El arquitecto, al componer, ha de valorar especialmente el efecto perspectivo, es decir, ha de organizar la silueta, el reparto volumétrico, el vuelo de la cornisa, la plasticidad del perfil y de la ornamentación, etcétera, de manera que, desde un punto de vista, aparezcan con el énfasis adecuado. Naturalmente, este punto siempre será aquel desde el que se contemple la obra con mayor frecuencia, de manera más natural y sencilla. Casi todos los monumentos artísticos revelan la gran importancia que concedieron sus autores a este aspecto.
El suprematismo ha relegado al infinito el vértice de la pirámide visual propio de la perspectiva. Ha desfondado «da azul pantalla del cielo». Como color del espacio no ha elegido solamente el rayo azul del espectro, sino la unidad total, el blanco. El espacio suprematista puede ser configurado sea. hacia adelante, hacia fuera de la superficie, o bien en profundidad. Si definimos la superficie del cuadro como cero, podemos llamar a la dirección en profundidad – (negativo) y a la que se proyecta hacia adelante + (positivo)o viceversa. Vemos que el suprematismo despeja la ilusión del espacio perspectivo tridimensional o crea la última ilusión del espacio irracional, con infinitas posibilidades de ampliación en profundidad y hacia el primer plano.