entorno

Al diseñar, además de la información habitual, podemos, por asociación, intentar desenterrar de nuestra memoria tantas imágenes como sea posible desde situaciones relacionadas con nuestro problema, y reunirlas entorno a nosotros. Cuanto más lejos se separen las imágenes en el tiempo y en el espacio, y cuanto más características sean para la situación en cuestión, más profunda será nuestra colección de imágenes. Al referir cada una de ellas fundamentalmente a sus ingredientes inmutables, intentamos descubrir lo que las imágenes tienen en común, y encontrar así la «sección transversal de la colección», el elemento inmutable e indomable de todos los ejemplos, que en su pluralidad puede ser un evocador punto de partida de la forma. Cuanto más rica sea nuestra colección de imágenes, más precisos podremos ser al indicar la solución más plural y evocadora, y nuestra solución llegará a ser más objetiva, en el sentido de que retendrá un significado para, y será dado un significado por, una mayor variedad de personas.

El contraste en el que el objeto se encuentra en su entorno participa en su caracterización. Según se fijan en nosotros las distintas situaciones con la representación del objeto, se fijan también en nuestra representación determinados acentos que caracterizan la forma real. Podemos hablar de un acento excepcional y uno normal, de uno casual y otro típico, en atención a las exigencias del efecto que se hayan fijado en nuestra representación en el cambio. El artista, en virtud de su talento, enriquece nuestra relación con la naturaleza, llevando a la forma real a situaciones que la dotan de un nuevo acento normal. / Cuanto más normales y típicos son los acentos en una obra de arte, ésta posee un significado más objetivo. Pues, en oposición a la mera forma real, se ha ampliado el contenido de lo que nosotros hemos llamado representación de la forma, hasta tal punto que nos imaginamos un complejo de representaciones de movimiento en un papel espacial activo. Y, asimismo, con ese contenido también hemos ampliado las demandas que exigimos a la apariencia en cuanto expresión de la naturaleza espacial y plástica.

Una manifestación artística no puede existir sin que se elimine la manifestación exterior en tanto que tal. Nada se pierde, aunque en la nueva obra se pierda la apariencia externa de la representación, pues lo característico de ella es determinar las relaciones de la obra de arte como un todo. Igual que en música, se producirá una diferencia si el artista se inspira en una chica, en el taller o en un paisaje. Lo psíquico, las ropas, el entorno, etc. se elaboran como un todo, como un ambiente en el espíritu del productor, haciéndole elegir unos colores y rechazar otros. Lo que realiza es una COMPOSICIÓN DE RELACIONES. Composición fundada en la eterna y exclusiva ley artística de la relación equilibrada.

No debemos enfatizar la irónica riqueza de la banalidad en el contexto artístico actual a expensas de discutir el carácter apropiado e inevitable de la arquitectura F & O [fea y ordinaria] sobre una base más amplia. ¿Por qué defendemos el simbolismo de lo ordinario, vía el tinglado decorado, por encima del simbolismo de lo heroico, vía el pato escultórico? Porque no es este tiempo ni el nuestro es entorno para una comunicación heroica a través de la arquitectura pura. Cada medio tiene su época, y las formulaciones retórico-ambientales de nuestro tiempo -sean cívicas, comerciales o residenciales- llegarán de los medios más puramente simbólicos, tal vez porque son menos estáticos y más adaptables a la escala de nuestro entorno. La iconografía y los medios mixtos de la arquitectura comercial de carretera señalarán el camino, si es que queremos verlo. Las viviendas para ancianos de Oak Street Connector, en el caso de que hubiesen tenido que ser un monumento, habrían resultado más económicas, socialmente mas responsables y más cómodas como edificio convencional de apartamentos, perdido al lado de la autopista y con un gran rotulo luminoso en su cubierta que dijera SOY UN MONUMENTO. La decoración es más barata.

