No hay arte más difícil de refinar que la arquitectura, pues en ningún arte la forma está tan condicionada por la materia como en éste. No hay ningún arte en el que se haya conservado durante siglos tanta tradición formal externa como en la arquitectura. No sabe destruir para reconstruir mejor: siempre evoluciona, nunca revoluciona. En ella nunca se ha llegado a la destrucción de la forma externa; aún cuando sea necesaria por el cambio perpetuo de las circunstancias que determinan la forma. El Renacimiento se construyó sobre el Gótico, el Gótico sobre el Románico el Románico sobre el arte Bizantino, etc., y lo que constituye: el propio ser de la arquitectura: el equilibrio entre el juego de fuerzas de carga y soporte, tracción y compresión, acción y reacción, nunca ha sido expresado a lo largo de los siglos de una manera pura, sino siempre de una manera velada, envuelto en revestimientos fantásticos.