expresión

Prestamos la imagen de nosotros mismos a todos los fenómenos. Lo que conocemos como condiciones de nuestro bienestar, cada cosa debe poseerlo. No es que reclamemos la apariencia del ser humano en las formas de la naturaleza inorgánica, sino que entendemos el mundo corpóreo con las categorías, por así decirlo, que tenemos en común con él. Y de acuerdo con esto, la aptitud para la expresión de estas formas externas está determinada. Ellas sólo pueden comunicarnos lo que nosotros somos capaces de interpretar con sus propias cualidades. Aquí, muchos serán escépticos y no estarán seguros de qué tipo de similitud o incluso qué órgano de expresión compartimos con la piedra inerte. En resumen, son las relaciones de gravedad, equilibrio, dureza, etc., de relaciones fuertes las que poseen para nosotros un valor de expresión. La esencia humana en su integridad, naturalmente, no puede más que expresarse a través de la forma humana; la arquitectura no puede más que dar expresión a afectos que se expresan a través de órganos específicos. Su objeto sigue siendo el gran sentimiento de existencia [Daseingefühl], el Stimmung que asume un estado persistente y estable del cuerpo.

Es necesario, en primer lugar, analizar brevemente la expresión del impulso de construcción desde lo que puede llamarse el punto de vista psicológico. En términos generales, no hay cinco órdenes de arquitectura, ni cincuenta, sino solo dos: Arreglado y Orgánico. Estos corresponden a los dos términos de esa «dualidad inevitable» que divide la vida. […] La arquitectura arreglada es razonada y artificial, producida por el talento, gobernada por el gusto. La arquitectura orgánica, en cambio, es producto de alguna oscura necesidad interna, subconsciente, de autoexpresión. Es como si la Naturaleza misma, a través de algún órgano humano de su actividad, se hubiera dirigido al servicio de los hijos e hijas de los hombres.

Émulo de esta hija sublime del sentimiento, y alimentándola según su esencia, ¿no habría que designar a partir de ahora la Arquitectura Gótica con el título de Símbolo del pensamiento? Y, como verdadero monumento de la razón humana, ¿no sería también ese nombre el que había que asignar a la construcción greco-toscana en toda su pureza? Un resumen visible de los elementos característicos de estos dos tipos de construcciones legitimará, a mi juicio, esas nuevas denominaciones, al mismo tiempo que nos conducirá a los tres resultados siguientes, con los que pondré fin por el momento a estas observaciones sobre la Arquitectura. En primer lugar, este cuadro responderá a la objeción de los que dicen que la arquitectura es inferior en expresión a la estatuaria y a la pintura, puesto que la primera no trabaja como éstas con el rostro humano. En segundo lugar, determinará, mediante el prototipo reconocido y sus analogías, cuál debe ser el valor coloreado de los materiales visibles empleados por los dos tipos de construcciones estudiados. Por último, nos servirá como norma y patrón de medida sentimental en los juicios que emitamos sobre los monumentos en los que esos elementos lineales y coloreados hayan sido ignorados, menospreciados o anulados.

La temporalidad no se presenta como un sistema, sino como un azaroso instante que, guiado sobre todo por la casualidad, se produce en un lugar y en un momento imprevisible. En ciertas obras de arte contemporáneas, en la danza, en la música o en las instalaciones, la experiencia de lo temporal como acontecimiento dado de una vez y, después, desvanecido por siempre jamás, explican bien una noción de la temporalidad que tiene en el acontecimiento su mejor forma de expresión. Lo temporal conecta con la aceptación de la debilidad de la experiencia artística, no reforzando sus posiciones dominantes, sino aceptando la verdad de su frágil presencia.

El procedimiento por el cual la forma se realiza, determina el carácter de la nueva arquitectura. Esta no se resuelve con decoración externa, sino que es la expresión de la vital compenetración de todos los elementos. El factor estético así no es denominado ya fin en sí mismo, como la arquitectura de las fachadas, que ignora el organismo arquitectónico, sino que queda ordenado unitariamente en el conjunto, como los demás elementos y conserva, en relación con esta totalidad, su valor y su importancia.

Al regionalismo de la restricción se opone otro tipo de regionalismo: el regionalismo de la liberación. Esta es la manifestación de una región que está especialmente en sintonía con el pensamiento emergente de la época. Calificamos a esta manifestación de “regional” solo porque aún no ha surgido en otro sitio. El mérito de esta región consiste en ser más consciente y más libre de lo habitual. Su virtud es que su manifestación tiene significación para el mundo exterior a ella. Para expresar este regionalismo de manera arquitectónica es necesario que se construya bastante –preferiblemente mucho- al mismo tiempo. Solo así puede ser la expresión suficientemente general, suficientemente variada, suficientemente convincente para atraer la imaginación de la gente y proporcionar un clima amigable el tiempo suficiente para que se desarrolle una nueva escuela de diseño.

Cada célula se convierte en un exponente expresivo de la especie a que pertenece. En términos generales, esta observación no es sólo válida para el roble y el olmo o cualquier otra especie de la vida orgánica, sino para todas las manifestaciones formales de la naturaleza. Es decir que en la naturaleza toda manifestación formal es la genuina expresión del sentido que aquélla encierra; es ésta una regla sin excepción en todo el universo. El un principio: el principio de la expresión… [Las viviendas individuales] son, precisamente las «células» que constituyen el tejido de las villas y ciudades. Planteada aquí la cuestión antes referida de la calidad del individuo -en este caso, de la vivienda individual– tenemos a mano la respuesta; a saber, que en las comunidades urbanas la calidad de la vivienda individual, por humilde que ella sea, debe ser una expresión genuina de lo mejor de su pueblo y de su tiempo. Esta respuesta se basa en el principio de expresión, el cual no admite excepción alguna, si se aspira a conquistar resultados positivos. Porque cuando se echa en olvido este principio -como en el caso de tantos edificios ,sin valor- se introduce un elemento desvitalizador en la ciudad, tanto como lo haría el nacimiento de falsas células en el tejido celular del árbol.

