Ebenezer Howard
Ahora bien, hay pocos objetos que el pueblo guarde tan celosamente como sus parques y espacios abiertos; y pienso que uno puede sentirse confidente de que la gente de la ciudad jardín no permitirá, ni por un momento, que sea destruida la belleza de su ciudad por el proceso de crecimiento. Pero se puede argumentar -si esto es verdadero-, ¿no podrán los habitantes de la ciudad jardín ser tachados de egoístas si impiden el desarrollo de la ciudad y, de este modo, privan a otros del goce de sus ventajas? De ninguna manera. Existe una alternativa brillante, aunque se haya pasado por alto hasta ahora. La ciudad crecerá; pero crecerá de acuerdo con un principio, cuyo resultado radicará en esto: que semejante crecimiento no disminuya, sino que aumente siempre sus oportunidades sociales, su belleza, su comodidad.
En realidad, no sólo existen, como se supone constantemente, dos alternativas -la vida en la ciudad y la vida en el campo-, sino una tercera alternativa, en la que se reúnen todas las ventajas de la vida urbana más enérgica y activa, con toda la belleza y el deleite del campo, puede ser asegurada en perfecta combinación; y la certeza de poder vivir esta vida será el imán que producirá el efecto por el cual todos estamos luchando: el movimiento espontáneo de la gente desde nuestras ciudades abarrotadas hasta el seno de nuestra bondadosa madre tierra, que es a la vez la fuente de vida, de felicidad, de riqueza y de poder. La ciudad y el campo pueden, por lo tanto, considerarse como dos imanes, cada uno de los cuales se esfuerza por atraer a la gente hacia sí mismo, una rivalidad en la que participa una nueva forma de vida, que participa de la naturaleza de ambos.