sistemas

La idea de una comunidad equilibrada y autónoma es tan insostenible teóricamente como costosa desde un punto de vista práctico. El rechazo de una concepción así exige un cambio completo de actitud. El planificador no es ya el reformador social sino un técnico en el terreno de la forma que no podrá seguir contando con centros comunitarios, lavanderías comunitarias, salones comunitarios, etc., para disimular el hecho de que un asentamiento resulta en su globalidad incomprensible. Indudablemente, en la planificación de una nueva situación se deberían calcular desde un principio las dimensiones de la comunidad nueva en términos de población, como hacemos aquí, con el fin de hacer posible la elección de un emplazamiento apropiado y la planificación de los enlaces -carreteras, saneamiento, electricidad, etc.- con los sistemas existentes.

La frontalidad, la supresión de la profundidad, la contracción del espacio, la definición de los focos de luz, el adelantar los objetos, la paleta limitada, las retículas oblicuas y rectilíneas, la tendencia al desarrollo periférico, todas éstas son características del cubismo analítico. Y, en las composiciones típicas de 1911-1912, separadas de una intencionalidad más abiertamente representativa, esas características asumen un significado todavía más evidente. En esos cuadros, además de la descomposición en pedazos y de la reconstrucción de objetos, tomamos conciencia, sobre todo, de una nueva contracción de la profundidad y de una creciente acentuación de la retícula. Y, en esos años, se puede descubrir el entrelazamiento de dos sistemas de coordenadas. Por una parte una disposición de líneas oblicuas y curvas que sugiere cierta recesión espacial diagonal. Por otro una serie de líneas verticales y horizontales que implican una contradictoria formulación de la frontalidad. En general las líneas oblicuas y curvas poseen cierta significación naturalista mientras que las rectas muestran una tendencia geometrizante que sirve de reafirmación del plano del cuadro. Pero ambos sistemas de coordenadas sirven para la orientación de las figuras tanto en un espacio extenso como en la superficie pintada, mientras que sus intersecciones, superposiciones, entrelazamientos y amalgama en configuraciones más amplias y fluctuantes, permite la génesis del motivo típicamente cubista. Pero, a medida que el observador distingue entre todos los planos a los que esas retículas dan origen, va tomando conciencia de una oposición entre ciertas áreas de pintura luminosa y otras de coloración más densa. Distingue entre ciertos planos a los cuales puede atribuir una naturaleza física aliada a la del celuloide, otros cuya esencia es semiopaca, y unas terceras zonas cuya substancia es totalmente opuesta a la transmisión de la luz. Y puede descubrir que todos esos planos, translúcidos u opacos, independientemente de su contenido representacional, se encuentran implicados en la manifestación que Kepes definía como transparencia.

Si la semiótica no es solamente la ciencia de los signos reconocidos en cuanto a tales, sino que se puede considerar igualmente como la ciencia que estudia todos los fenómenos culturales como si fueran sistemas de signos -partiendo de la hipótesis de que en realidad todos los fenómenos culturales son sistemas de signos, o sea, que la cultura esencialmente es comunicación- uno de los sectores en el que semiótica encuentra mayores dificultades, por la índole de la realidad que pretende captar, es el de la arquitectura.

Las artes, bajo la hegemonía de la arquitectura, en la medida en que consiguen dar forma simbólica a los sistemas de dominio sociales, estatales y religiosos –por ser inherentes a los conceptos fundamentales que subyacen en estos sistemas-, han constituido siempre los instrumentos más efectivos y nítidos de su desarrollo, afirmación y expansión, y así ha sido reconocido siempre y en todas partes.

Cuando se unen «planificación» y «ecología», cambia la prioridad de los objetivos. Los objetivos se derivan a partir de la región. La planificación ecológica un instrumento que pone de manifiesto regiones como sistemas dinámicos e interactivos que tienen oportunidades intrínsecas y límites para todas las funciones humanas. Los futuros hipotéticos preferible serán ofrecidos por emplazamientos donde todos o la mayor parte de los factores propicios existan juntos con ninguno o pocos de los perjudiciales para cualquier uso previsto y para el conjunto de los mismos. Lo que constituye lo propicio y lo perjudicial se deriva del uso previsto en el sistema de valores de la persona o grupo iniciador.