El esfuerzo por humanizar la expresión estética del funcionalismo está abierto a muchas interpretaciones. El sueco, sobre la base de las declaraciones hechas por los propios arquitectos suecos, puede ser llamado el nuevo empirismo. Brevemente, lo explican como el intento de ser más objetivos que los funcionalistas y traer otra ciencia, la de la psicología, a escena

Con estas cuestiones se pone de nuevo sobre el tapete el gran problema del arte plástico, que ha ocupado -a tantas generaciones, siglos tras siglos. Para resolver este problema de forma satisfactoria, las personalidades más nobles que ha producido la humanidad han realizado los más grandes sacrificios, afrontando la deshonra, la desvalorización y el desprecio. Ha sido en estos agitados tiempos, cuando, gracias a la energía de las más cultivadas personalidades estéticas y científicas de todos los países, dicho problema se ha acercado a su solución. Que esta solución sea satisfactoria para todos aquellos que se interesan por el problema artístico, sólo se sabrá cuando las nuevas formas de expresión del arte se hagan comprensibles para todos. Esto sólo ocurrirá cuando las nuevas formas plásticas se manifiesten como un estilo general. Este estilo sólo será posible cuando las diferentes formas expresivas del espíritu humano: pintura, arquitectura y escultura, muestren por el mismo impulso evolutivo una conformidad de valores.

El sentido que se trata de fundar en el material reside más allá de las reglas de composición, e incluso de la tangibilidad, el olor y la expresión acústica de los materiales, todos ellos elementos del lenguaje en el que nosotros mismos tenemos que hablar. El sentido surge cuando se logra suscitar en el propio objeto arquitectónico significados de determinados materiales constructivos que únicamente son perceptibles en este objeto de esta manera. Si trabajamos con este objetivo, debemos preguntarnos, incesantemente, qué puede significar un determinado material en un determinado conjunto arquitectónico. Las buenas respuestas a esta pregunta pueden hacer aparecer bajo una nueva luz tanto la forma de uso habitual de ese material como también sus peculiares propiedades sensoriales y generadoras de sentido. Si lo logramos, los materiales pueden adquirir resonancia y brillo en la arquitectura.

El estilo es un principio de generalidad que se mezcla con el principio de individualidad, que lo desplaza o que lo suplanta, se desarrollan los diferentes aspectos del estilo como una realidad psicológica y artística. Ahí es donde se refleja especialmente la diferencia de principio entre las artes aplicadas y las Bellas Artes. La esencia del objeto de las artes aplicadas es que se da muchas veces. Su propagación es la expresión cuantitativa de su utilidad, pues siempre sirve a un objetivo que muchas personas tienen. Por el contrario la naturaleza de las Bellas Artes es su singularidad: una obra de arte y su copia son totalmente diferentes de un modelo y su ejecución, diferentes de las telas o de las joyas producidas según un patrón.

Como el ornamento ya no pertenece orgánicamente a nuestra civilización, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea hoy ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar. […] Siempre estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de la humanidad. El ornamentista moderno es un retrasado o una aparición patológica. Reniega de sus productos una vez transcurridos tres años. Las personas cultas los consideran insoportables de inmediato; los otros, sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. ¿Dónde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¿Dónde estarán las obras de Olbrich dentro de diez años? El ornamento moderno no tiene padres ni descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es saludado con alegría por personas incultas, para quienes la grandeza de nuestra época es un libro con siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él.

(1) En primer lugar hemos de conocer la naturaleza de los materiales que hemos de emplear; (2) asignar a dichos materiales una función y fuerza relativas al objeto , de modo que las formas expresen con la mayor exactitud posible tanto esta función como esta fuerza ; (3) incluir un principio de unidad y de armonía en esta expresión, esto es, la escala, un sistema de proporciones, una ornamentación acorde con el fin y con una significación , pero tener en cuenta también la variedad que señale los múltiples aspectos de la necesidad esas a satisfacer.

Si se da por sentado que existe en todos los niveles de naturaleza un principio que se corresponde con el camino del menor esfuerzo o la menor resistencia (que sólo es una expresión erróneamente negativa del principio más profundo de que toda acción se acompaña en cualquier caso de sus propias condiciones competentes), los recovecos y modulaciones del paisaje epigenético corresponden a tendencias intrínsecas, o escenarios por defecto, que condicionarían la evolución de las formas en la hipotética ausencia de fuerzas complementarias que actúan a lo largo del tiempo. Sin embargo, no debemos engañarnos y tomar la «forma» del paisaje epigenético como algo «esencial» en sí mismo, fijo o predeterminado, ya que sólo se trata de una plantilla o forma virtual encajada en otra dimensión, como una multiplicidad generada por un campo de fuerzas extremadamente complejo. Una vez que se introduce el tiempo en este sistema, puede desplegarse gradualmente una forma sobre su superficie como un flujo históricamente específico de materia que actualiza (resuelve, encarna) las fuerzas que convergen sobre el plano. Éstas son las formas fenomenológicas que asociamos convencionalmente con nuestro mundo real; lo que normalmente no conseguimos entender de ellas es que existen envueltas en un espacio virtual y únicamente se actualizan (se despliegan) en tiempo como un juego de acontecimientos y diferenciaciones morfológicos que se graban para siempre en el paisaje epigenético.

Así como el lenguaje es necesario para poder expresarse colectivamente en términos de estructura, también es necesaria una estructura formal colectiva para poder expresarse espacialmente en el propio entorno (…) Lo paradójico es que la restricción de un principio estructurador (urdimbre, espina dorsal, retícula) lejos de resultar una disminución, expande las posibilidades de adaptación y por lo tanto las posibilidades de expresión individual

En su aplicación más apropiada, el aspecto característico del hierro es, pues, la transparencia; más lo abierto que lo cerrado. Su valor arquitectónica reside, por tanto, en la expresión del vacío y no en la de lo lleno, es decir, en la creación de una oposición al cerramiento del plano de la pared y no en la extensión homogénea de estas superficies.