En la futura sociedad tecnológica habrá un número creciente de personas que desempeñarán parte activa en la determinación de su propio entorno individual y estarán cada vez más implicadas en la autodeterminación de una manera de vivir. No podemos pretender arrancarles de entre las manos este derecho fundamental ni seguir tratándolos como si sólo fueran chiquillos cultivados. Debemos considerar este aumento desde otro punto de vista y de una manera positiva. En una sociedad orientada hacia el consumo, las cualidades inherentes a la producción masiva son la repetición y la estandarización, pero las partes componentes de los productos deben ser cambiables o intercambiables de acuerdo a las necesidades y preferencias individuales, y dadas las posibilidades de tener un mercado mundial, deben ser factibles desde el punto de vista económico.

Normalmente vivimos en espacios cerrados. Éstos constituyen el entorno en el cual se gesta nuestra cultura. En cierto sentido nuestra cultura es un producto de nuestra arquitectura. Si queremos elevar el nivel de nuestra cultura estamos obligados en cualquier caso a modificar nuestra arquitectura. Y esto sólo nos será posible en la medida en que eliminemos el carácter cerrado de los espacios en que vivimos. Ellos sólo será posible mediante la introducción de la arquitectura de vidrio, que permite la entrada de la luz solar y de la luz de la luna y de las estrellas no sólo a través de un par de ventanas, sino simplemente a través de paredes enteras de cristal, de vidrios de color. El nuevo entorno que crearemos necesariamente traerá consigo una nueva cultura.

¿Dónde sino en la ciencia podemos buscar un modelo apropiado del mundo y de nosotros mismos?… Cuando lo que nos preocupa es la interacción entre los organismos y su entorno, a quien debemos acudir es a los ecólogos, puesto que este tema es competencia suya… La perspectiva ecológica exige que observemos el mundo, que le escuchemos y que aprendamos de él. Los lugares, las criaturas y el hombre estaban, han estado, están ahora y estarán siempre en proceso de convertirse en algo diferente. Nosotros y ellos estamos aquí ahora, inquilinos ambos del mundo de los fenómenos, unidos en un mismo origen y destino.

El regionalismo crítico trata de complementar nuestra experiencia visual normativa reorientando la gama táctil de las percepciones humanas. Al hacerlo así, se esfuerza por equilibrar la prioridad concedida a la imagen y contrarrestar la tendencia occidental a interpretar el medio ambiente en formas exclusivamente de perspectiva. De acuerdo con su etimología, la perspectiva significa visión racionalizada o vista clara, y como tal presupone una supresión consciente de los sentidos del olfato, el oído y el gusto, y un distanciamiento consiguiente de una experiencia más directa del entorno.

El potencial tecnológico continuamente precede a la obra arquitectónica. La brecha entre los dos es generalmente cubierta por la experimentación sobre el entorno en campos que no se consideran, por lo común, arquitectónicos: invernáculos, fábricas, transportes. Casi cuatro décadas separan los primeros usos industriales del aire acondicionado de su empleo confiable en la categoría arquitectura diseñada por arquitectos famosos. Pero estos largos intervalos implican no sólo experimentación física, sino también mucha especulación y agitación intelectual, en la que se genera un clima de ideas que hace que la eventual aplicación arquitectónica de la tecnología específica llegue a ser aceptada.

Aquello que llamamos formas, tanto naturales como artificiales, constituyen únicamente el espacio de intercambio de las fuerzas integradoras y desintegradoras que mutan a baja velocidad. La realidad consiste en estas dos categorías de fuerzas que interactúan constantemente en configuraciones visibles e invisibles. A este intercambio de fuerzas que interactúan lo denomino correalidad, y a la ciencia de las leyes de interrelación, correalismo. El término correalismo expresa la dinámica de una interacción constante entre el hombre y su entorno natural y tecnológico.

La impresión de la forma que obtenemos de la apariencia dada y que se encierra en ella como expresión de la forma real, es siempre producto común del objeto, por una parte, y de la iluminación, del entorno y del punto de vista cambiante, por otra. Se opone, por tanto, a la forma real, abstracta e independiente de cambios, como una forma activa.

