida propia para satisfacemos y hacemos felices. De ahí que la proyección de la visión tridimensional, que nace sólida y desarrollada de lo sustancial del hombre, asuma otro propósito en su presencia: el establecimiento de su propia vida, el empuje para formarse y aislarse como organismo independiente. De ahí que la oposición de las fuerzas, de las partes portantes y portadas, que proveen de existencia independiente al cerramiento del espacio con leves formaciones/»>deformaciones en sus paredes a través de su estructura interna, motive la existencia y la forma de ser de la persona e inaugure para ella una nueva fuente de deliciosas consideraciones estéticas. Consecuentemente, nuestros filósofos del arte cayeron en el error de considerar la arquitectura como representación ideal de las leyes de gravedad que regulan el universo o como representación emocional de los términos de fuerza y carga, como si esta función, aparentemente didáctica, fuera su principal propósito, cuando lo cierto es que esto puede serle atribuido como mucho a una construcción articulada, es decir, al desarrollo posterior del crecimiento del organismo.

El placer sensorial que nace de la visión de objetos y composiciones llamados por nosotros pintorescos, pueden ser percibidos por cualquier persona en la medida en que sus órganos de la vista sean cabales y sensibles, pues se trata de algo totalmente independiente del hecho de ser pintorescos, o a la manera de los pintores. Pero esa misma relación con la pintura, expresada por la palabra pintoresco, es la que proporciona la totalidad del placer derivado de la asociación, susceptible de ser sentido sólo por personas que disponen de las correspondientes ideas que asociar, es decir, por personas versadas en cierta medida en ese arte. Al estar tales personas habituadas a contemplar buenos cuadros y obtener placer de la pintura, habrán de sentir placer, como es lógico, al ver en la naturaleza esos objetos inspiradores de aquellos poderes de imitación y embellecimiento y esas combinaciones y coincidencias de objetos que han guiado aquellas potencialidades en sus ejecuciones más afortunadas. Los objetos evocan en la mente las imitaciones que la destreza, el gusto y el genio han producido; y ellas, a su vez, traen a la mente los objetos mismos y los muestran a través de un medio perfeccionado -el de la sensibilidad y la penetración- de un gran artista.

Ahora aprendemos a traducir, en nuestra imaginación, la realidad en construcciones que son controlables por la razón, para que posteriormente podamos encontrar estas mismas construcciones en la realidad natural existente – de este modo penetraremos la naturaleza con una visión articuladora.