objeto
Cualquier sistema se construye sobre axiomas que quedan siempre abiertos para un análisis ulterior. La forma de un sistema pasa a ser el contenido del sistema inmediato superior, y así sucesivamente. Esta regresión no preocupa al matemático o al físico, pues lo que le importa es la auto-coherencia del sistema que ha elegido como objeto de estudio. Pero sí debe preocupar al filósofo, al científico social y al diseñador, y a cualquier discurso que se ocupe de los sistemas de significación afines al lenguaje que se usan normalmente en la sociedad. En estos sistemas son inevitables los juicios de valor. Si un valor es relativo, ha de serlo respecto a algo, y ese algo tiene que ser también un valor.
El futuro arquitecto deberá tener una educación clásica. En efecto, puede ya fijarse la condición que, entre todas las profesiones, el arquitecto exige la más rigurosa instrucción clásica. Pero también, para ajustarse a las necesidades materiales de su tiempo, tiene que ser un hombre moderno. Y no solamente debe conocer con exactitud las necesidades culturales de su tiempo, sino que él mismo tiene que estar en la cúspide de esa cultura. Pues tiene en su poder la capacidad de cambiar la fisonomía de determinadas formas culturales y costumbres, dependiendo de la disposición que le dé a una planta o de la configuración que le otorgue a los objetos de uso. De esa forma nunca dirigirá la cultura hacia abajo, sino hacia arriba.
La formación de una teoría de la proyección constituye el objeto específico de una escuela de arquitectura, y su prioridad, por encima de cualquier otra investigación, es incontestable. Una teoría de la proyección representa el momento más importante, fundamental, de toda arquitectura, y por ello un curso de teoría de la proyección debería colocarse como eje principal de las escuelas de arquitectura.
El contraste en el que el objeto se encuentra en su entorno participa en su caracterización. Según se fijan en nosotros las distintas situaciones con la representación del objeto, se fijan también en nuestra representación determinados acentos que caracterizan la forma real. Podemos hablar de un acento excepcional y uno normal, de uno casual y otro típico, en atención a las exigencias del efecto que se hayan fijado en nuestra representación en el cambio. El artista, en virtud de su talento, enriquece nuestra relación con la naturaleza, llevando a la forma real a situaciones que la dotan de un nuevo acento normal. / Cuanto más normales y típicos son los acentos en una obra de arte, ésta posee un significado más objetivo. Pues, en oposición a la mera forma real, se ha ampliado el contenido de lo que nosotros hemos llamado representación de la forma, hasta tal punto que nos imaginamos un complejo de representaciones de movimiento en un papel espacial activo. Y, asimismo, con ese contenido también hemos ampliado las demandas que exigimos a la apariencia en cuanto expresión de la naturaleza espacial y plástica.
La palabra ‘tipo‘ no representa tanto la imagen de una cosa a imitar perfectamente, como la idea de un elemento que debe, él mismo, servir de regla al modelo… El modelo, entendido según la ejecución práctica del arte, es un objeto que se debe repetir tal como es. El tipo es, por el contrario, un objeto según el cual cada uno puede concebir obras que no se asemejen nada entre sí. Todo es preciso y dado en el modelo; todo es más o menos vago en el tipo.
La impresión de la forma que obtenemos de la apariencia dada y que se encierra en ella como expresión de la forma real, es siempre producto común del objeto, por una parte, y de la iluminación, del entorno y del punto de vista cambiante, por otra. Se opone, por tanto, a la forma real, abstracta e independiente de cambios, como una forma activa.