Tanto el macizo como el espacio deben su forma a la limitación, pero la limitación del espacio cercado depende enteramente de la del macizo. Las paredes se hacen, pero el espacio interior nace. Por esta dependencia del espacio con respecto a la pared, la forma del espacio puede quedar como si se colocara justo aliado de la forma del macizo, a pesar de que toda forma necesita para su existencia un entorno inmediato amorfo. El secreto es que la forma del macizo se genera por la correspondencia entre dos planos opuestos, mientras que la forma del espacio se genera por la correspondencia entre las formas opuestas de las paredes.

La arquitectura puede concebirse inicialmente como una estructura de dos niveles; es un modelo que estamos imponiendo a la concepción existente de la arquitectura en un intento por desvelar, definir y hacer operativas ulteriores relaciones que pueden ser inherentes a cualquier configuración específica. Se alegará que estas relaciones preexisten en cualquier entorno así como en nuestra capacidad para concebirlas y que, por tanto, nos están proporcionando información voluntaria o involuntariamente, aunque ni siquiera seamos conscientes de estar recibiendo esa información. Por todo lo anterior, podemos afirmar que cualquier análisis de la significación debe enfocarse a los problemas de la forma. La significación de la forma física deriva primordialmente de la información sintáctica y esta información deriva de una estructura dual.

Si analizamos la naturaleza de la información formal, que existe en potencia en cualquier contexto específico, veremos en primer lugar que hay una información iconográfica y simbólica que procede primordialmente de fuentes culturales externas a ese entorno. Esa información parece ser el producto de una interpretación cultural de las relaciones formales presentes en el contexto específico, las cuales existen a un nivel real, actual, allí donde un individuo las capta mediante sus sentidos: percepción, oído, tacto, etc. Pero hay otro aspecto de la información que condiciona esta interpretación iconográfica y que parece derivarse de otro nivel de relaciones que existe en un sentido más abstracto; no pueden verse ni oírse, pero pueden conocerse. Por ejemplo, si uno analiza cualquier edificio concreto o cualquier serie de edificios, sin consideraciones de tiempo o lugar, es posible discernir en las configuraciones reales de las formas la presencia de otra estructura subyacente de relaciones que no está necesariamente relacionada con la forma específica de modo perceptible o unívoco.

La tendencia se dirige hacia una máquina que funciona como instrumento al servicio del habitante, una noción que se verá refinada, creo, hacia el concepto de un entorno con el que el habitante coopera y en el que puede externalizar sus procesos mentales; es decir, que se enfatizará el mutualismo respecto al funcionalismo.

Para el arquitecto, construir significa emplearla material en función de sus propiedades de su naturaleza, con el fin de satisfacer una necesidad utilizando los medios más simples y más duraderos , y para que la construcción refleje durabilidad y proporciones adecuadas sujetas a ciertas reglas impuestas por los sentidos, la razón y el instinto humano. Así pues, los métodos del constructor deberán variar en función de la naturaleza de los materiales, de los medios de que disponga, de las necesidades que deba satisfacer y del entorno cultural al que pertenezca.

Definimos el «kata» de la arquitectura metabólica como una unidad de espacio y de funciones de servicio. Si aprendemos a hacer una distinción entre estos dos elementos creo que será fácil construir una unidad nueva que resulte más significativa. El objetivo real de la arquitectura metabólica es explorar nuevos métodos para la obtención de espacios para el hombre. Este proceso de diferenciación nos permitirá definir en forma más clara cuál es la meta de la arquitectura. La arquitectura metabólica se dirigirá indefectiblemente a acumular cada vez más elementos para la obtención de ese espacio para el hombre. El método de reconstrucción periódica a medida que se producen cambios en la función ya no se considera realista, y lo será menos aún en el futuro. Creo que si consideramos el espacio y la función como elementos contrapuestos, conseguiremos que el entorno humano adquiera un orden metabólico en lugar de una belleza estática. De este modo responderá verdaderamente a los requerimientos de una realidad dinámica.

