ornamento

La forma es, en efecto, una abstracción mecánica condicionada por leyes estructurales, similar a la forma en que las partes de una máquina cumplen perfectamente la función para la que han sido creadas. Pero la forma siempre estará rígidamente constreñida mientras carezca de un hábito de carácter exterior -la característica- que pueda ahora elevar este mecanismo a organismo vivo y significativo que denote su esencia interna. Este momento sólo tendrá lugar cuando esta forma [core-form] mecánica central esté dotada de una forma [art-form] plástica – similar a un velo transparente… Este elemento característico será la creación de formas u ornamentos en la arquitectura. Su finalidad no reside en el funcionamiento estructural de un edificio, sino en articular simbólicamente la función de la forma central, en desplegar con precisión todas sus relaciones, y así dotar a la obra de esa vida independiente y de esa sanción ética a través de la cual sólo ella puede ser elevada a obra de arte.

La tectónica constituye el genuino arte universal o cósmico. La palabra cosmos, que no tiene ninguna otra equivalencia en cualquiera de las lenguas vivas, significa, a la vez, orden universal y ornamento. El ornamento expresa la armonía entre una configuración artística tectónica y las leyes generales de la naturaleza. Cuando el hombre adorna, mediante un acto más o menos consciente, evidencia de manera nítida, de los objetos que decora, una legitimidad natural.

La unidad del tipo de la belleza, ‘omnis porro pulchritudinis unitas est’, consiste en la relación de las masas con los detalles o los ornamentos, en el la no interrupción de las líneas impidiendo que la vista sea distraída por elementos accesorios perniciosos.

La carencia de ornamento ha conducido a las demás artes a una altura imprevista. Las sinfonías de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que fuera vestido de seda, terciopelos y encajes. […] Nos hemos vuelto más refinados, más sutiles. Los miembros de la tribu se tenían que diferenciar por colores distintos, el hombre moderno necesita su vestido impersonal como máscara. Su individualidad es tan monstruosamente vigorosa que ya no la puede expresar en prendas de vestir. La falta de ornamentos es un signo de fuerza espiritual. El hombre moderno utiliza los ornamentos de civilizaciones anteriores y extrañas a su antojo. Su propia invención la concentra en otras cosas.

Con todos los medios se ha de introducir en la comunidad una gran idea constructiva, tan grandiosa que llene por siempre el ocio de todos y cada uno, que sea ornamento del astro tierra hecho por nosotros, su órgano.

Son, por lo tanto, las disposiciones de las formas, su carácter, su conjunto, aquello que constituye el-fondo inagotable de nuestras sensaciones. Es de este principio del que cabe partir cuando, en Arquitectura, se pretende producir sentimientos, cuando se quiere hablar al espíritu, emocionar al alma y no contentarse con colocar piedra sobre piedra e imitar al azar disposiciones y ornamentos convencionales o copiados irreflexivamente. La intención motivada en el conjunto, las proporciones y el buen acuerdo de las distintas partes producen las sensaciones.

Como el ornamento ya no pertenece orgánicamente a nuestra civilización, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea hoy ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar. […] Siempre estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de la humanidad. El ornamentista moderno es un retrasado o una aparición patológica. Reniega de sus productos una vez transcurridos tres años. Las personas cultas los consideran insoportables de inmediato; los otros, sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. ¿Dónde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¿Dónde estarán las obras de Olbrich dentro de diez años? El ornamento moderno no tiene padres ni descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es saludado con alegría por personas incultas, para quienes la grandeza de nuestra época es un libro con siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él.

Por primitiva que haya sido la mimesis en la danza o el canto, en la pintura o en la escultura (y, de hecho, algunas artes consiguen ya en estadios primitivos una mimesis de muy alto nivel), determinaciones decisivas de su objetividad han tenido que ser de carácter estético desde el primer momento. No ocurre así en las primeras satisfacciones de necesidades en el campo de la construcción. Por no hablar ya de las cavernas simplemente descubiertas, no construidas sino, a lo sumo, adaptadas, también las primeras casas construidas se orientan exclusivamente a lograr la utilidad entonces alcanzable, e incluso cuando una construcción así —ya mucho más tarde— recibe una cierta decoración, el efecto es puramente de ornamento, no de elemento de una totalidad arquitectónica. Es claro que en esto se manifiesta una necesidad que más tarde se moverá en esa dirección: se trata de la expresión de una emoción desencadenada por vivencias relacionadas con el edificio y que, como emoción, quiere expresarse e imponerse… Pero esa emoción está al principio promovida sólo por la significación general del edificio para el hombre, y no tiene ningún efecto retroactivo sobre el objeto mismo, sobre su forma.

La Arquitectura es el arte cuyo primer carácter de excelencia consiste en expresar la solidez cuando se trata de construcción, después la necesidad, que se refiere a todo tipo de edificios, y finalmente la decoración, que estriba en la justa disposición del edificio en general y, en particular, en la distribución de los ornamentos.

Cualquiera que sea la rama de las artes aplicadas a la que pertenezca un objeto, ha de cuidarse en la elaboración de cada uno que su captura y su forma exterior sean plenamente apropiadas a su verdadera finalidad y a su forma natural. No desistir ningún ornamento que no se incorpore orgánicamente.

Actualmente observando que se prescinde voluntariamente del ornamento no sólo en la arquitectura, sino también en la decoración de interiores de las casas… Esta prescindencia señala el despertar de una sensibilidad que descubrirá un ornamento intrínseco (soberano) en un edificio, en un objeto, en una flor con el cuerpo humano, el cual se manifiesta en proporciones y en volúmenes

En lugar de los antiguos elementos simbólicos, a los que actualmente ya no reconocemos validez, quiero presentar una belleza nueva e igualmente imperecedera, la que consiste en que el ornamento no tiene vida por sí mismo, sino que depende del objeto, de sus formas y líneas y éstas le asignan un sitio orgánico y correcto.

Es necesario estudiar nuevamente a los antiguos, porque sus construcciones nos dan esa sensación de armonía, la esencia de su estilo… Me pregunto si todo artista no debería poner las siguientes máximas en su estudio, tantas veces repetidas por Semper: 1) que la naturaleza y sólo ella nos indica el camino a seguir; 2) que la naturaleza sola es lógica, porque no hace jamás una cosa sin razón y, por tanto, incita a los artistas a ser simples. Y hablando de la necesidad de utilizar la estructura como motivo de ornamento Semper demuestra ser un racionalista puro aunque no le gustase el arte medieval.

Diréis que me he imaginado los edificios a mí modo; pero imaginaos alguno al modo vuestro; mostradme diseños hechos por cualquier rigorista, … y no será más insulso que los de quien trabaja por libre… coartadles la libertad de variar, cada uno con su talento, los ornamentos, veréis abierto en pocos días el santuario de la Arquitectura para todos ellos; la Arquitectura, conocida por todos, por todos será despreciada; los edificios con el tiempo se irán haciendo cada vez peor; se perderán esos estilos tan razonables, como vosotros los consideráis, por el mismo camino por el que queréis mantenerlos… Para reparar el desorden, os ruego que estiméis vuestra supuesta racionalidad, pero respetando también la libertad de actuación, que es la que la sostiene.

El decoro unos propondrá la relación entre proporciones y ornamentos, descubriendo nos además, a primera vista, el motivo de las construcciones y su destino.