La locomotora es casi un ser vivo, y su forma exterior no es sino la expresión de su fuerza. Así pues, una locomotora tiene estilo… La verdadera fisonomía de su energía brutal …

Desde hace mucho tiempo se ha dicho que la existencia práctica del hombre se desenvuelve en la lucha entre la individualidad y lo colectivo, es decir, que en casi cada momento de nuestra existencia la obediencia a una ley que sea válida para todos —sea de naturaleza interna o externa— entra en conflicto con la determinación interior pura de nuestra existencia, con la individualidad personal que sólo obedece a su propio sentido de vida. Pero podría parecer una paradoja, que en las colisiones de las áreas políticas, económicas y morales no se manifestase sino una forma mucho más general de oposición, que no es menos apta para reducir la esencia del estilo artístico a su expresión fundamental. Quiero comenzar con una experiencia sencilla del ámbito de la psicología del arte.

Las formas surgidas de exigencias objetivas, conformadas por la vida, cuyo carácter primitivo no ha sido modificado por el hombre, son de índole natural y elemental, mientras que aquéllas a las que se quiere dotar de una expresión, se derivan de una norma, de reglas entendidas como un hecho de conocimiento humano. De manera que las primeras de estas formas, aun sometidas continuamente por circunstancias externas a modificaciones, son desde luego realmente eternas e indestructibles, ya que son formas a las que la vida confiere sin cesar un nuevo renacer. Por el contrario, las formas emanadas de una voluntad de expresión se encuentran sometidas a la caducidad y a las variaciones del conocimiento del hombre. Ello quiere decir que las formas que satisfacen una finalidad práctica surgen asimismo de una manera natural y discurren, por así decir, por un sendero anónimo, en tanto que las que responden a una voluntad de expresión tienen un origen psíquico y por eso mismo alcanzan el más alto grado de subjetividad e indeterminación. Con otras palabras: las formas que satisfacen una finalidad objetiva son siempre, y en todas partes, las mismas. En cambio, las formas debidas a una voluntad de expresión se encuentran ligadas al linaje y al conocimiento, y por lo tanto al lugar ya la época. La historia de la evolución formal, el llegar a ser de las formas [Gestaltwerdung], es en realidad una historia de los requerimientos que se aplican a la expresión de las cosas.

El Barroco inventa la obra o la operación infinitas. El problema no es cómo acabar un pliegue, sino cómo continuarlo, hacer que atraviese el techo, llevarlo hasta el infinito. Pues el pliegue no sólo afecta a todas las materias, que de ese modo devienen materias de expresión, según escalas, velocidades y vectores diferentes (las montañas y las aguas, los papeles, los tejidos, los tejidos vivientes, el cerebro), sino que determina y hace aparecer la Forma, la convierte en una forma de expresión, Gestaltung, el elemento genérico o la línea infinita de inflexión, la curva de variable única.

Los materiales empleados son el hormigón de gravilla para los cimientos y los muros, y el cemento armado para los suelos y cubiertas. Todos los edificios importantes están construidos casi exclusivamente en cemento armado. Estos dos materiales se emplean frescos, en moldes preparados al efecto. Cuanto más simples sean los encofrados, más fácil será la construcción, y, por consiguiente, será menos costosa. Esta simplicidad de medios conduce lógicamente a una gran simplicidad de expresión en la estructura. Indiquemos, por otra parte, que si nuestra estructura permanece simple, sin decoración, desnuda, podemos disponer en seguida de las artes decorativas bajo todas sus formas, y que cada objeto artístico conservará su expresión tanto más limpia y pura cuanto más totalmente independiente sea de la construcción. ¿Quién no verá también que el empleo de semejantes materiales permite, mejor que nunca, obtener grandes planos horizontales y verticales, propios para dar a las construcciones este aire de calma y de equilibrio que los armoniza con las líneas de la naturaleza?

Un pato, para él [Robert Venturi], es un edificio con la forma de su función (un edificio en forma de pájaro en el que se vendan señuelos para cazar patos), o un edificio moderno donde construcción, estructura y volumen sean su propia decoración. […] Para Venturi la Opera de Sydney es un pato, y desea que no prospere esta forma de expresión porque cree que el Movimiento Moderno ya lo ha utilizado demasiado. Yo no estoy de acuerdo con este juicio histórico, y mucho menos todavía con lo que puede implicar. Venturi, al igual que el típico arquitecto moderno al que quiere suplantar, está adoptando la táctica de la inversión exclusivista. Está recortando un gran área de la comunicación arquitectónica, la de los edificios-pato -técnicamente hablando, signos icónicos-, para conseguir que su modalidad preferida, la de las naves-decoradas –signos simbólicos-, destaque con mayor potencia. Una vez más un arquitecto moderno nos está exigiendo, en nombre de la racionalidad, que sigamos un camino único y sencillo. Pero es que necesitamos tener a nuestra disposición todas las modalidades de comunicación no solamente una o dos. El compromiso del arquitecto moderno con esa arquitectura de luchas callejeras nos lleva a esta excesiva simplificación, en vez de a una teoría equilibrada de la significación.

Entre los conceptos que la teoría del gusto se ha esforzado en formular, uno de los más importantes es el estilo en el arte. Esta expresión es una de las que se prestan a las más variadas interpretaciones, tantas, que los escépticos han querido negarle una clara base conceptual. Sin embargo, todo artista y auténtico «connaisseur» intuye su completo significado, por difícil que sea expresarlo en palabras. Quizá podamos decir: Estilo es dar énfasis y significado artístico a la idea básica y a todos los coeficientes intrínsecos y extrínsecos que modifican la personificación del tema en una obra de arte.

Si emprendemos el camino correcto, el ideal de belleza innato a la humanidad descubrirá su expresión por sí mismo, el lenguaje de la arquitectura se hará comprensible y se habrá creado el estilo que nos representa. ¡Y aún hay más! Estamos casi al final de este movimiento. Este cada vez más frecuente apartarse del amplio camino de la imitación y de lo convencional, este ideal de buscar la verdad del arte [y esta ansia de libertad] avanza como fuerza gigantesca, derribando todo aquello que obstaculiza su carrera triunfal.

La psicología de la arquitectura tiene la misión de describir y explicar el efecto espiritual que el arte de la construcción es capaz de producir con sus propios medios. Nos referimos al efecto que experimentamos como una impresión. Y captamos esta impresión como una expresión del objeto. Podemos formular el problema de esta manera: ¿cómo pueden ser expresadas las formas tectónicas?

