Nicolas Le Camus de Mézières

Por lo que respecta a los objetos inanimados, la forma nos los hace a unos lisonjeros, desagradables a otros. Una flor encanta a los ojos, una dulce simpatía nos atrae, la disposición de sus partes nos seduce. ¿Por qué las producciones del Arte de que trato no han de tener la misma ventaja? Una construcción fija nuestras miradas por su masa. Su conjunto nos atrae o nos sosiega. Al examinar un monumento experimentamos distintas sensaciones opuestas las unas a las otras: allí alegría, aquí melancolía. Una concentra nuestra alma en el recogimiento, otra la lleva a la admiración, la retiene en el respeto, etc. ¿Cuáles son las causas de esos diferentes efectos? Descubrámoslas si es posible; su existencia no ofrece duda alguna. ¡Cuánto más sensible/»>sensible se mostrará la Arquitectura si la conjugamos con la Pintura y la Escultura! ¿Quién podrá entonces resistir esa triple magia cuyos prestigios hacen experimentar al alma casi todos los sentimientos y sensaciones conocidas?

La armonía es el primer: móvil, el de mayores efectos y tiene el derecho más natural sobre nuestras sensaciones; las artes que se basan en ella proporcionan a nuestra alma una sensación más o menos deliciosa.

Son, por lo tanto, las disposiciones de las formas, su carácter, su conjunto, aquello que constituye el-fondo inagotable de nuestras sensaciones. Es de este principio del que cabe partir cuando, en Arquitectura, se pretende producir sentimientos, cuando se quiere hablar al espíritu, emocionar al alma y no contentarse con colocar piedra sobre piedra e imitar al azar disposiciones y ornamentos convencionales o copiados irreflexivamente. La intención motivada en el conjunto, las proporciones y el buen acuerdo de las distintas partes producen las sensaciones.

La analogía de las Proporciones de la Arquitectura con nuestras sensaciones da lugar a una serie de reflexiones que establecen la Metafísica de la que depende el progreso de aquel Arte. Hemos intentado evitar el aparato escolástico y todo aquello que afecte a la sutileza de los razonamientos, evitando la sequedad de los Principios y proyectando, en la medida de lo posible, un colorido agradable mediante comparaciones, descripciones y ejemplos. Tales son las leyes que nos hemos prescrito en esta obra. Los detalles en los que nos hemos adentrado se extienden hasta las distintas distribuciones de los edificios. Hemos hablado de los caracteres que corresponden a cada lugar, a cada pieza de una casa, sin olvidar aquello que es propio y conveniente respecto al estado de las personas que deben habitarla.

La Música, ese Arte divino que nos cautiva, tiene la más íntima de las relaciones con la Arquitectura. Se trata de las mismas consonancias, las mismas proporciones. Según la fábula, la Ciudad de Tebas fue construida a los sones de la Lira de Anfión. Esta ficción nos enseña como mínimo que los antiguos sentían cuánto la Arquitectura está relacionada con la armonía, la cual no es otra cosa que la conveniencia de las distintas partes para formar un todo relativo. La Arquitectura es verdaderamente armónica.

Hasta aquí se ha trabajado a partir de las proporciones de los cinco Órdenes de Arquitectura empleados en los antiguos edificios de Grecia y de Italia: es un modelo precioso no se podía proceder de un modo más acertado. Pero ¡cuántos artistas sólo han empleado estos Órdenes de un modo maquinal, sin alcanzar las ventajas de una combinación que puede hacer un todo caracterizado, capaz de producir ciertas sensaciones! Estos artistas no han sabido concebir de un modo más feliz la analogía y relación de esas proporciones con los sentimientos del alma.