cerrado

En su aplicación más apropiada, el aspecto característico del hierro es, pues, la transparencia; más lo abierto que lo cerrado. Su valor arquitectónica reside, por tanto, en la expresión del vacío y no en la de lo lleno, es decir, en la creación de una oposición al cerramiento del plano de la pared y no en la extensión homogénea de estas superficies.

En la mayoría de los casos vivimos en espacios cerrados. Estos constituyen el ambiente en que crece nuestra cultura. Nuestra cultura es en cierta medida un producto de nuestra arquitectura. Si queremos elevar el nivel de nuestra cultura, estamos obligados, para bien o para mal, a transformar nuestra arquitectura. y esto nos será solamente posible si ponemos fin al carácter cerrado de los espacios en que vivimos. Pero esto sólo lo podremos hacer por medio de la introducción de la arquitectura de cristal, que dejará entrar en nuestras viviendas la luz solar y la luz de la luna y de las estrellas, no por un par de ventanas simplemente, sino, simultáneamente, por el mayor número posible de paredes completamente de cristal, de cristales coloreados. El nuevo ambiente que crearemos de este modo nos debe aportar una cultura nueva.

La obra de arte es un todo activo y cerrado, que tiene su razón en sí y por sí misma, presentándose como una realidad existente por sí misma frente a la naturaleza. En la obra de arte, la forma real solo existe como realidad activa. La obra de arte, al concebir la naturaleza como una relación de representaciones de movimiento e impresiones parciales, la libera para nosotros del cambio y del azar.

Diré sencillamente que considero la forma como un signo preciso que se coloca en la realidad y que da la medida de un proceso de transformación. Así, la forma arquitectónica es algo cerrado y completo, una vez más vinculado estrechamente a un enunciado lógico. En este sentido, creo que forma y signo son, por ejemplo, los acueductos romanos, que precisamente modifican un determinado tipo de realidad y definen la imagen que tenemos de aquella realidad.

La arquitectura conoce dos posibilidades fundamentales de configuración del espacio: el cuerpo cerrado, aislado en su espacio interior, y el cuerpo abierto, que circunda un sector del espacio unido al continuo ilimitado. La extensión del espacio puede hacerse visible mediante cuerpos colocados abiertamente o bien alineados, tales como forjados o pilares.

Normalmente vivimos en espacios cerrados. Éstos constituyen el entorno en el cual se gesta nuestra cultura. En cierto sentido nuestra cultura es un producto de nuestra arquitectura. Si queremos elevar el nivel de nuestra cultura estamos obligados en cualquier caso a modificar nuestra arquitectura. Y esto sólo nos será posible en la medida en que eliminemos el carácter cerrado de los espacios en que vivimos. Ellos sólo será posible mediante la introducción de la arquitectura de vidrio, que permite la entrada de la luz solar y de la luz de la luna y de las estrellas no sólo a través de un par de ventanas, sino simplemente a través de paredes enteras de cristal, de vidrios de color. El nuevo entorno que crearemos necesariamente traerá consigo una nueva cultura.

En el estado actual de la evolución de la sociedad, considero que es inconcebible construir casas, ciudades, según los planos, incluso a escala de una fracción pequeña de territorio, según las rutinas, que son la de los constructores y fortalezas medievales. En efecto, la arquitectura llamada contemporánea, que de tiempo en tiempo se considera como algo audaz, emplea materiales semejantes a los de nuestros lejanos antepasados: volúmenes, planos vacíos de rigor. Estos materiales están acabados. Convenían a una topología primaria, basada sobre las leyes de la jungla. Abrigado contra las intemperies o contra los otros humanos, conjunto de refugios al abrigo de otros conjuntos. Esta es una topología del miedo, una topología de circuito cerrado, a más o menos vencimiento, que domina todavía el campo de la arquitectura. La nueva topología que propongo es una topología abierta, una topología de la confianza, si no del amor en el sentido más noble del término. Es preciso acabar con los refugios, con los conjuntos de refugios. Deben ser reemplazados por células abiertas, por estructuras rítmicas en el tiempo y en el espacio.

El objetivo era que toda la energía, que se ha cristalizado en la nueva pintura, repercutiera en la arquitectura. Pero no las nuevas formas introducidas (por ejemplo, cuadrados), sino las fuerzas vaciadas para la construcción de un cuerpo nuevo. Uno debe dejarse seducir lo menos posible por el elemento primario de la pintura: el color. Se trata de la ordenación del espacio por medio de la línea, de los planos, volúmenes. Ningún cuerpo singular cerrado al exterior, sino relaciones y parentescos. Lo abierto, cuerpos que se originan por el movimiento, por el tráfico y en el tráfico. Construcciones nuevas. Exigencia de materiales nuevos, pero ningún fetichismo de los materiales. Bajo el control de un concepto: utilidad.

Pero, ¿no ha sido siempre intención de toda arquitectura desde el despertar de la cultura entre los hombres, más allá de la creación de un simple bloque, tender a la configuración del espacio? La arquitectura es en realidad un arte subordinado a un fin determinado y este fin ha sido siempre, en realidad, el de formar espacios cerrados en cuyo interior el hombre pudiese disfrutar de libertad de movimientos. Pero, según nos enseña la misma definición, la tarea de construir se divide en dos partes complementarias e interdependientes que, precisamente por eso, se hallan recíprocamente en clara situación de contraste: la creación del espacio -cerrado- en cuanto tal y la creación de los límites del espacio. Así, desde un principio se abría a la voluntad artística del hombre la posibilidad de realizar una parte de su tarea a expensas de la otra. Las delimitaciones del espacio podían sobrecargarse hasta tal punto que la obra arquitectónica se transformara en una obra clásica. Por otra parte se podían desplazar los límites del espacio tanto como para suscitar en el espectador el pensamiento de la inconmensurabilidad y de la inmensidad del mismo.

Es válido enfocar el problema de la tradición en arquitectura como el estudio de una disciplina arquitectónica autónoma: una disciplina que incorpora dentro de sí un conjunto de normas estéticas y resulta de la acumulación histórica y cultural, de la cual toma su significado. Pero estos valores estéticos ya no se pueden ver como constituyentes de un sistema cerrado de reglas o representantes de una ley natural fija y universal. […] Si los arquitectos de hoy tienden hacia la investigación de las condiciones materiales de la producción artística del pasado, deben de ser conscientes de la transformación de la tradición ocasionada por dichas condiciones.