¿Qué es arquitectura? ¡La expresión cristalina de los pensamientos más nobles del hombre, su fervor, su humanidad, su fe, su religión! ¡Eso fue antaño!

En la arquitectura, lo nuevo -cuando se basa sólidamente en nuevos métodos de construcción– al principio sólo puede ser apreciado por quienes comprenden esa construcción, ya sea de modo discursivo o intuitivo. Un edificio de hormigón armado no puede ser apreciado por los ingenuos que lo analizan consciente o inconscientemente en términos de mampostería o madera. La comprensión debe llegar a ser automática para la mayoría de la gente, ya que pocos se toman la arquitectura suficientemente en serio como para esforzarse en su valoración. Es algo que se consolida lentamente como resultado, aparentemente, de lo que equivale a un acto de fe… Y es que el aprecio por la arquitectura como expresión estética de la estructura terminaría de manera general si los métodos más recientes fuesen sustituidos continuamente por los que están en uso antes de que la confianza en estos últimos llegase a ser inherente e inconsciente. En realidad, al final es necesario cierto simbolismo, y no puede modificarse con éxito muy a menudo, igual que el simbolismo religioso.

Las bases sobre las cuales se apoyaba nuestra obra en el arte plástico -nuestro oficio- no eran homogéneas, y se ha perdido toda conexión entre pintura, escultura y arquitectura: el resultado fue el individualismo, es decir, la expresión de hábitos y gustos puramente personales; mientras tanto los artistas, en su acercamiento al material, lo han degradado a una especie de distorsión en relación a uno u otro campo del arte plástico.

Color. La nueva arquitectura ha destruido la pintura como una expresión separada, imaginaria de armonía, ya sea secundariamente a través de la representación o primariamente a través de los planos pintados. Los planos cromáticos forman una parte orgánica de la nueva arquitectura como un elemento de la expresión directa de sus relaciones espaciales y temporales. Sin color estas relaciones no son una realidad viviente; no son visibles.

Cada Stimmung tiene su propia expresión determinada que acompaña regularmente; pues la expresión es, por así decirlo, no sólo una bandera suspendida, para indicar lo que está sucediendo en su interior, ni nada que pueda faltar, la expresión es más bien el fenómeno corpóreo del acontecimiento intelectual. No sólo existe en la tensión de los músculos faciales o en el movimiento de las extremidades, sino que se extiende a todo el organismo.

La historia constituye una obra continuada realizada por individuos que comprendieron su época y encontraron la expresión formal adecuada a sus exigencias. Ya que, cada vez una forma nueva, o modificada en lo esencial, de la sociedad se configuró y encontró arraigo en la conciencia colectiva, esa forma encontró a la arquitectura preparada para otorgarle su expresión monumental. Siempre se le reconoció a esta arte su poderosa influencia civilizadora, sus obras aportan conscientes el sello que elevó a los sistemas religiosos, sociales y políticos dominantes, o en lucha por su predominio, a la categoría de símbolos. Pero ese nuevo impulso, allí donde había llegado el momento, no surgió de los arquitectos sino de los grandes regeneradores de la sociedad.

La arquitectura no tiene presencia, la muslca no tiene presencia -quiero decir el espíritu de la arquitectura y el espíritu de la música-. La música en este sentido, como en la arquitectura, no favorece un estilo, ningún método, ninguna tecnología. Este espíritu es reconocido como verdadero. Lo que existe es una obra de arquitectura o una obra musical, que el artista.ofrece a su arte en el· santuario de toda expresión, que me gusta llamar la Tesorería de las Sombras, sita en aquel ambiente, luz al silencio, silencio a la luz.

Pero el tiempo moderno no es así, sino que se presenta como una explosión difractada en la que no hay un tiempo único como material con el que podemos construir la experiencia, sino tiempos, tiempos diversos, los tiempos con los que se nos produce la experiencia de la realidad. En la confrontación con y en el intento de entender este problema de la diversificación de los tiempos está toda la lucha del arte del siglo veinte. El tiempo en la experiencia cubista, el tiempo futurista, el tiempo en el dadaísmo, el tiempo en las experiencias formalistas de tipo óptico y gestáltico son expresiones de un tiempo diversificado, yuxtapuesto, que constituye una condición básica de la modernidad. Pero esta condición, por cierto, no siempre fue bien entendida por los maestros de la arquitectura moderna que en muchos casos pensaron que lo que convenía hacer era en un tiempo alejado del centralismo de la visión perspectiva, pero que podía ser un tiempo perfectamente organizado desde el punto de vista lineal, a la manera del encadenamiento de las secuencias cinematográficas.

La impresión de la forma que obtenemos de la apariencia dada y que se encierra en ella como expresión de la forma real, es siempre producto común del objeto, por una parte, y de la iluminación, del entorno y del punto de vista cambiante, por otra. Se opone, por tanto, a la forma real, abstracta e independiente de cambios, como una forma activa.

Asumimos que la forma de vivir en la posguerra es de vital importancia para muchos estadounidenses, y esa es la razón por la que intentamos encontrar al menos una respuesta suficiente para dar una orientación clara a las reflexiones actuales sobre el tema. Está por ver si esa respuesta es la casa del «milagro», pero creemos que después de que todas las brujas hayan agitado el caldo, la casa que saldrá de los vapores será concebida dentro del espíritu de nuestro tiempo, utilizando, en la medida de lo posible, muchas técnicas y materiales nacidos de la guerra que se apartarán mejor a la expresión de la vida del hombre en el mundo moderno. Lo que el hombre ha aprendido sobre sí mismo en los últimos cinco años se expresará, estamos seguros, en la forma en que querrá ser alojado en el futuro. Sólo una cosa podría detener la realización de ese deseo, y esa es la tenacidad con la que el hombre se aferra a los viejos antepasados porque aún no entiende lo nuevo.