Las estructuras cobran sentido como partes de sistemas mayores que incluyen componentes humanos y el arquitecto se preocupa de forma prioritaria por esos sistemas mayores; éstos (y no sólo la parte de ladrillo y mortero) son lo que diseñan los arquitectos. Apodaré a este concepto «mutualismo arquitectónico» para dar a entender la reciprocidad entre estructuras y hombres o sociedades.

El concepto de forma se define como el estado de un sistema en un momento concreto del tiempo. De hecho, las formas no representan nada absoluto, sino más bien momentos estructuralmente estables en la evolución de un sistema; aun cuando su aparición (su génesis) se derive del cruce de un umbral cualitativo que, paradójicamente, constituye un momento de inestabilidad estructural. Ello es posible porque las formas no son simplemente sistemas entendidos en el sentido tradicional, sino que pertenecen a un tipo especial conocido como «sistemas de disipación». Un sistema o estructura de disipación es un sistema abierto y dinámico; por «abierto» se entiende que es un sistema en evolución, como una cafetera o el clima local, que posee energía (información) que fluye hacia fuera y probablemente también hacia su interior.

Hoy comienza a aparecer una actitud contraria, un movimiento tenaz y creciente en la ciencia y en el arte que tiende hacia procesos y sistemas que desmaterializan el objeto y desacreditan las posesiones físicas. Lo que los científicos consideraban antaño como sustancia configurada en forma, y comprensible en consecuencia como objeto tangible, se reconoce ahora como energía y su organización dinámica. En las artes visuales, los pintores y escultores han llegado a conclusiones no muy diferentes de las de los científicos. Los artistas han liberado sus imágenes y formas del mundo inhibidor del objeto. La pintura se ha convertido en la captura y disposición de energías visuales. Gracias a las innovaciones de ciertos arquitectos e ingenieros contemporáneos, los edificios también están perdiendo su solidez objetual y su capó capacidad para convertirse en algo ligero y transparente, en acontecimientos «desclasificados».

El uso del término arqueología procede del postestructuralismo francés, básicamente de los textos de Foucault… ha hecho fortuna para describir, de un modo casi físico, las lecturas superpuestas de la realidad tectónica: de una realidad que ya no puede verse como un todo unitario, sino que, por el contrario, aparece como la yuxtaposición de capas diversas ante las cuales la obra de arte no hace otra cosa sino releer, redistribuir este sistema de superposiciones. La noción de arqueología introduce con toda evidencia la idea de que no estamos frente a una realidad que se presenta como una esfera cerrada, sino frente a un sistema entrecruzado de lenguajes. Nadie habría tan ingenuo como quien pensase que para la arqueología, el sistema del conocimiento del pasado se puede hacer por la simple acumulación de objetos hallados en las excavaciones. Por el contrario, estos objetos se presentan como resultado de un proceso de descomposición de sistemas superpuestos, sistemas que no se tocan, sistemas que se mueven autónomamente según su propia lógica.

Qué duda cabe de que las primeras sociedades humanas, antes de levantar templos a sus divinidades y construir palacios para sus reyes, pensaron primero en asegurarse un abrigo contra las intemperies de las estaciones. Además se ha destacado con razón que esas sociedades se componían de pastores, de agricultores o de cazadores. Los pastores llevaban una existencia nómada y conducian sus rebaños por los valles más fértiles. Por consiguiente les interesaba construirse alojamientos móviles que pudieran transportar en sus frecuentes peregrinajes. Se les atribuye así la invención de la tienda. Las familias dedicadas a la agricultura habitaban las llanuras y las orillas de los ríos y sin duda construyeron cabañas. En cuanto a los cazadores empujados hacia las zonas de bosques y montañas, y los ictiófagos, apostados a orillas del mar, es probable que se refugiaran en cavernas y cavaran grutas en los flancos de las rocas. Esta variedad de viviendas ha dado a su vez lugar a varios sistemas de construcción. Las fábricas chinas y japonesas son una imitación exacta de la tienda; los templos de la India y de Nubia tienen estrechas concomitancias con las cavernas de los pueblos trogloditas; por último, la cabaña lleva en germen toda la arquitectura griega y romana… Las diversas construcciones que acabamos de señalar contenían en germen todos esos templos y palacios que se encuentran en las diversas regiones del mundo, las cuales, simples y toscas en la infancia de las civilizaciones, se han modificado poco a poco bajo el influjo de causas físicas, necesidades morales, y progreso de las ciencias, terminando por alejarse tanto de su origen que no se les puede relacionar con éste más que por conjeturas más o menos probables.