Ello conduce al hecho notable de que todos los elementos decorativos de los que se sirve la arquitectura, sea para acentuar la adecuada relación de las partes entre sí en un obra, señalando su articulación y a la vez realzando el efecto de conjunto, sea para resaltar la relación de la obra con el todo en que se apoya y con el entorno en que se inscribe, sea, en fin, para indicar la satisfacción de finalidad del conjunto o de cada una de sus partes, todos estos símbolos, artísticos, digo, deben su nacimiento al ador o del cuerpo y algunos de ellos están estrechamente relacionados con las más primitivas industrias familiares. Mantienen hasta hoy su validez tradicional y, a pesar de todas las trasformaciones que en el curso de los siglos han sufrido, no sean podido sustituir en lo esencial por nada nuevo.

Arquitectura debe entenderse el esfuerzo por armonizar con libertad y gran audacia el entorno y el hombre, es decir, por convertir el mundo de las cosas en una proyección directa del mundo del espíritu.

Cada imagen espacial contiene su propia negación, a la que hemos llamado vacío. En un caso es un ‘vacío del espacio natural‘ en otro un ‘vacío del espacio de experiencia‘. Con la fusión se anulan ambas negaciones y nacen ambos términos positivos, el binomio dentro-fuera. El dentro deja de ser un vacío, una negación del espacio natural, sino algo que tiene una valoración positiva por su coincidencia con nuestro espacio de experiencia. El fuera tiene ahora también valor positivo: ya no es un vacío inhóspito, la negación de nuestro espacio de experiencia, que somos incapaces de referir a nuestra existencia, sino un entorno natural enteramente referido a la casa, que guarda dentro de sus paredes nuestro espacio de experiencia.

Costumbre de ensamblar las secuencias, de adaptar los contornos para hacer coincidir lo visto y lo que no pudo ser visto, aquello que se recuera y lo que, desde luego, es imposible recordar y hay que inventar, recrear, para otorgarle verosimilitud al discursus. Con el tiempo, el joven picnoléptico se verá obligado a dudar del saber y los testimonios unánimes de su entorno, toda certeza se cambiará en sospecha, tenderá a creer (como Sexto Empírico) que nada existe y que aun si algo existiese no podría ser representado, e incluso si pudiera serlo, en modo alguno podría ser comunicado o explicado a los demás.

Cuando la mano del hombre interviene en su entorno real, ordenándolo y dándole forma, esto supone la satisfacción de una necesidad profundamente interna; pero la necesidad de su procedimiento nos viene a la conciencia sólo cuando vemos cómo nace de lo más profundo de nuestro organismo. […] Cualquier creación espacial parte en origen de la envolvente de un sujeto. Por ello se distingue esencialmente la arquitectura como arte humano frente a todas las pretensiones de las artes aplicadas. El creador y el usufructuario son inicialmente el mismo y, por ello, el punto de partida de nuestra explicación genética. […] La creación espacial es en cierto modo una irradiación del hombre contemporáneo, una proyección desde el interior del sujeto, independientemente de si se encuentra en persona allí dentro o se traslada espiritualmente.

Y ésta es la tarea del arquitecto: ordenar el entorno del ser humano y establecer relaciones entre ambos.

El término herramienta es preferible al término máquina porque nos retrotrae al origen mismo y al propósito de tal máquina: permitir que el hombre alcance mayores niveles de productividad. En ese sentido, todo aquello que el hombre utilice en su lucha por la existencia es una herramienta y, como tal, es parte del entorno tecnológico fabricado por el ser humano; del ropaje al cobijo, de los cañones a la poesía, del teléfono al arte. No hay herramientas aisladas. Cada dispositivo tecnológico es correal: su existencia misma está condicionada por el discurrir de esa pugna humana y, por lo tanto, por la relación con la totalidad de su entorno.

El espacio como práctica de los lugares y no del lugar procede en efecto de un doble desplazamiento: del viajero, seguramente, pero también, paralelamente, de paisajes de los cuales él no aprecia nunca sino vistas parciales, «instantáneas», sumadas y mezcladas en su memoria y, literalmente, recompuestas en el relato que hace de ellas o en el encadenamiento de las diapositivas que, a la vuelta, comenta obligatoriamente en su entorno.