Es ilusoria la impresión de que ahora avanzamos más rápido que en el pasado, excepto en lo relativo a la técnica. La técnica sólo es una parte de la arquitectura… Considerando las fases de la arquitectura desde 1750 como si formasen una unidad, y comparando ésta con una unidad anterior de la historia de la arquitectura sin duda igual de arbitraria (la arquitectura del periodo barroco), la rapidez de la evolución apenas parecería haber aumentado, como tampoco esa evolución parecería representar estéticamente nada que pudiese considerarse un progreso absoluto. La cuestión más crucial que permanece abierta hoy en día [1929] en la arquitectura es la de la relación entre la técnica y la expresión estética.

Quede claro que de ahora en adelante utilizaremos la expresión «arquitectura» para designar los fenómenos arquitectónicos propiamente dichos, los de diseño y los de proyección urbanística. De momento dejaremos en suspenso la cuestión de si las definiciones que vamos a dar pueden aplicarse igualmente a cualquier proyecto que modifique la realidad a nivel tridimensional con el fin de permitir el desarrollo de cualquier función vinculada a la vida asociativa (definición que comprende la proyección vestimentaria, como elemento de reconocimiento social y vehículo de convivencia; incluso la proyección culinaria, no como elaboración de objetos para la subsistencia individual, sino como construcción de contextos con función social y connotación simbólica, como el menú, la carta, etc.; en cambio, la definición excluye la elaboración de objetos tridimensionales cuyo fin primario no sea la utilización, sino la contemplación, como las obras de arte o las realizaciones espectaculares, aunque comprenda fenómenos de construcción escenográfica, instrumentales respecto a otras fases de realización espectacular, etc.).

La arquitectura no puede ser considerada de una manera aislada. La arquitectura está siempre en relación con todas las condiciones sociales, económicas y psicológicas que la acompañan, de los cuales representa la expresión artística.

En su forma más generalmente aceptada, el concepto de funcionalismo es suficientemente elástico. Sus principios provienen en igual medida de la arquitectura griega y de la gótica, ya que tanto en el templo como en la catedral la expresión estética se fundamenta en la estructura y la función. En todo estilo original del pasado, lo estético está en relación con lo técnico, e incluso depende de éste.

Por primitiva que haya sido la mimesis en la danza o el canto, en la pintura o en la escultura (y, de hecho, algunas artes consiguen ya en estadios primitivos una mimesis de muy alto nivel), determinaciones decisivas de su objetividad han tenido que ser de carácter estético desde el primer momento. No ocurre así en las primeras satisfacciones de necesidades en el campo de la construcción. Por no hablar ya de las cavernas simplemente descubiertas, no construidas sino, a lo sumo, adaptadas, también las primeras casas construidas se orientan exclusivamente a lograr la utilidad entonces alcanzable, e incluso cuando una construcción así —ya mucho más tarde— recibe una cierta decoración, el efecto es puramente de ornamento, no de elemento de una totalidad arquitectónica. Es claro que en esto se manifiesta una necesidad que más tarde se moverá en esa dirección: se trata de la expresión de una emoción desencadenada por vivencias relacionadas con el edificio y que, como emoción, quiere expresarse e imponerse… Pero esa emoción está al principio promovida sólo por la significación general del edificio para el hombre, y no tiene ningún efecto retroactivo sobre el objeto mismo, sobre su forma.

El tipo de gran ciudad actual debe su origen, en última instancia, al sistema económico del imperialismo capitalista que, por su parte, está estrechamente relacionado con el desarrollo de las ciencias y técnicas productivas… Así la gran ciudad aparece, en primer lugar como una creación del todopoderoso gran capital, una expresión de carácter anónimo, como un tipo de ciudad con unas bases peculiares, tanto socioeconómicas como de psiquismo colectivo, que permite, al mismo tiempo, el mayor aislamiento y la más estrecha unión entre sus habitantes. Un ritmo de vida mil veces más poderoso reprime en ella, con su rápido tempo, todo lo que sea local o individual.

Las emociones que se derivan de la forma y del espacio surgen a partir de confrontaciones directas entre el hombre y del espacio, la mente y la materia. Un impacto emocional arquitectónico está vinculado a una acción, no a un objeto como elemento visual o figurativo. En consecuencia, la fenomenología de arquitectura se basa en verbos más que en sustantivos: el acto de acercarse a la casa, no la fachada; el actor entrar, no la puerta; el acto de mirar por la ventana, no la propia ventana; por el acto de reunirse a la mesa o junto a la chimenea más que esos mismos objetos; todas estas expresiones verbales parecen disparar nuestras emociones.

Altura, anchura y profundidad son palabras que en todas las naciones se aplican tanto al espíritu como a la materia y determinan el carácter de lo moral y de lo visible. Según se desarrolle en el sentido de la altura, anchura o de la profundidad, un edificio nos transmite sentimientos de elevación, de estabilidad o de misterio. Si el monumento se eleva a una gran altura también eleva nuestra alma, y el testimonio más evidente de ello es la identidad de la expresión. Si predomina la anchura y ésta es importante, en seguida nos sugiere la idea de estabilidad, de duración, porque en el orden moral la amplitud de las bases se relaciona con todo lo sólido, resistente y duradero, y esto concierne tanto a la estabilidad de los imperios como de los edificios. Si el edificio tiene una gran extensión en profundidad, sea subterráneo o de superficie, la impresión que nos produce es de terror místico porque la profundidad tiene algo de oscuro e imponente, tanto en la naturaleza como en el pensamiento.

Los diferentes edificios han de manifestar al espectador su destino a través de su disposición, de su estructura, de la manera en que están decorados; y si no lo hacen pecan contra la expresión y no son lo que deben ser.

En la arquitectura, como en un espejo, tratamos de encontrar reflejado el progreso que nuestro propio período ha efectuado hacia una mayor coincidencia de su personalidad, de sus peculiares limitaciones y posibilidades respecto a sus obras y a sus fines. La arquitectura puede ayudarnos a comprender la evolución de este proceso precisamente porque ella se halla íntimamente relacionada con la vida de una época considerada en toda su complejidad. Todo en ella, desde la predilección por ciertas formas, hasta la manera de acercarse a estudiar los problemas esencialmente constructivos que encuentra más naturales, todo refleja las condiciones de la época de la cual deriva. Es el producto de factores de todo género: sociales, económicos, científicos, técnicos y etnológicos. Por más que un período intente mistificarse, su auténtica naturaleza se manifestará a través de la arquitectura, lo mismo si expresa formas de expresión originales que si intenta imitar épocas pasadas.