La constructividad vital es la forma de manifestarse la vida y el principio de todo desarrollo humano y cósmico…. En la actualidad, aplicado al arte, significa la activación de espacio por medio de sistemas de energías dinámico-constructivas; es decir, la confluencia de las energías que se enfrentan entre sí en el espacio físico y su relación con el propio espacio que actuará como energía (intensidad).

Los arquitectos son, primero y ante todo, proyectistas de sistemas que se han visto forzados, a lo largo de más o menos los últimos cien años, a interesarse cada vez más por las propiedades organizativas (es decir, intangibles) de los sistemas de desarrollo, comunicación y control. Los problemas de diseño se afrontaban tal como surgían, pero desde hace algún tiempo se ha puesto de manifiesto que es necesaria una teoría unificadora de base. La cibernética es una disciplina que cumple esa función en la medida en que sus conceptos abstractos pueden interpretarse en términos arquitectónicos (y, donde proceda, identificarse con sistemas arquitectónicos reales), para formar una teoría (cibernética arquitectónica, la teoría cibernética de la arquitectura).

La historia constituye una obra continuada realizada por individuos que comprendieron su época y encontraron la expresión formal adecuada a sus exigencias. Ya que, cada vez una forma nueva, o modificada en lo esencial, de la sociedad se configuró y encontró arraigo en la conciencia colectiva, esa forma encontró a la arquitectura preparada para otorgarle su expresión monumental. Siempre se le reconoció a esta arte su poderosa influencia civilizadora, sus obras aportan conscientes el sello que elevó a los sistemas religiosos, sociales y políticos dominantes, o en lucha por su predominio, a la categoría de símbolos. Pero ese nuevo impulso, allí donde había llegado el momento, no surgió de los arquitectos sino de los grandes regeneradores de la sociedad.

Es preciso no olvidar que la misma riqueza de las soluciones estáticas, posibilitadas por la precisión de los sistemas de cálculo y por las altas cualidades de los materiales, puede conducir a esquemas estáticos antinaturales, es decir, a arquitecturas de estructura que, en lugar de proceder de un pensamiento lógico traducido por los términos: belleza, armonía y sensibilidad, provienen de leyes impersonales del mundo estático y a las cuales se hace hacer, a la fuerza, acrobacias exhibicionistas.

Cabe observar otra característica del espacio medieval: el espacio y el tiempo formaban dos sistemas relativamente independientes. Primero: el artista medieval introducía otros tiempos dentro de su propio mundo espacial, tal como era el caso cuando hacía figurar los acontecimientos más conspicuos de la vida de Cristo dentro de una ciudad contemporánea italiana, sin sentir en lo más mínimo que el paso del tiempo había implicado una diferencia… Debido a esa separación del tiempo y del espacio, las cosas podían aparecer y desaparecer súbita e inexplicablemente: la caída de un barco debajo de la línea del horizonte no necesitaba mayor explicación que la caída de un demonio por el agujero del tubo de una chimenea. N o existía misterio respecto al pasado del cual habían surgido, ni especulación en cuanto al futuro hacia donde los llevaban sus respectivos destinos: los objetos flotaban en el campo de la visión y desaparecían de él con algo de ese mismo misterio con que las idas y venidas de los adultos afectan la experiencia de los niños, cuyos primeros esfuerzos gráficos se parecen mucho en su organización al mundo del artista medieval. En este mundo de espacio y tiempo simbólicos todo era un misterio o un milagro. El eslabón que unía los sucesos era el orden cósmico y religioso: el verdadero orden del espacio era el Cielo, así como el verdadero orden del tiempo era la Eternidad.

