Es evidente en ellos la lujuria de lo nuevo. Ningún estilo se dejó en paz: se intentó todo, desde la pirámide egipcia hasta el chalé suizo. Pero cuando el único fin del arte es lo nuevo, hay tres cosas que nunca se consiguen: lo bello, lo oportuno, lo nuevo. Aquí un sombrío frontispicio dórico, apoyado en cuatro gruesas columnas; allá una logia sostenida por esbeltas columnitas de hierro; aquí el arco Tudor, allá el arco apuntado… y todo, salvo alguna rara excepción, sin ningún propósito. No hay otra guía que el carácter extravagante del propietario o el genio charlatán del arquitecto.