Así es como podríamos establecer la verdad de vivir con el cuerpo, estableciendo que la anormalidad se siente antes de que el intelecto sea consciente de ello, y a la inversa, que una ruptura de la normalidad golpea el «ojo» o los «sentimientos» -como solemos decir- antes de que el intelecto haya determinado o resida la falla. Se podría objetar que en la contemplación estética, este vivir con no puede ser tomado en cuenta, porque la imitación de la expresión fisonómica humana sólo encuentra su lugar en los momentos de abandono de la voluntad durante los cuales uno se olvida de sí mismo al sumergirse prácticamente en el objeto. Esta objeción sería refutada por esta observación fundamental, que la contemplación estética en sí misma requiere esta falta de voluntad, este abandono de los sentimientos personales. Quien no tenga la capacidad de dejar de pensar en sí mismo de vez en cuando nunca podrá disfrutar de una obra de arte, y mucho menos crearla.

La diferencia entre la expresión artística antigua y la nueva reside precisamente en que, la primera, era el resultado de ver una parte en el todo, mientras que la segunda, es el resultado de ver el todo en una parte. Por supuesto que estoy «todo» no lo tenemos que entender «materialmente», ni según las incontables apariencias externas, ni concretamente, sino abstractamente, según la única ley que domina estas apariencias externas: la ley de la armonía infinita, gracias a la continua superación del uno por lo otro.

No hay estructuras sin significado; la percepción es del cuerpo, no meramente de la mente. Los edificios pueden ser idénticos tipológicamente (villas urbanas o rurales, basílicas paleocristianas o renacentistas), pero su significado es muy diferente. Además, el arte es necesariamente una expresión personal, mucho más que la ciencia y el lenguaje (que, con todo, también son formas de interpretación). Por otro lado, la arquitectura no puede ser un juego privado de combinaciones, un ‘lenguaje formal’ inventado a priori (arquitectura para arquitectos), o una cuestión de simple decoración de estructuras tecnológicas con citas históricas arbitrarias; la dimensión necesariamente trascendental (semántica) del significado no puede ser ignorada.

El cubismo fue, al superar el impresionismo -en el que interviene ya la noción de relación (relación tonal)-, la primera expresión del arte puro, pues rechazó todos los medios auxiliares como: la anécdota, la representación, el símbolo, etc. dirigiéndose. exclusivamente a la expresión de la verdad totalmente a la manera del arte, es decir: por medio de la relación equilibrada de posición y proporción de planos y colores.

Nuestras ciudades y nuestras viviendas son productos tanto de la fantasía como de la falta de fantasía, tanto de la magnanimidad como del egoísmo estrecho. Pero como están hechas de materia dura, actúan igual que las máquinas de troquelar monedas: tenemos que adaptarnos a ellas. Lo cual modifica en parte nuestra conducta, nuestra naturaleza. Hay aquí un círculo que resulta literalmente fatal, un círculo que configura nuestro destino: en las ciudades los hombres crean un espacio vital, así como un campo de expresión dotado de miles de facetas; pero, de rebote, esa forma de la ciudad contribuye también a formar el carácter social de los habitantes.

Hemos definido la dinámica en la arquitectura como la expresión lógica, en forma de movimiento, de las fuerzas inherentes a los materiales de construcción, y como su riesgo en la falta de autodominio que es la propia de la sangre. Y hemos definido la función en la arquitectura como la dependencia espacial y formal respecto de las condiciones previas de índole práctica y material, y como su riesgo en el consabido »vacío de sangre». Hemos mostrado que dos componentes (intelecto y temperamento) son necesarios para el proceso creativo, y que sólo la unión de ambos conduce al dominio sobre los elementos espaciales, es decir, al organismo claro, evidente.

En primer lugar, debemos considerar lo que nuestra época exige en sus proyectos arquitectónicos. Esta tarea implica simultáneamente una crítica de lo que está claro o no con respecto al espíritu de la época; cómo estas empresas se ven impedidas por opiniones y juicios falsos, ignorancia, falta de imaginación y desconfianza de las posibilidades técnicas contemporáneas en las posibles nuevas invenciones y la eliminación de obstáculos; cómo la libertad en estas empresas se ve restringida en los arreglos convencionales, expulsada una y otra vez hasta que el impulso creativo se extingue por completo. En segundo lugar, es necesario revisar el pasado para ver qué es lo que ya se ha descubierto para propósitos similares, y cuál de esas cosas ya perfeccionadas podría ser de utilidad y recibida por nosotros. En tercer lugar, las modificaciones que deben introducirse en esas cosas que se consideran útiles. En cuarto lugar, cómo y de qué manera debemos emplear la imaginación en estas modificaciones para producir algo totalmente nuevo; y cómo debemos tratar estos nuevos inventos para ponerlos en armonía con los antiguos, y elevar no sólo la expresión del estilo en las obras, sino también permitir que el sentimiento de algo totalmente nuevo surja con los sentimientos de estilo del espectador. Aquí surgirá una feliz creación de nuestra época en la que se reconoce tanto la idoneidad estilística como el efecto primitivo. En algunos casos podemos incluso crear el sentido de lo ingenuo y dotar a la obra de un doble encanto.

Es evidente que el progreso técnico tiende a anular cada vez más la forma. Los dínamos de hoy son muy pequeños comparados con las gigantescas máquinas del pasado, y todas las formas técnicas, que los arquitectos intentamos en vano integrar hoy (radiadores, ciertos tipos de tuberías, etc.), según mi firme creencia desaparecerán o se harán tan pequeñas, que como formas ya no tendrán ningún significado relevante. No tiene sentido, por tanto, estabilizar de ningún modo su forma como referente artístico, para volver a caer en el error del liberty, que pretendía obtener una expresión decorativa universalmente válida para la arquitectura a partir de las formas excesivamente transitorias de la técnica.

