metáfora

La arquitectura como lenguaje es mucho más maleable que el lenguaje hablado y está sujeta a transformaciones de códigos de poca duración. Mientras que un edificio puede durar trescientos años, la manera que la gente lo considera y usa puede cambiar cada diez. […] La arquitectura a menudo se experimenta con poca atención dependiendo mucho del humor y de la voluntad; exactamente al revés de como se supone que uno debe experimentar una sinfonía o una obra de arte. Esto implica para la arquitectura, entre otras cosas, que el arquitecto debe supercodificar sus edificios, redundando en signos populares y en metáforas, si desea que su obra se comunique como quería y así sobrevivir a la transformación de los siempre cambiantes códigos.

La interpretación de la metáfora arquitectónica es más elástica y depende más de los códigos locales que la interpretación de la metáfora en el lenguaje hablado o escrito.

El enigma siempre presente de la condición humana solo es negado por los necios. Y es este misterio el que debe interesar a la arquitectura. Parte de nuestra cohesión humana deviene del inevitable anhelo por capturar la realidad a través de metáforas. Ese es el verdadero conocimiento, ambiguo pero, en última instancia, más relevante que la verdad científica. Y la arquitectura, no importa cuánto resista la idea, no puede renunciar a su origen intuitivo. Si bien la construcción como proceso tecnológico es prosaica – derivada directamente de una ecuación matemática, un diagrama funcional o una regla de combinaciones formales -, la arquitectura es poética: necesariamente un orden abstracto, pero es en sí misma una metáfora que emerge de la visión del mundo y el Ser.

El campo es una condición material, no una metáfora. Las condiciones de campo tienen que ver con la organización, con la materia y la fabricación, y van más allá de la oposición convencional entre construcción y creación de forma. Mediante la búsqueda de un vínculo preciso y repetible entre las operaciones de construcción y la forma global producida por la agregación de esas partes, es posible comenzar a salvar la distancia entre edificio y creación de forma. Las decisiones constructivas a esta escala local son insistentemente geométricas y tienen implicaciones formales. Al permanecer atentos a las condiciones de detalle que determinan la conexión de una parte con la otra, al entender la construcción como una «secuencia de acontecimientos», se hace posible imaginar una arquitectura que pueda responder sensiblemente a la diferencia interna, al tiempo que mantiene la estabilidad laboral.

En arquitectura, nombrar una metáfora a menudo es como matarla, igual que analizar un chiste. Cuando los puestos de salchichas tienen la forma de lo que venden, poco trabajo le queda a la imaginación. Todas las otras metáforas se anulan, hasta el punto de que ni siquiera pueden sugerir hamburguesas. A pesar de esta monovalencia de la metáfora, la arquitectura pop de Los Ángeles tiene su lado comunicativo e imaginativo. Por una parte, la escala acostumbrada y el contexto están tan violentamente distorsionados, que el objeto ordinario, por ejemplo, el donut, adopta una serie de significaciones posibles que normalmente no se asocian con este alimento. Cuando se le amplía hasta tener treinta pies, está hecho de madera y está asentado sobre un edificio pequeño, se convierte en el objeto Magritte que ha echado de casa a sus ocupantes. Parcialmente hostil y amenazante, es no obstante un símbolo de dulces desayunos, de la Gemütlichkeit.