nacionales

Solamente una voluntad nueva tiene el futuro a su favor en la inconsciencia de un ímpetu caótico y el prístino vigor con que abarca lo universal. Porque justamente, así como cada época, que fue decisiva para la evolución de la historia humana, aglutinó todo el mundo conocido bajo su decisión espiritual, así nosotros anhelamos también traer la felicidad más allá de nuestro propio país, más allá de Europa, a todos los pueblos. Esto no quiere decir que yo esté tomando las riendas del internacionalismo. Porque el internacionalismo implica una actitud estética sin base en pueblo alguno, en un mundo en desintegración. El supranacionalismo, sin embargo, abarca las demarcaciones nacionales como una condición previa; es la humanidad libre quien únicamente puede restablecer una cultura de ámbito universal.

Igualmente, la observación de que los conceptos de centro y periferia nacen cuando en el siglo XIII el poder burgués se organiza y se expresa en funciones comerciales; sobre todo, no permite equiparar automáticamente aquellas ideas de centro y periferia con las actuales, aparte de la dificultad que tenemos hoy en día para precisar en concreto sus efectos sobre una posible diferenciación tipológica. En aquella época las diferencias se dan de hecho dentro de una unidad política y física que se identifica con la forma de la ciudad -para la cual, quizá, podríamos hablar de lugares más o menos centrales-, sin ser una antítesis, contradicción física de contradicciones sociales. Entre el centro y la periferia medievales no se dan, en efecto, sectores urbanos inexistentes, es decir, sin participación en el conjunto por estar segregados del diseño organizador del conjunto mismo. Hoy, sin embargo, las relaciones entre un centro y una periferia no se dan sólo, o en buena medida, entre las dos partes, sino que el primero mantiene relaciones orientadas en múltiples direcciones (regionales, nacionales, internacionales) y la segunda carece a menudo completamente de ellas.