En un trabajo acabado la frialdad será más notoria que en otro; al ir acabando sus obras los hombres se enfrían y se cansan; si es el pulimento lo que debe producir la perfección y si ésta no puede alcanzarse más que con la ayuda del papel de lija, más vale servirse directamente del torno mecánico. Pero si el buen acabado no es más que la expresión completa de la impresión deseada, el acabado perfecto es la expresión de una impresión viva y bien deseada. Me parece que no se comprende suficientemente que la escultura no consiste en tallar una forma en piedra sino en tallar el efecto.

El gran dilema de la arquitectura parece consistir en que los más importantes arquitectos se muestran preocupados por convertirse en estilistas o bien en exhibicionistas de la estructura; pero, como lo indica la tradición funcional, hay una expresión arquitectónica que ofrece una alternativa distinta a la del estilo o la estructura. La misma consiste en la expresión de los volúmenes de los diversos locales, en relación directa con cada uno de los elementos que determinan la composición plástica del edificio.

Pero la arquitectura es necesariamente compleja y contradictoria por el hecho de incluir los tradicionales elementos vitrubianos de comodidad, solidez y belleza. Y hoy las necesidades de programa, estructura, equipo mecánico y expresión, incluso en edificios aislados en contextos simples, son diferentes y conflictivas de una manera antes inimaginable. La dimensión y escala creciente de la arquitectura en los planeamientos urbanos y regionales aumentan las dificultades. Doy la bienvenida a los problemas y exploto las incertidumbres. Al aceptar la contradicción y la complejidad, defiendo tanto la vitalidad como la validez.

La obra de arte se convierte ante todo en verdadera expresión de nuestra relación con la naturaleza tal y como, conforme a sus leyes, se configura en nuestra representación espacial. La aprehensión que nace dela conciencia de que nuestra relación con la naturaleza y su forma real abstracta sólo mediante ella accede a la apariencia, de que captamos la imagen creada como una relación y un producto activos, esa aprehensión es la artística.

Hemos llegado a descubrir que muchas de las cosas que responden a la satisfacción de un fin puramente práctico ya están dotadas de una forma, pues presentan una perfecta adecuación a nuestras exigencias expresivas. Que en buena parte las cosas configuradas de acuerdo con la satisfacción de nuestras necesidades prácticas se corresponden tanto más con exigencias expresivas cuanto más satisfacen los puros requerimientos prácticos. Y que la expresión de esos objetos se corresponde con la aparición de una nueva espiritualidad [eine neue Geistigkeit]. Nuestra voluntad de expresión la hemos reconocido en las máquinas, los barcos, los automóviles, los aviones y otros mil aparatos e instrumentos. De manera que, con este descubrimiento, comienza un nuevo capítulo en la historia del proceso de definición formal [Gestaltwerdung] de los objetos.

La historia del arte de la construcción es la historia de la sensación espacial y con ello, consciente o inconscientemente, un componente fundamental en la historia de la contemplación del mundo. Hoy en día, como siempre, la verdadera expresión artística de nuestra propia sensación espacial será recibida con placer y disfrutada con gratitud en todos aquellos lugares imperecederos donde el trabajo de nuestra civilización continúa hacia el recogimiento doméstico y el refugio acogedor de nuestras vidas privadas.

Cada materia tiene su propia forma de expresión, y ningún material puede tomar para si la forma de otro material. Porque las formas se han hecho a través de la utilidad y de la fabricación de cada material, se han hecho con el material y a través del material. Ningún material permite una intromisión en su círculo de formas. El que osa hacerlo es marcado por el mundo como falsificador. Y el arte no tiene nada que ver con la falsificación, con la mentira. Sus caminos están llenos de espinas, pero limpios.

¿Puede un hogar ser una expresión arquitectónica? Quizás la idea de hogar no sea en absoluta una noción propia de la arquitectura, sino de la sociología, la psicología y el psicoanálisis. El hogar es una vivienda individualizada, y el significado de esa sutil personalización parece hallarse fuera de nuestro concepto de arquitectura. La casa es el contenedor, la cáscara, de un hogar. Es el usuario quien alberga la sustancia del hogar, por decirlo de algún modo, dentro del marco de la vivienda. El hogar es una expresión de la personalidad de la personalidad del habitante y de sus patrones de vida únicos. En consecuencia, la esencia del hogar es más cercana a la vida misma que al artefacto de la casa.

La división engañosa entre arquitectura racional e intuitiva, entre arquitectos científicos y artísticos, entre funcionalismo, metodologías tipológicas o formalismo y todo tipo de expresionismo, ha determinado solo los dos últimos siglos de arquitectura. Esta profunda ruptura fue el resultado inevitable de una visión del mundo que planteó la separación absoluta de los reinos objetivo y subjetivo de la realidad humana. De hecho, antes de finales del siglo dieciocho, los arquitectos no tenían que elegir entre dos opciones irreconciliables. Fue con el trabajo de Durand, cuando los arquitectos comenzaron a percibir el dilema que aún les afecta hoy.

El predominio de las señales sobre el espacio se da a escala peatonal en los grandes aeropuertos. La circulación en una gran estación de ferrocarril requería poco más que un sencillo sistema axial que llevaba del taxis al tren, pasando la v:ntanilla de los billetes, la consigna, la sala de espera y el anden, todos prácticamente sin señalizar. Los arquitectos se oponen a las señales en los edificios: «Si la planta es clara, se sabe a donde ir». Pero los programas y los montajes complejos requieren combinaciones complejas de medios, más allá de la purísima tríada arquitectónica de la estructura, la forma y la luz al servicio del espacio. Sugieren una arquitectura de comunicación vigorosa más que una arquitectura de expresión sutil.

El pliegue infinito separa, o pasa entre la materia y el alma, la fachada y la habitación cerrada, el exterior y el interior. Pues la línea de inflexión es una virtualidad que no cesa de diferenciarse: se actualiza en el alma, pero se realiza en la materia, cada cosa en su lado. Ese es el rasgo barroco: un exterior siempre en el exterior, un interior siempre en el interior. Una «receptividad» infinita, una «espontaneidad» infinita: la fachada exterior de recepción y las cámaras interiores de acción. La arquitectura barroca hasta nuestros días no cesará de confrontar dos principios, un principio sustentador y un principio de revestimiento (unas veces Gropius y otras Los). La conciliación de ambos no será directa, sino necesariamente armónica, inspirando una nueva armonía: lo mismo expresado, la línea, se expresa en la elevación del canto interior del alma, por memoria o de memoria, y en la fabricación extrínseca de la partitura material, de causa en causa. Pero precisamente lo expresado no existe fuera de sus expresiones.

