Dom Hans van der Laan

Si queremos medir un gran volumen con forma de bloque con una unidad en forma de bloque, tenemos que medir tres veces consecutivas. Primero podemos medir con la unidad un volumen con forma de barra, después con ese volumen de barra una forma de placa y por último con ese volumen de placa el gran volumen con forma de bloque. Conocemos pues la magnitud del volumen a través de su triple relación con la unidad, es decir por su altura, longitud y anchura. Las tres son relaciones lineales con una de las dimensiones de la unidad de volumen. La magnitud del volumen como tal escapa a nuestro conocimiento.

Tenemos que considerar el espacio arquitectónico, que nace de modo artificial entre paredes, como una especie de vacío dentro del espacio natural. Las paredes alejadas entre sí extraen en cierto modo ese vacío del lleno homogéneo del espacio natural y lo mantienen dentro de él como una burbuja en el agua.

La línea puede aparecer solamente en la realidad tridimensional cuando dos delimitaciones planas de un volumen macizo se encuentran. El escuadre de la forma arquitectónica de la pared es por lo tanto el procedimiento indicado para anular el conflicto de la cuantidad. La línea recta se ofrece entonces como la delimitación de los planos. que son los mismos que delimitan el volumen. Y cuando se han hecho visibles de esta manera por medio de líneas las tres dimensiones -altura. longitud y anchura-o entonces la medida de esas líneas puede llevarnos indirectamente al conocimiento de la magnitud del volumen. Como el espacio de la naturaleza se hace habitable por el espacio arquitectónico y este último se hace visible e imaginable por la forma de la pared, así se revela por fin a nuestra inteligencia la cuantidad de esa forma por medio de la delimitación lineal de su superficie. Debemos hablar aquí de magnitud arquitectónica.

En la formación del espacio el lleno rodea por tanto a un vacío; en la experiencia espacial, al contrario, el lleno se sitúa en medio de un vacío.

Cada imagen espacial contiene su propia negación, a la que hemos llamado vacío. En un caso es un ‘vacío del espacio natural‘ en otro un ‘vacío del espacio de experiencia‘. Con la fusión se anulan ambas negaciones y nacen ambos términos positivos, el binomio dentro-fuera. El dentro deja de ser un vacío, una negación del espacio natural, sino algo que tiene una valoración positiva por su coincidencia con nuestro espacio de experiencia. El fuera tiene ahora también valor positivo: ya no es un vacío inhóspito, la negación de nuestro espacio de experiencia, que somos incapaces de referir a nuestra existencia, sino un entorno natural enteramente referido a la casa, que guarda dentro de sus paredes nuestro espacio de experiencia.

El espacio arquitectónico toma su delimitación del macizo de la pared, que desde fuera acota el espacio exterior. Por contra, el espacio que experimentamos y que nos envuelve, viene definido por el uso de nuestras facultades diversas que hacen que determinemos sus límites desde dentro. El primer espacio se presenta como un, ‘espacio-cáscara’, porque la delimitación se establece por una cáscara exterior de paredes macizas, mientras que el segundo espacio se presenta como un ‘espacio nuclear’, porque nuestra presencia determina la delimitación desde el núcleo.

Tanto el macizo como el espacio deben su forma a la limitación, pero la limitación del espacio cercado depende enteramente de la del macizo. Las paredes se hacen, pero el espacio interior nace. Por esta dependencia del espacio con respecto a la pared, la forma del espacio puede quedar como si se colocara justo aliado de la forma del macizo, a pesar de que toda forma necesita para su existencia un entorno inmediato amorfo. El secreto es que la forma del macizo se genera por la correspondencia entre dos planos opuestos, mientras que la forma del espacio se genera por la correspondencia entre las formas opuestas de las paredes.

Tenemos que ver el espacio arquitectónico como un complemento del espacio natural, con lo que se supera el conflicto entre el espacio natural y el espacio de nuestra experiencia. Del mismo modo que la sandalia, que atamos a nuestro pie, supera el conflicto entre la tierra áspera y nuestro delicado pie. Las sandalias y la ropa en general completan el cuerpo humano; la casa completa el espacio natural. Este enriquecimiento del espacio natural con el espacio arquitectónico, produce la imagen espacial de la naturaleza, que puede armonizar con la imagen del espacio de nuestra experiencia. Ambas imágenes espaciales pueden sintonizarse de tal manera que cada una de ellas se convierta en el complemento perfecto de la otra, de tal modo que forman un todo. Nuestro espacio de experiencia se integra así enteramente en el espacio de la naturaleza.

Tenemos aún una tercera manera para entrar en contacto con el hecho espacial, porque el intelecto quiere informarse sobre la extensión espacial, y esto sucede por su cuantidad. La casa debe ejercer también aquí su función intermediaria: está precisamente hecha para ello, porque tiene que conciliarnos completamente con el espacio natural, tanto en el sentido corporal como en el sentido sensorial e intelectual. Del mismo modo que aprendemos el paso del tiempo por medio de todo lo que ocurre en el tiempo, así medimos también la extensión del espacio por medio de todo lo que está situado en él y asilo conocemos.