Los materiales elegidos para la ejecución de una obra y las técnicas adoptadas para su manipulación son los dos aspectos que más influyen en una composición. Más adelante se explicará con mayor detalle, pero ahora baste con decir que siempre es la composición quien ha de ajustarse al material y a la técnica, y nunca al revés. Por consiguiente, la composición ya ha de permitir reconocer con claridad los materiales que se van a emplear y la técnica que se va a adoptar. Esto es válido tanto si se trata de construir un monumento como de proyectar objetos decorativos más pequeños.
Sin embargo, la composición también se ha de ceñir a otros muchos aspectos. Los más importantes entre estos son: la clara caracterización de la finalidad del edificio (Bauzweck), los medios económicos disponibles, la situación geográfica, la orientación, la duración de utilización prevista, la exigencia estética de incorporarse al entorno y la configuración de una imagen exterior que responda realmente a la estructura interior, etcétera.
¡Como siempre, y por tanto también en los factores que acabo de citar, la búsqueda de la verdad ha de ser el norte que guíe al arquitecto! ¡En este caso, el carácter y el simbolismo de la obra surgirán por sí mismos: la iglesia emanará santidad, el edificio estatal de administración, serenidad y dignidad, el establecimiento de ocio, alegría, etcétera…!

Así como el lenguaje es necesario para poder expresarse colectivamente en términos de estructura, también es necesaria una estructura formal colectiva para poder expresarse espacialmente en el propio entorno (…) Lo paradójico es que la restricción de un principio estructurador (urdimbre, espina dorsal, retícula) lejos de resultar una disminución, expande las posibilidades de adaptación y por lo tanto las posibilidades de expresión individual

Probablemente sea verdad que sólo cuando la arquitectura del entorno bien climatizado disponga de un lenguaje de formas simbólicas tan intrincado en nuestra cultura como los del antiguo dispensa, será capaz de aspirar a la misma convicción de autoridad monumental, pero esa posibilidad parece que queda excluida por la propia naturaleza de la operación que quisiera relatado. La esencia de lo que se ha hecho para controlar el clima sido -en todas las épocas- el desplazamiento de la costumbre por el experimento del hábito aceptado por la innovación informada. El mayor de los poderes medioambientales es el pensamiento, y la utilidad del pensamiento, la auténtica razón para aplicar la inteligencia radical a nuestros problemas, es precisamente porque disuelven lo que la arquitectura viene construyendo hasta la fecha: formas tradicionales. Nuestros posmodernos actuales, que se esfuerzan por reimplantar esas formas tradicionales, pueden hacerlo solamente gracias a que las tecnologías de control climático que están la libertad para separar esas formas de deseado funcionalismo climático.

Paisaje e imagen son inseparables. Sin la imagen no hay paisaje, sólo entorno circundante. Esta distinción se remonta al término de inglés antiguo landskip, que en un principio se refería no al territorio en sí, si no a una pintura del mismo, como en las posteriores y cuidadosamente encuadradas representaciones holandesas del landschap del siglo XVII. Poco después de la aparición de este tipo de pintura, el concepto escénico fue aplicado al territorio mismo a través de las vistas panorámicas rurales de gran formato, el diseño de las grandes propiedades y el arte del jardín ornamental. De hecho, el desarrollo de la arquitectura del paisaje como profesión moderna deriva, en gran medida, de un impulso para reformar grandes superficies de terreno según una generación de imagen previa. El contacto con imágenes previas (un fenómeno fundamental en los paisajes turísticos y espectaculares) no sólo hizo posible un reconocimiento colectivo del territorio como paisaje, si no también una capacidad de interpretar y construir paisajes diseñados a través de las diversas formas y actividades de la producción de imágenes.

La arquitectura y la educación arquitectónica reflejan, quizás con mayor precisión que cualquiera de las demás artes, el orden social, la ideología de la configuración formal, y los límites más allá de los cuales las formas se vuelven inaceptables y simplemente se consideran irrelevantes y ordenadas/»>desordenadas. Esta condición parece surgir de la estrecha colaboración histórica que existe entre la realidad del edificio, su entorno simbólico y las consecuencias recíprocas de su mutua transposición .