El arte, tal como ya indica la propia palabra, es un talento, es una aptitud que, elevada por unos pocos elegidos hasta la perfección, otorga a la belleza una expresión perceptible. Si esta expresión es percibida por el ojo humano. Dicha aptitud se denomina “Arte Plástico”. De entre las diferentes artes plásticas, la pintura y la escultura buscan siempre sus modelos en la naturaleza, mientras que la arquitectura se basa directamente en la fuerza creativa del hombre y sabe ofrecer sus obras como creaciones completamente nuevas. El suelo más fructífero para la semilla de esta nueva creación se encuentra en la propia vida de los hombres, de quienes nace la tarea que ha de resolver el arte, por mediación de los artistas. Esta tarea, de saber reconocer con acierto las necesidades de la humanidad, es la primera condición fundamental para el éxito de las obras de un arquitecto.

Cuando se habla de las tendencias a la e:x;presión y a la correlación en las formas naturales, es evidente que dichas tendencias no son independientes, sino que constituyen dos fases del mismo proceso: el proceso que conduce al orden orgánico. En otros términos, ambos principios, el de expresión y el de correlación, no funcionan independientemente, sino que derivan del principio tutor del «orden orgánico» que es, en verdad, el principio mismo de la arquitectura del universo, rector de todas las manifestaciones naturales.

El contraste en el que el objeto se encuentra en su entorno participa en su caracterización. Según se fijan en nosotros las distintas situaciones con la representación del objeto, se fijan también en nuestra representación determinados acentos que caracterizan la forma real. Podemos hablar de un acento excepcional y uno normal, de uno casual y otro típico, en atención a las exigencias del efecto que se hayan fijado en nuestra representación en el cambio. El artista, en virtud de su talento, enriquece nuestra relación con la naturaleza, llevando a la forma real a situaciones que la dotan de un nuevo acento normal. / Cuanto más normales y típicos son los acentos en una obra de arte, ésta posee un significado más objetivo. Pues, en oposición a la mera forma real, se ha ampliado el contenido de lo que nosotros hemos llamado representación de la forma, hasta tal punto que nos imaginamos un complejo de representaciones de movimiento en un papel espacial activo. Y, asimismo, con ese contenido también hemos ampliado las demandas que exigimos a la apariencia en cuanto expresión de la naturaleza espacial y plástica.

La ambigüedad intencionada de la expresión se basa en el carácter confuso de la experiencia, reflejado en el programa arquitectónico. Favorece más la riqueza de significado que la claridad y significado.

Donde existe únicamente un estilo, cada expresión individual brota orgánicamente de él, ésta no tiene que buscarse primero su raíz, lo general y lo personal coinciden sin conflictos en su actividad . Lo que envidiamos en la antigua Grecia y en algunas épocas de la Edad Media es su unicidad; su falta de problemática se basa en no cuestionar la base general de la vida, o sea, el estilo que conformaba su relación con cada producción de una forma más sencilla y menos contradictoria de lo que es hoy para nosotros, que disponemos en todas las áreas de un gran número de estilos, con lo que la actividad individual, el comportamiento, el gusto se encuentra, por decirlo así, en una relación opcional con el fundamento amplio, con la ley general, pero al mismo tiempo la necesita.

Los monumentos son expresión de las más altas necesidades culturales del hombre. Están destinados a satisfacer el ansia eterna del pueblo por traducir en símbolos su fuerza colectiva. Los monumentos realmente vivientes son los que dan expresión a esa fuerza colectiva.

Existe el estilo absoluto, en el arte, y el estilo relativo. El primero domina toda concepción, y el segundo se modifica según el destino del objeto. El estilo que conviene a una iglesia no será adecuado para una vivienda privada: ese es el estilo relativo; pero una casa puede mostrar la huella de una expresión de arte (como un templo o un cuartel) independiente del objeto y perteneciente al artista o, más bien, al principio que ha tomado como generador: ese es el estilo.

En los límites de la óptica funcional, para asegurar una correspondencia característica entre la función y el espacio, no basta con identificar la función, sino que es preciso identificar también el espacio correspondiente. Los pasos graduales necesarios para abocar a este género de correspondencia han sido uno de los principales rasgos de nuestra manera funcional de abordar el problema. Materializar esta relación equivale a materializar la relación funcional interna entre el fin y los medios. Si bautizamos esta trama como unidad funcional, descubrimos que constituye uno de los elementos necesarios para la edificación de una ciudad. En el interior de esta unidad funcional vemos que el espacio y la forma confieren una expresión particular a las individualidades funcionales. Sin embargo, cuando el contenido funcional se tiñe de metafísica, la expresión individual está marcada a veces por el simbolismo.

Este proceso de la construcción urbana -por medio del planeamiento urbano- debe introducir un orden orgánico en las comunidades urbanas, y mantenerlo vivo continuamente durante el crecimiento de estas comunidades… No es necesaria una complicada manipulación del microscopio para descubrir en la vida orgánica dos fenómenos; la existencia de células individuales, y la correlación de las mismas en el tejido celular. Por sí sola, esta revelación puede parecer insignificante; sin embargo, es asombroso comprobar que todo el universo, desde lo microscópico hasta lo macroscópico, está constituido por esta doble tendencia, de los individuos como tales y de su correlación en un todo. Además, aprendemos que la vitalidad en todo organismo vivo depende, en primer lugar, de la vitalidad del individuo, y en segundo lugar en la cualidad de la correlación. En consecuencia deben existir dos principios fundamentales relativos a las dos cualidades, mencionadas, de manera de impulsar y mantener la vitalidad en el curso de los fenómenos vitales. De hecho, Por un estudio más minucioso de los procesos naturales, percibiremos dos principios fundamentales: «Expresión» y «Correlación», según el primero, las formas individuales son la expresión verdadera del sentido que ellas encierran; y el segundo surge de la agrupación de las formas individuales en correlación orgánica.