Alan Colquhoun

El hecho de que la historia no pueda considerarse como determinada y teleológica en ningún sentido ordinario, deja abierta a la cuestión la historicidad de toda producción cultural, por una parte, ya la naturaleza cumulativa y normativa de los valores culturales, por otra. Difícilmente cabe esperar volver a una interpretación clásica de la historia en la que una ley natural universal sea la a prioridad fija con la que medimos todos los fenómenos culturales. […] Hoy, nuestro conocimiento del pasado ha aumentado considerablemente, pero es un campo de especialistas y es igual y opuesto a la ampliamente extendida ignorancia y vaguedad existentes en torno a la historia en nuestra cultura. Cuanto más objetivo se vuelve nuestro conocimiento del pasado, menos se puede aplicar el pasado a nuestro tiempo. El uso del pasado para suministrar modelos para el presente depende de la distorsión ideológica del primero; y todo el esfuerzo de la historiografía moderna va encaminado a eliminar estas distorsiones. En este sentido, la historiografía moderna es el descendiente directo del historicismo. Y, como tal, está consagrada a una visión relativista del pasado y se resiste al uso de la historia para la obtención de modelos directos.

La arquitectura es una forma de conocimiento por la experiencia. Pero es precisamente este elemento de conocimiento profundo y experiencia lo que falta hoy día. Cuando intentamos recuperar el pasado en arquitectura, cruzamos un abismo: el abismo de finales del siglo XIX y principios del XX, durante el cual desapareció por completo el poder del estilo arquitectónico para comportar significados definidos. El eclecticismo moderno ya no es ideológicamente activo como lo era en el siglo XIX. Cuando hoy en día revivimos el pasado, tendemos a expresar sus connotaciones más triviales y generales; lo que solemos evocar es meramente el ‘carácter pasado‘ del pasado.

La arquitectura nunca aparece como un sistema combinatorio neutro. Los ‘fonemas’ y ‘morfemas’ de la arquitectura (términos que sólo podemos utilizar metafóricamente) son motivados y comportan una significación potencial. ¿Qué puede haber más motivado que una función, un método estructural o unas formas en el espacio? Si queremos ser tan rigurosamente positivistas como Saussure lo fue respecto al habla, habremos de admitir que la arquitectura no puede reducirse a una colección de elementos arbitrarios. La arquitectura moderna intentó reducir sus elementos a lo que era esencial, pero no a unidades arbitrarias como las que aparecen en el análisis lingüístico. En el estudio del lenguaje la reducción es puramente formal, y no altera nuestra forma de hablar. En arquitectura, la reducción supone una reforma y pretende reconstituir la significación arquitectónica.

Es válido enfocar el problema de la tradición en arquitectura como el estudio de una disciplina arquitectónica autónoma: una disciplina que incorpora dentro de sí un conjunto de normas estéticas y resulta de la acumulación histórica y cultural, de la cual toma su significado. Pero estos valores estéticos ya no se pueden ver como constituyentes de un sistema cerrado de reglas o representantes de una ley natural fija y universal. […] Si los arquitectos de hoy tienden hacia la investigación de las condiciones materiales de la producción artística del pasado, deben de ser conscientes de la transformación de la tradición ocasionada por dichas condiciones.

Cualquier sistema se construye sobre axiomas que quedan siempre abiertos para un análisis ulterior. La forma de un sistema pasa a ser el contenido del sistema inmediato superior, y así sucesivamente. Esta regresión no preocupa al matemático o al físico, pues lo que le importa es la auto-coherencia del sistema que ha elegido como objeto de estudio. Pero sí debe preocupar al filósofo, al científico social y al diseñador, y a cualquier discurso que se ocupe de los sistemas de significación afines al lenguaje que se usan normalmente en la sociedad. En estos sistemas son inevitables los juicios de valor. Si un valor es relativo, ha de serlo respecto a algo, y ese algo tiene que ser también un valor.

La unicidad de nuestra cultura, que es producto de la evolución histórica, debe reconciliarse con el hecho palpable de que opera dentro de un contexto histórico y contiene dentro de sí misma su propia memoria histórica.