La arquitectura se distancia de su posición tradicional como forma discreta, independiente, pesada y sólida que sólo se percibe visualmente y se convierte en una estructura con capacidad de respuesta, incorpórea, dinámica e interdependiente que responde a las necesidades cambiantes y al control creciente del hombre. La ligereza transparente, flexible y móvil puede contribuir significativamente a liberar al hombre de la cerrazón espacial prefijada que le separaba de la riqueza de acontecimientos que ofrece la naturaleza. Los significados de la architectura y las configuraciones urbanas ofrecen una reevaluación aún más importa. Los edificios y los grupos de edificios ya no se consideran formas esculturales con sus organizaciones espaciales sino, más bien, sistemas de funciones que programan modos de vida con la participación de los actores implicados. Estas innovaciones son las manifestaciones físicas de una nueva sensibilidad.

Los sistemas de orden, condicionados por la producción en masa de partes iguales, determinan las medidas de las superficies, de los cúerpos y del espacio. Estos no sólo deben mantener relaciones entre si, sino también deben estar en una relación organlca de medida a las partes, que se utilizan, pero que no pertenecen directamente a la construcción. De estas condiciones se origina el concepto de coordinación modular. Con él se intenta resumir el resultado que se desprende de las investigaciones teóricas y prácticas precisas de los valores de medición, métodos de medición, determinaciones de medición, dimensiones desde las partes más pequeñas hasta la obra más completa de construcción.

Cualquier sistema se construye sobre axiomas que quedan siempre abiertos para un análisis ulterior. La forma de un sistema pasa a ser el contenido del sistema inmediato superior, y así sucesivamente. Esta regresión no preocupa al matemático o al físico, pues lo que le importa es la auto-coherencia del sistema que ha elegido como objeto de estudio. Pero sí debe preocupar al filósofo, al científico social y al diseñador, y a cualquier discurso que se ocupe de los sistemas de significación afines al lenguaje que se usan normalmente en la sociedad. En estos sistemas son inevitables los juicios de valor. Si un valor es relativo, ha de serlo respecto a algo, y ese algo tiene que ser también un valor.

La construcción del sistema de normas tiene siempre por objeto garantizar una permanencia, una estabilidad de la arquitectura, precisamente en el sentido de una estabilización de las formas. Además, por lo que se refiere a la relación entre tales sistemas normativos con los principios, el significado teórico de estos últimos estriba en su generalidad respecto a la experiencia de la arquitectura y en la «certeza» notable que presentan… La primera de ellas corresponde a las condiciones propias del principio fundamental de la arquitectura…; reduce el problema de la valoración de la arquitectura a la valoración de su forma lógica, es decir de la concatenación lógica de las opciones. En este sentido, queda excluida tanto una valoración progresiva de la arquitectura que no se identifique con su fin cognoscitivo, como una actitud respecto al significado de la forma arquitectónica que no se identifique con el carácter cognoscitivo referido a las formas históricas, es decir, con el aspecto «referencial» en relación con la experiencia de la arquitectura… En cambio la segunda dirección nos lleva por lo general al problema de la valoración de la arquitectura por su significado humano propiamente dicho, o sea, incluyendo también su significado emocional, y por ello se refiere al carácter evocativo de la forma; cuyo valor estriba precisamente en el recorrido de hecho para alcanzarla, así como el motivo original de ella. Por lo tanto su valoración está ligada a la complejidad de la realidad que se refleja en la forma, y su significado consiste principalmente en las ideas que están vinculadas a ella.

Pero el análisis formal presenta problemas. Primero, puesto que la forma fue considerada durante tanto tiempo una cuestión no válida, perdimos la costumbre de analizarla; y segundo, las formas con las que tratamos son nuevas y no se relacionan fácilmente con las tradicionales técnicas de análisis y comunicación arquitectónicas y urbanísticas… El espacio suburbano, al ser un espacio automovilístico, no se define por paredes y pisos envolventes y, por tanto, no es fácil describirlo gráficamente mediante sistemas reservados a la descripción de edificios. De hecho, el espacio no es el elemento constitutivo más importante de la forma suburbana, la comunicación a través del espacio lo es mucho más, y esto requiere un elemento simbólico y de tiempo en sus sistemas descriptivos que se definen sólo muy lentamente.

Los sistemas infraestructurales funcionan como ecologías artificiales. Dirige los flujos de energía y recursos en un lugar, y condicionan la densidad y dirección de un hábitat. Crean las condiciones necesarias para responder a ajustes incrementales en la disponibilidad de los recursos y modifican el modo de la habitabilidad en respuesta al las condiciones ambientales cambiantes.